Jean Genet planeó escribir un libro sobre Rembrandt, cuyos cuadros había visto primero en Londres y después en Ámsterdam, en Múnich, Berlín, Dresde y Viena. No llegó a escribir el libro, pero sí un par de textos que se publicaron en varias revistas, cuyos nombres traen a su vez evocaciones porque quizá las revistas son también ciudades: L’Express, Art and Literature (dirigida por John Ashbery), Il Menabò (dirigida por Elio Vittorini e Italo Calvino; ¡claro que son también ciudades!) y Tel Quel (por Philippe Sollers). Esos textos los ha publicado ahora en España la editorial Elba, con traducción de Ernesto Hernández Busto y con las reproducciones de los cuadros en los que Genet se detiene. Ya que he mencionado las ciudades y las revistas, daré también la lista de los cuadros: Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén, Saskia como Flora, Autorretrato con Saskia (o El hijo pródigo en la taberna), La madre de Rembrandt leyendo, los dos retratos de Margaretha de Geer, esposa de Jacob Trip, La novia judía, El regreso del hijo pródigo, Hendrickje de pie junto a una puerta, Titus van Rijn leyendo, Retrato de Hendrickje Stoffels, un autorretrato de 1627-28, otro de 1659 y otro de 1668, además del dibujo a la aguada Mujer enferma en la cama.
¿Este libro nos dirá más cosas sobre Rembrandt o sobre Genet? ¿Y este artículo? El primero de los ensayitos se titula El secreto de Rembrandt, y nos brinda un vertiginoso estudio psicológico del pintor a través de los cuadros, y cuando por resumir digo “psicológico” tengo que ponerme a precisar en prenda. Lo de vertiginoso lo digo porque despliega en pocas páginas una larga y ajetreada vida, pero está bien que los secretos se confíen con brevedad. Genet detecta rasgos del temperamento de Rembrandt en los cuadros y da unos apuntes sobre la evolución de su carácter, o de su actitud hacia el mundo, asociándolos a los cuadros sucesivos: “por una casualidad casi única en la historia del arte, un pintor, que posa ante el espejo con una complacencia casi narcisista, nos dejará, paralelamente a su obra, una serie de autorretratos en los que podemos leer la evolución de su método y el efecto de esta evolución en el hombre”. Los cambios y variaciones de estilo que encontramos en los cuadros, a lo largo de las décadas, podemos rastrearlos también en los autorretratos que se hace a medida que va envejeciendo, hasta que, como remata Genet, “muere antes de caer en la tentación de hacer el payaso”. Es entonces como si el efecto de las renuncias dejase una huella en el rostro. Siglos más tarde nosotros aún seremos capaces de verlas en los autorretratos. En cierto modo apunta a una obra doble por parte del pintor, como dos dedicaciones paralelas o como un comentario a su propia obra, o como unos excedentes que se han conservado, o como…
Entre las muchas cosas interesantes que dice Genet, esta puede darnos una pista sobre sus intuiciones sobre el pintor: “Se ha escrito que Rembrandt, a diferencia de Hals, […] no captaba bien los rasgos de sus modelos; en otras palabras, le costaba ver la diferencia entre un hombre y otro”. Aquí no solo se nos anticipa el recuerdo de algo que vivió Genet durante un viaje en tren y que nos contará más adelante, sino que también asoma, con los contornos muy definidos, el tema de la disolución, o el emborronado, al que Genet dará vueltas en estas páginas.
Esto me ha gustado mucho, y creo que da una indicación para lo que podemos esperar de la vida, tanto si queremos dedicarnos al arte como si no: “este hijo de molinero que a los veintitrés años sabía pintar, y de manera admirable, a los treinta y siete ya no sabrá hacerlo”.
El segundo ensayo lleva el título de Lo que quedó de un Rembrandt cortado en cuadraditos iguales y tirado por el retrete. Lo chocante no está solo en esa imagen iconoclasta sino también en la disposición del texto, que en realidad son dos que funcionan como un dúo en contrapunto que cantase Genet haciendo las dos voces (¿mientras hace trizas el cuadro antes de accionar la cisterna?). Los textos se han maquetado a dos columnas, una más descriptiva y la segunda más evanescente y emocional, o más interpretativa. Aquí nos cuenta Genet algo que explica de manera más personal sus vínculos con Rembrandt y con esas intuiciones sobre el pintor que leímos en el primer texto. El episodio perturbador para Genet, que según cuenta le hizo cambiar su relación con sus semejantes (“ningún hombre era mi hermano: cada hombre era yo mismo, pero aislado…”), tiene lugar en un vagón de tercera clase, y exteriormente apenas parece gran cosa, y sin embargo lo pone todo patas arriba. Y supone una explicación a la fascinación del escritor por el pintor, en el que encuentra quizá el equivalente plástico a su tambaleo moral. De su concepción sobre las relaciones entre los individuos como las que podemos leer en sus libros más conocidos, quizá haya un rastro en estas páginas, entre analíticas y confesionales, apuntes previos para un libro que no llegó a existir, del mismo modo que, como nos ha ayudado a ver, hay claves sobre la pintura y la vida de Rembrandt que están a la vista en sus autorretratos. Algo había en Genet que le permitió reconocerlas.
Rembrandt
Jean Genet
Traducción de Ernesto Hernández Busto
Elba, 2025
75 páginas