legom obras teatro
Foto: Teatromexicano Alejandra Serrano, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

Cinco escenas y un intermedio con LEGOM

El pasado 23 de mayo falleció el dramaturgo mexicano LEGOM. Fue un autor inesperado en las corrientes de escritores teatrales de principios de siglo, pero dejó una obra que influyó en buena parte de ellos.
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Escena 1

Verano del 2003. Primera Muestra Nacional de Joven Dramaturgia, en Querétaro, iniciativa de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio y Edgar Chías, auspiciada por la gestión de Manuel Naredo. En el Museo de la Ciudad se han sucedido desiguales lecturas dramatizadas de autores emergentes. Toca el turno a un poeta de Guadalajara que lleva años viviendo en Querétaro. Recientemente ha ganado premios nacionales de dramaturgia, pero pocos conocen su obra. Es la última lectura y con ella se cierra el evento, que ha sido muy discutido por los especialistas congregados debido al poco público interesado y a la insuficiente pericia de los directores invitados y sus elencos, la mayoría locales.

La obra en cuestión es De bestias, criaturas y perras, del propio Gutiérrez Ortiz Monasterio, quien se hace llamar por su acróstico, LEGOM. En una nota publicada en Proceso en 2001, el crítico e investigador Rodolfo Obregón (probablemente su descubridor) lo sitúa a la par del malogrado dramaturgo queretano Gerardo Mancebo del Castillo y se pregunta: “¿Serán acaso los efectos del agua que antiguamente transportaba el acueducto? ¿O es quizás su irreverencia un rasgo generacional, que aunado a una aspiración literaria, se manifiesta en ambos casos como una hipertrofia formal y un sustrato lleno de patetismo?”

Por esa introducción crítica, la obra de LEGOM causa altas expectativas. Y lo que vemos, más que una lectura dramatizada, es prácticamente una puesta en escena. El director es Alberto Villareal, joven egresado del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM, y el elenco son Jorge Ávalos y Beatriz Luna, quienes se miran de frente durante toda la obra. Solamente los divide un delgado hilo blanco que va del techo al piso. No hay más escenografía, tampoco utilería, efectos sonoros o cualquier elemento que nos pueda distraer del magistral intercambio de diálogos. Los personajes no tienen nombres, solamente un guion largo; casi no hay acotaciones, tampoco se especifica tiempo ni lugar.   

Termina la obra y bajamos al patio del museo con la sensación de haber visto algo revelador, diferente. La Muestra de Joven Dramaturgia garantiza así su continuidad y la obra de LEGOM se comenzará a leer en la República teatral mexicana. Al fondo de ese patio de arcos virreinales, detrás de una fuente y casi escondiéndose, un todavía joven autor enciende un cigarro entre las abrumadoras muestras de afecto y felicitaciones. Él sabe que ha comenzado a florecer su obra, que en esa pequeña sala del Museo de la Ciudad el golpe de timón del teatro mexicano contemporáneo se ha consumado.  

Si se tuviera que trazar una genealogía de la dramaturgia mexicana que relevó en estructuras y temas a las generaciones de Rascón Banda, Sabina Berman, Ximena Escalante, David Olguín y Ángel Norzagaray, entre otros, se tendría que comenzar por Luis Mario Moncada y Martín Acosta en James Joyce. Carta al artista adolescente, El pozo de los mil demonios de Maribel Carrasco, Mutis de Elena Guiochins, De monstruos y prodigios la historia de los castrati, de Jorge Kuri, Las tremendas aventuras de la Capitana Gazpacho o de cómo los elefantes aprendieron a jugar canicas del mencionado Gerardo Mancebo del Castillo, 1822: el año que fuimos imperio de Flavio González Mello y ¿Último round? de Edgar Chías. Textos dramáticos fundacionales para la dramaturgia del siglo presente, puentes sensibles entre una generación de autores diversos y dispersos geográficamente que, interesados en poéticas múltiples, buscaron captar nuevos públicos, oponiendo al costumbrismo urbano o al teatro regional de la época lenguajes y estructuras dramáticas poco convencionales (narraturgia, teatro histórico, farsa melodramática, realismo sucio, teatro para jóvenes audiencias).

Esta generación se corona con la inesperada presencia de LEGOM, un autor que no estaba previsto en ninguna de las escuelas o corrientes de escritores teatrales de principios de siglo. No pertenecía a los talleres de escritura de la SOGEM, ni era alumno de Carballido en la Universidad Veracruzana, ni provenía de la UNAM o de la ENAT, ni comenzó bajo el cobijo de algún maestro de la época (Ludwik Margules, Juan José Gurrola, Héctor Mendoza o Luis de Tavira).

LEGOM era un contador público tapatío que había emprendido inoperantes negocios de comida y cuyos poemas y cuentos pasaron desapercibidos en la literatura mexicana de finales del siglo XX. Con sus primeras obras –El jugo de los tres limones (1999), Los restos de la nectarina (2000), Diatriba rústica para faraones muertos (2002)y De bestias criaturas y perras (2003) pasaba del exotismo a ser un autor de culto.  

Escena 2

Agosto del año 2004 en el Centro Cultural del Bosque de la Ciudad de México. LEGOM está nervioso y no para de encender cigarrillos, uno tras otro. También se acerca a la dulcería del teatro para comprar latas de Coca Cola mientras el público va llegando a ver su obra Las chicas del tres y media floppies.

Él ya sabe que tiene serios problemas renales, pero no le importa, sigue bebiendo refresco de cola, como hasta el final de sus días. Lo que realmente le inquieta es cómo un director de teatro inglés (John Tiffany) pudo entender su universo y trasladarlo a la escena mexicana. Mientras camina de un lado a otro, repite que debió enviarle a la dirección artística del Dramafest otro texto, que esa obra “no la van a entender”. El elenco son Aída López y Gabriela Murray y otra vez el escenario está prácticamente vacío, como si bastara precisa iluminación y la fuerza idiomática del autor en la voz de extraordinarias actrices para llenarlo. Es la primera edición de un esfuerzo de Aurora Cano y Nicolás Alvarado por poner a dialogar el teatro mexicano con el mundo, mismo que aún subsiste como una ventana inédita para calibrar el valor de la dramaturgia mexicana a través de miradas externas.

La obra de LEGOM es un éxito, sobre todo en carcajadas. Obra ácida, políticamente incorrecta, puede ocurrir en cualquier punto turístico de la costa del país, aunque está inspirada en Puerto Vallarta. Su lenguaje es crudo, irreverente, como si el propio LEGOM estuviera hablando, despojando a los personajes de iniciativa verbal. Al mismo tiempo la puesta en escena es entrañable y tiene algunas frases memorables.

El montaje se presentará en el Festival de Teatro Fringe de Escocia en el año 2005 y ganará el Fringe First Award en Edimburgo. Ahí comenzará la amplia difusión de su obra en el plano internacional.

Escena 3

2004. Principios de diciembre y es su cumpleaños. Organiza una comilona que dura varios días, esta vez en su casa del centro de Querétaro, ciudad a la que llegó en 1995. Carnitas, tortas ahogadas, carne en su jugo, pozole. Todo en cantidades industriales desde el número 36 de la calle Pino Suárez. LEGOM hace probar sus salsas y platillos a los comensales, hasta que advierte que Lola, su perra (una de los seis que vivían con él en ese momento, llegó a duplicar esa cantidad) no está. Alguien debió dejar la puerta abierta y escapó.

Frente a mí, LEGOM ya no es el dramaturgo de moda, ni el anfitrión cáustico, ni el cocinero de exquisiteces. Ahora es un niño que ha perdido a su perra. No es el rey y señor de la carrilla, el tipo insolente, el dramaturgo “de las groserías”, como lo llegaron a llamar algunos puristas, sino un señor desconcertado preguntando si han visto a una perra dálmata.

Arengada por el poeta Luis Alberto Arellano, su mejor amigo, toda la fiesta se traslada a las calles del centro de la ciudad para buscar a Lola. Recuerdo a LEGOM con un gran cucharón en la mano, manchado por la rojiza salsa del pozole; parece que dirige la expedición con él. No transcurre mucho tiempo hasta que alguien nos dice que hay una perrita blanca con manchas negras jugando en el Jardín Guerrero. LEGOM corre y abraza a su perra, la carga como a una niña hasta la puerta de su casa, dedicándole todas las muestras de afecto y cursilería que probablemente nunca tuvo con los humanos. Para él, su familia eran los perros y al final de su vida también los gatos.  

Ese 2004 fue consagratorio para LEGOM. De ahí en adelante prácticamente todos los directores y directoras de escena importantes en el país se interesarían por sus textos. Prolijo en la creación de personajes, lector obsesivo de los griegos, en especial de Esquilo, meticuloso hasta el cansancio en la interpretación de la Poética de Aristóteles, no solamente le importaba contar historias en sus obras, sino teorizar sobre la forma y el fondo de la creación dramática ficcional, que iba del teatro al cine, pasando por el guion audiovisual.

Se especializó en ver series de televisión. No pocos sufrimos la retahíla de detalles, observaciones y apostillas a cualquier hora de la madrugada sobre tal o cual episodio de Breaking bad o The wire. LEGOM utilizaba algunas de esas series para la enseñanza de sus clases y se convirtió en un maestro de la estructura dramática contemporánea. En ese 2004 dio a conocer una serie de apuntes denominados “Teoría de las secuencias adjetivas” que finalmente derivó en el ensayo Dramática descriptiva, la arquitectura del relato (Ediciones El Milagro y Universidad Veracruzana, 2021).  

Probablemente nadie en la lengua castellana haya profundizado tanto sobre la dramática moderna, que es al mismo tiempo literatura y también puesta en escena, película o serie. Sin embargo, no quiso ahondar en estructuras parateatrales o que desafiaran el canon del personaje y fábula, esgrimiéndose muchas veces como un conservador de la escena.

Intermedio

—¿A quién te quieres coger o qué?
—A nadie; no es eso…
—¿Entonces por qué estás haciendo teatro para nonatos?
—Es teatro para primera infancia, se llama así.
—Tú bien sabes que esos cerebros no son susceptibles de recepción estética, no jodas.
—Sí son, solamente no en el nivel que tú estás pensando.
—Ahora también lees la mente…
—Son espectáculos de estimulación, no están pensados para imbuir ficción…
—Entonces puedes hacer esas babosadas en una guardería, ¿para qué quieres un teatro?
—Artísticamente son espectáculos con bebés, no tanto para bebés. Observar sus reacciones termina por completar el hecho escénico.
—La estimulación temprana, querrás decir.
—La estimulación temprana también puede ser teatral.
—Estás pendejo.

Y colgó.

Así eran los exabruptos y salidas de tono de Luis Enrique. Cuando alguien muere es común exaltar únicamente sus virtudes, pero sería injusto no considerar la personalidad de LEGOM al completo: podía ser cruel. Más de una vez se confrontaba innecesariamente con los suyos y vilipendió algunas trayectorias.

Escribió el poeta Román Luján: “Fue mi amigo y mi maestro. Escribía para quedarse sin amigos, sin familia, ridículamente solo, aunque rodeado de perros que le lamían el rostro”. Es medianamente cierto, porque no fueron pocos quienes asistimos a sus últimos años, no sin afrentas y reconciliaciones de por medio.

Me sorprendió escucharlo ofrecer disculpas, porque no era un tipo fácil. Como profesor nunca iba a ganar el premio al pedagogo del año y a pesar de sus excesos verbales (que uno atribuye al dolor y desgaste de su enfermedad) no son pocos los autores dramáticos que se podrían considerar alumnos suyos: Vidal Medina, Bárbara Perrín, Ana Lucía Ramírez, Juan Carlos Franco, Alejandra Serrano, José Manuel Hidalgo y Anita Reyes, entre otros.

Sin fundar una escuela o imponer una forma de escritura, generó hacedores activos e influyó en gran parte de la dramaturgia nacional actual que ha leído o visto sus principales obras, entre las cuales están, además de las ya mencionadas, Sensacional de maricones (2005), Odio a los putos mexicanos (2006), Civilización (2007), Demetrius (2010), De cómo este animal salió de las cavernas, trepó hasta las estrellas y luego se extinguió. Primera parte: El origen de las especies (2012).

Su teatro giraba en torno a un tema fundamental: el fracaso. De ahí provenían gran parte de sus personajes. Hombres y mujeres que desarrollaron un negocio infructuoso, una idea brillante en la que que nadie creía o relaciones amorosas fallidas. El telón de fondo de su universo: familias desgraciadas y ridiculamente optimistas, alegres, a su manera felices. Lo mejor del teatro de LEGOM es la capacidad de ver poesía en la devastación, con un alto sentido del humor y un desprecio por el naturalismo o la consigna política, tan comunes en la escena contemporánea. Con desigual atrevimiento y a ratos repitiendo, imitándose un poco, su obra se irá convirtiendo en ácido refugio ante las apacibles modas del teatro nacional.      

Escena 4

Después de dos años de encierro por la pandemia y casi tres sin asistir al teatro, LEGOM aparece en la Sala Anexa de Tlaqná, en Xalapa, para la lectura conmemorativa por los 40 años de la mítica puesta en escena Cucará y Mácara de Óscar Liera, dirigida por Enrique Pineda, en la que una decena de jóvenes armados con chacos y varillas irrumpieron en el teatro para golpear a los actores que estaban en escena, por su aparente contenido blasfemo.

LEGOM reflexiona en el programa de mano sobre la importancia del drama inoportuno y la necesidad de aturdir a las buenas conciencias. Naturalmente, LEGOM y Liera se emparentan en eso: el teatro como vehículo para la incorrección. Se diría que Luis Enrique fue un promotor, un activista contra lo políticamente correcto, y en sus obras se puede atisbar con claridad, aunque sería injusto equiparar lo dicho por sus personajes a su propia figura.  

Al finalizar la actividad, exalumnos, actores, actrices y personalidades del teatro en Xalapa lo saludan a la distancia y le dicen que lo han seguido en El rinconcito de LEGOM, iniciativa de la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana (él era dramaturgo residente en la compañía) para condensar algunas de sus lecciones de dramaturgia, cuyos videos siguen en Youtube y quedarán como testimonio de algunas de sus obsesiones.

“Lo que más miedo me dio del covid era no volver a ver teatro”, me dice. Y pienso que probablemente gran parte de los dilemas que tuvo con la escena contemporánea provenían de la imposibilidad para viajar, ver más teatro, incluso acudir a sus propios montajes. La dependencia a la hemodiálisis y múltiples afecciones hicieron de LEGOM un cuerpo indispuesto a la experimentación escénica, pero no a la reflexión.

Escena 5

Azotado por varias enfermedades y desahuciado más de una vez, LEGOM parecía haber vencido los pesares del cuerpo. Acostumbrado a los fármacos y diversos tratamientos, se convirtió prácticamente en médico. Vivía en pijama y en bata, escribía acostado y solamente se le veía errante en la neblina de Coatepec, su última morada, cuando necesitaba un taxi para acudir a citas hospitalarias. Se sobrevivía a sí mismo para seguir escribiendo, ya fueran obras de teatro, guiones o la segunda parte de la Dramática descriptiva que no concluyó. Circunstancia agónica del artista secular: su ánimo provenía de los textos que había prometido escribir.

Lo recordaré acostado a los pies de su cama para poder intervenir, mirándonos desde su habitación en las tertulias que él mismo convocaba, donde nos agrupábamos para escucharlo. Después de la comida o la cena se retiraba a reposar y solamente participaba, con su mala leche y humor irreverente, hasta que de a poco que se quedaba dormido, como (cito un verso suyo) “esos personajes que no hablan pero están en las tragedias de Eurípides y no dicen palabra pero están regocijados de ver al hombre tropezar más de una vez sobre su propio palio”.

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Es dramaturgo y crítico de teatro. Ha publicado, entre otros libros, Patán, hazme un hijo (Arlequín, 2015)


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