Fotograma de "Mambo Queen", Grace Quintanilla, 1996.

Grace Quintanilla, el cuerpo como casa

Un recuerdo de la videasta y funcionaria cultural, fallecida hace unos días.
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Hasta el final, su cuerpo fue su casa. Y lo ocupó con total intensidad. A partir de estos dos conceptos, cuerpo y casa

((Cuerpo y casa, dos conceptos que desarrolla Magali Lara sobre la obra de Quintanilla en el ensayo “A propósito de identidades: todo sobre mi madre”, en el libro Museo de Mujeres Artistas: Arte, Goce, Encuentro, Ed. MUMA, 2015. (pp.39-78).
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, que para ella fueron vivencia plena, la videasta Grace Quintanilla (1967-2019) construyó una narrativa memoriosa, lúdica y honesta cimbrada a veces por el dolor de la enfermedad y las pérdidas, pero siempre con una carga de enorme bondad.

Su crecimiento estuvo marcado por el oropel de las lentejuelas que vestía su madre, Tina Cobo, bailarina de cabaret, junto al ambiente de cine y carpa con su tía Chelo y sus tíos Roberto Cobo Calambres y Arturo Cobo Cobitos. Pero aquellas andanzas entre vedettes y pasillos de los Estudios Churubusco y América se ampliaron con los asideros intelectuales del padre, más cercano a la diplomacia y el entusiasmo por la pintura que a esos mundos maternos donde la sexualidad y el cuerpo eran vehículos de poder y menos de vulnerabilidad.

Estudió danza desde niña y disfrutó lo mismo aquel baile de zarzuela y mambo que practicaba con sus tíos que escudriñar cada noche el ritual de maquillaje de su madre. Esa visión lúdica de las mujeres la deslumbró a tal grado que ya como artista visual ideó Aventurera (1996), un documental sobre el cabaret en la ciudad de México, así como su autorretrato en el videoclip Mambo Queen (1996), donde baila en escenarios de Dundee, la ciudad escocesa en la que realizó sus estudios de posgrado en televisión y arte electrónico.

Sin embargo su andar profesional no tomó los derroteros de la farándula. Primero fue la química, que la aburrió al año de estudiarla; luego vino la pintura, que practicó primero junto a Luis López Loza como mentor y después en Escocia, donde residió por siete años. El reto de abordar con pintura la tela en blanco la desganó tanto que otro lenguaje empezó a ocupar sus días y lo haría para siempre: el video. Buscaba la inmediatez e intimidad que la cámara otorga a ese enfoque: “Ver de manera directa y rápida tu propia mirada. Y obviamente el objeto principal era yo misma”, decía en medio del café y con una chispa en los ojos.

((Parte de este texto se ha construido con la entrevista realizada en noviembre de 2008, cuyo perfil se publicó en la columna Mujeres Insumisas del suplemento La Jornada Semanal.
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La autoreferencia le otorgó riqueza no solo por verse en el espejo como unidad en calidoscopio sino porque se miraba a través de los rituales con la familia y por medio de la naturaleza física y emocional de muchas mujeres. Esa fue su manera de generar complicidades y de ejercer su feminismo desde un lugar rebelde que no era el teórico de sus compañeras escocesas en el grupo Underwire, sino uno más festivo en donde su feminidad y la dupla de coquetería más vanidad otorgan poder cuando son asumidas desde el juego y el acto consciente.

Este enfoque marcó su producción audiovisual, que desplegó con una narrativa interactiva y no lineal, como en Viceversa, donde para hablar de la vejez experimentaba con partes del cuerpo, emociones, pensamientos y anécdotas, a partir de fotos e historias de sus tíos Roberto y Chelo. O la reflexión del mundo no ideal de la maternidad que confeccionó en La teta es la neta y Vía láctea. Más allá de su propia producción, hizo curaduría para contrapuntear enfoques y lenguajes en el proyecto ¡Juega! (2008), del Museo de Mujeres Artistas, con diez creadoras que hacen videos en donde cada juego es acción que re-crea, divierte, atrae y distrae en temas como la identidad, el cuerpo y la otredad.

Esta trilogía de asideros fue un interés central de Grace en toda su obra. Es conmovedora y valiente la serie de foto y video sobre el proceso de enfermedad y muerte de su madre. Con imágenes de Yaya en la cama de hospital, acompañada por su nieto Nico y, en otra foto de la despedida, con su hija Grace y con Susana Quintanilla Osorio, el serial fue el diario de duelo que construyó en 2011 para sí misma y para nosotros mediante la red social de Facebook. Por otro lado, Lapso (2011) fue el ejercicio de storytelling (taller digital en la Fundación Pedro Meyer) donde la voz triste y dulce de Grace confiesa en el adiós de su raíz materna: “No es la memoria del futuro lo que me mueve a retratarla (…) Lo que en realidad quiero es captar ese lazo, ese intervalo entre el que dice a uno adiós y al que le dice uno adiós, se va. Es un lapso angustioso, breve e infinito a la vez. No es anticipación ni es inminencia. Solo sé que nunca es tarde y nunca es pronto (…) Tomo fotos porque las palabras suenan a cliché. Hay momentos innombrables pero no inimaginables”.

No sólo como artista tuvo aportaciones. En su calidad de funcionaria cultural, honró con creatividad y prestancia su cargo al frente del Centro de Cultura Digital desde 2012 y dio los pasos hacia el futuro proyecto La Colmena, una escuela de cultura digital que será imlementado en Tlaxcala. La titular de la secretaría de Cultura, Alejandra Frausto, anunció el pasado 27 de febrero que ese espacio llevará el nombre de Grace Quintanilla, la artista homenajeada entre aplausos y con la rola de los Rolling Stones, “She´s a rainbow”, en la despedida luctuosa que se efectuó al tercer día de su aliento final.

Y sí, Grace no solo es gracia. La canción que entonan los rucollings es justa y certera: ella es un arcoiris.

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Es periodista cultural. Autora de los libros Se busca un alma. Retrato biográfico de Francisco Toledo (Ed. Plaza y Janés, 2001) y Mujeres Insumisas (UANL, 2007).


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