La muerte de un cantante llamado Juan Gabriel y la cauda de lamentaciones y reivindicaciones, estrépitos y alborotos que provocó a diestra y siniestra, me llevaron a recordar cómo durante años en México las pujantes izquierdas aborrecían a los artistas llamados “populares”.
Gloso a continuación la primera de diez páginas que dedico al tema en mi libro Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, 1 (México, Ediciones Era, segunda edición, 2015).
Todavía en 1937, en el apogeo del cardenato, el autoproclamado “marxista convicto” Juan Marinello –cubano exiliado en México que solía hacerla de vocero del pensamiento “progresista” mexicano– consideraba que lo popular era una expresión de la llamada superestructura de dominación de clase y que, por tanto, combatirlo era deber del intelectual comprometido.
Calificaba de expresión genuinamente popular únicamente “la expresión de un ímpetu epocal, hijo del impulso colectivo y servidor de él”, dijo Marinello al inaugurar un congreso de la gobiernista Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Y agregó:
Es asombroso, camaradas –y nuestra falta de vigilancia en ello es imperdonable–, cómo las corrientes regresivas alientan y cuidan de expresiones nacionales para alargar nuestra esclavitud. En cuánta expresión superficial de nuestra condición miserable no ve el mercader imperialista ocasión excelente para exhibir lo que califica de incapacidad irredimible o para llamar a los “civilizados” a solazarse en la contemplación de un mundo primitivo y pintoresco.
Y lo peor, lo grave, lo terrible, es que en numerosas ocasiones la expresión artística traidora a nuestro mañana es fiel al sentido de ritos inactuales, moribundos, pero arraigados hondamente en nuestras masas, o leal a formas viciosas, pero entrañables, que seculares expresiones han creado en nuestras gentes.
No es difícil entender que la primera de esas “corrientes regresivas” era la religión, tan dada a la inactualidad y a la moribundia, mientras que la “expresión superficial de nuestra condición miserable”, la “síntesis de lo “primitivo y pintoresco” eran películas como Allá en el rancho grande, confeccionadas por imperialistas malvados.
¿Y “la expresión artística traidora a nuestro mañana”?
El camarada Marinello echó mano de un ejemplo terminal: el poeta Ramón López Velarde que, cuando le sugiere a la “Suave patria” que sea “siempre igual, fiel a tu espejo diario”, está invitando a “nuestras gentes” a “una aceptación rencorosa de nuestra desdicha” hecha de “retraso social y primitivismo económico”.
Así pues, López Velarde fue sumariamente declarado traidor al pueblo y corriente regresiva.
El otro ejemplo de traición al pueblo digno que encontró la LEAR –ahora por medio del músico Luis Sandi– es igual de interesante: se trata de la radiodifusora XEW, abuela de la actual villana Televisa. Y es que ahí en la XEW –cuya nacionalización, por cierto, le exige la LEAR al presidente Cárdenas– nadie representaba tanto el traidor proyecto de envilecer a nuestras masas por medio del arte como… Agustín Lara.
En efecto, Agustín Lara no sólo era un falso “músico popular” sino “un filibustero de la música y cantor de prostíbulo” que, en alianza con la XEW, “han desplazado a los músicos profesionales que sí saben lo que es la música popular”.
Y ¿por qué tiene éxito ese traidor? Y ¿por qué nuestras masas lo escuchan?
La respuesta, me temo, habría alborotado bastante al CONAPRED: se debe a que la música de Lara
es la única que le es mentalmente asequible al pueblo, como toda la música de cantadores y tocadores de casa de vecindad y fiestas quintopatieras y cantinas con su música arrabalera.
¡Ah, el discreto y perviviente encanto del clasismo de izquierda!
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.