Para hablar de la luz es importante acercarse a la poesía, y así entender por qué nos maravilla el efecto de luminosidad en nuestro andar, qué ha implicado extender la sensación del día a la noche y lo que significa introducir el resplandor en espacios cerrados. Roberto Juarroz escribía en 1987: “Si dejamos que se caiga la luz, / quizá también se caigan otras cosas / confabuladas con la luz / y aparezca detrás un mundo inédito / o una nueva versión de lo visible”. Unos años antes de este texto, Dan Flavin (Nueva York 1933-1996) exploraba las posibilidades artísticas de la luz fluorescente para crear ambientes de neón, fetiches industriales que en un contexto distinto, el del circuito del arte, resultan extrañamente poco familiares. La exposición Dan Flavin. Obras de la colección Dia Art Foundation en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) presenta una constelación de obras creadas entre 1962 y 1974, en las que predomina un lenguaje simplificado entre luz y espacio para crear ambientes y traspasar los límites del uso práctico de la luminaria.
Flavin comenzó a trabajar con luces fluorescentes a mediados de los sesenta, como un antídoto ante el predominio de la pintura gestual de aquellos años. El artista logró descubrir algunas posibilidades para resignificar los límites tradicionales entre la escultura y la pintura a través de sus piezas, y aunque su labor podría parecer más bien metódica, la experiencia que ofrece es profundamente sensible. Desde que comenzó a trabajar con luz, Flavin utilizó lámparas de cuatro longitudes: 66, 132, 198 y 264 centímetros, así como una paleta de nueve colores que incluyen azul, verde, rosa, rojo, amarillo y cuatro variedades de blanco. Estos materiales estaban determinados por la oferta disponible de luz fluorescente.
Flavin fue más allá de la ilusión óptica para explorar el significado de sus instalaciones, en función de un diálogo entre el espacio y la experiencia física de quien las observa. Hay juegos de luces, pero también una inquietud por reflexionar sobre el impacto de los colores mismos y las emociones que evocan. Juarroz continúa: “Y eso es lo necesario: / que aparezca otro mundo. / Pero no más allá o después o en otra escala. / Tampoco como premio o castigo. / Ni siquiera como una constipada innovación / del flujo metafísico. / Otro mundo que emerja desde éste / por el hecho natural de tener otra luz.” En una época como la nuestra, en que recibimos estímulos luminosos todo el tiempo, pensar en crear otros mundos, con otra luz, parece sumamente importante.
Flavin desarrolló una larga investigación sobre el impacto de la luz en las experiencias sensoriales de sus espectadores. La experiencia en el recorrido de la exposición se encamina hacia dos sentires. Por una parte, la sorpresa de avanzar por las salas y descubrir, por ejemplo, que el muro que parece morado en realidad es también rosa y rojo y azul y que la mirada trata de adelantarse de alguna manera a la experiencia física para estar siempre dentro de la luz. Por otra parte, destaca la sensación de entrar en espacios que en realidad no existen pero que nuestra mente se esmera en construir: la desmaterialización de la obra de arte encarna también un imperativo frente al arte moderno.
Las primeras piezas que se presentan en esta exposición, todas provenientes del acervo de Dia Art Foundation, corresponden a la serie Íconos, creada con luces blancas que aluden a la espiritualidad y a la representación de los íconos medievales donde la luz y el resplandor eran parte fundamental del trabajo visual. Esta serie está conformada por ocho instalaciones creadas entre 1961 y 1964 y permite reconocer el interés del artista por evidenciar un proceso de introspección que parte de su experiencia personal como seminarista.
El recorrido sigue con una transición hacia obras hechas con colores brillantes, mismas que evocan a otra gama de emociones y que incluso juegan con el vínculo conceptual entre los colores y las personas. En esta sección destaca la serie Parejas europeas, creada entre 1966 y 1971. Cada una de las piezas está dedicada a personas importantes en la vida de Flavin, como se puede ver en los títulos: Sin título, (para Janet y Allen), Sin título, (para Barbara y Joost), Sin título, (para Karin y Walther), Sin título, (para Christina y Bruno)] y Sin título, (para Sabine y Holger). A partir de estas piezas, el artista plantea una reflexión: tanto los colores como las personas, cuando están juntas, son complementarias.
La luz en esta exposición escapa de una definición formal sobre el fenómeno como energía y el color como producto de la interacción de la energía y la materia. La luminaria en el MARCO acentúa los volúmenes arquitectónicos y crea la sensación de un espacio por habitar, es decir, proyecta una experiencia inmersiva. Lo que se descubre a lo largo de la exhibición son cuerpos y espacios que resaltan tanto de manera física y formal en las salas, como emocionalmente en nuestro encuentro con ellos.
Flavin rechazó la etiqueta de minimalista a pesar de que diversos críticos e historiadores de arte lo relacionaron con ella, tanto por el uso de los materiales como por la hechura de las obras, certeras y aparentemente sencillas. El artista estadounidense se refería a su trabajo más bien como situacional, término que hace eco con la experiencia que nos ofrecen sus piezas, que nos traen al presente y nos hacen partícipes de él.
Es justo mencionar que la relación que establecemos hoy día con su obra posiblemente es muy distinta a la que se tenía en los años sesenta, cuando fue creada. El contexto de lo contemporáneo le da a las piezas de este artista una lectura fotográfica que seguramente él no contemplaba: las cámaras de los y las visitantes tratan de capturar vorazmente los tonos de las piezas aunque (afortunadamente) pocas veces lo logran. Da la sensación de que las piezas logran sostener su esencia al escapar del lente fotográfico, pues solo ahí, en presencia, la luz y los tonos precisos se evidencian.
La última pieza de la exposición –que también puede ser la primera, pues la curaduría a cargo de Humberto Moro sugiere que el recorrido por la muestra sea libre– es una obra de 1973 que guarda en su título una muestra de cariño, –Sin título, para ti, Heiner, con admiración y afecto– y ejemplifica la exploración de Flavin sobre la óptica retiniana, es decir, el impacto que la luz verde fluorescente tiene en nuestra mirada: la pieza de gran formato está compuesta por una retícula de luminaria de color verde que, después de estar un par de minutos en esta sala, comienza a percibirse como si fuera blanca. Al salir de la sala un halo de luz rosa permanece en nuestra mirada.
Del trabajo de Flavin destacan otras cosas, como la revolución que implicó la creación con materiales ordinarios y la manera en que logró transformarlos en una experiencia inmersiva y los gestos mínimos pero potentes para reflexionar sobre la percepción y la presencia escultórica de la luz. Juarroz cierra el poema diciendo “Eso es lo necesario: / que aparezca otra luz. / O atreverse a crearla”. Parece que Flavin nos regala la creación de una nueva luz donde el significado y el uso o la revelación de los espacios está íntimamente relacionado con nuestro propio recorrido por el mundo o, en este caso, el museo. ~
Dan Flavin. Obras de la colección Dia Art Foundation puede visitarse hasta agosto de 2024 en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, MARCO.
es egresada de literatura y ha colaborado en
distintos medios culturales