Foto: Michael Neugebauer

Jane Goodall, la que lo empezó todo

Al asomarse a la vida íntima de los chimpancés, la etóloga británica Jane Goodall (1934-2025) cambió para siempre nuestra concepción sobre el lugar que la especie humana ocupa en el mundo.
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Existen un puñado de autoras y autores cuyo trabajo no solo es extraordinario, sino que puede ser visto como pilar de la cultura humana. Personajes sin cuyas investigaciones, reflexiones y aportes no sería factible concebir el pensamiento moderno, al menos no como lo conocemos. En lo que respecta al estudio de nuestros parientes vivos más cercanos, ni qué decir de la literatura sobre naturaleza, pocas personas han resultado tan determinantes como Jane Goodall, Diane Fossey y Birutė Galdikas.

Estas tres primatólogas, tres mujeres titánicas, pueden ser vistas no solo como piedras fundacionales de la primatología moderna, sino también de la noción que albergamos hoy en día respecto al lugar que ocupamos en el mundo, ya que con sus descubrimientos cambiaron por completo lo que sabemos sobre el comportamiento de chimpancés, gorilas y orangutanes, y pusieron en marcha toda una revolución cognitiva que nos hizo reconfigurar las ideas sobre la evolución de nuestra propia especie y lo que significa ser un Homo sapiens. En ese sentido nos pusieron un poco en nuestro lugar. Aunque a veces se nos olvida, los humanos somos mamíferos del clan de los primates. Digamos que changos con capacidades sobresalientes, simios tecnológicos y creativos, pero changos al fin y al cabo. Ni superiores, ni diferentes, ni por encima de nadie: una criatura peluda más en el árbol de la vida. En dar forma a esta certeza tuvieron mucho que ver las tres primatólogas mencionadas, pero sobre todo Jane Goodall, quizás la más conocida de las tres y la pionera del cambio de paradigma.

Ellas mismas se hacían llamar “Los ángeles de Leakey”, porque fueron alumnas de Louis Leakey, un arqueólogo, antropólogo, paleoantropólogo y escritor británico nacido en Kenia. Él y su esposa, Mary Douglas Leakey, fueron férreos defensores de la idea de que, con base en el registro fósil, debíamos compartir un linaje con los primates, y dedicaron su vida y trabajo a demostrarlo. Pero claro: una cosa es inferir a partir de los vestigios y remanentes de parientes extintos, y otra muy distinta pretender hacerlo reflejándonos en aquellas especies aún con vida de nuestro árbol genealógico, es decir, los grandes primates, chimpancés, gorilas y orangutanes. Hasta mitades del siglo XX, y a pesar de que Darwin, Wallace y otros evolucionistas ya venían sugiriéndolo por décadas, este seguía siendo un concepto un tanto difícil de digerir para una sociedad abiertamente religiosa, como lo era la occidental.

El matrimonio Leakey, aunque luego cayó un tanto en desgracia, dejó tras de sí un legado importantísimo, porque abonaron muchas evidencias al origen del humano en África. Su otro gran legado fue haber brindado al mundo estas tres mujeres fantásticas. Tres mujeres jóvenes, por aquella época estudiantes, que decidieron dejarlo todo atrás para irse a vivir a lugares lejísimos de su zona de confort con la misión de estudiar a nuestros parientes: Jane Goodall con chimpancés en Tanzania, Diane Fossey con gorilas en Ruanda y Birutė Galdikas con orangutanes en Borneo.

Hay que imaginarse cómo sería irse a vivir la reserva de Gombe, en Tanzania, en los años sesenta. Jane Goodall fue destinada a un entorno selvático desafiante y lleno de complicaciones aún en la actualidad. Ella ni siquiera tenía una formación académica, y más bien se desempeñaba como la secretaria de Louis Leakey por aquellos tiempos. Siempre había querido trabajar con animales, pero no tenía una preparación formal, así que consiguió el puesto como secretaria para comenzar a acercarse a la disciplina.

Brillante, entusiasta y naturalista apasionada, cuando se abrió la posibilidad de viajar a África para estudiar chimpancés, y ante la negativa de otros estudiantes del laboratorio, no lo dudó, y así la joven Jane Goodall llegó a Tanzania hacia finales de 1960. Curiosamente iba acompañada por su mamá, porque los cánones de la época veían mal que una mujer tan joven viajara sola. Jane se establecido y comenzó a hacer las cosas a su manera, con lo que quiero decir que les puso nombre propio a los organismos de sus estudios. Fue una decisión sumamente criticada por el estándar científico que abogada por un acercamiento objetivo y distante, y que veía en el vínculo afectivo un seguro tropiezo. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Esa cercanía permitió, aunque no fue fácil, ni rápido, que eventualmente Jane consiguiera ser aceptada en la tropa de chimpancés.

Goodall logró asomarse de esta manera a la vida íntima de dichas criaturas, entender sus estrechos lazos sociales, cómo funcionan sus jerarquías y, con el tiempo, registrar un montón de comportamientos antes insospechados. Uno de ellos fue el empleo de herramientas: hasta esos primeros reportes que hiciera Jane, la noción imperante era que solo los humanos dominábamos su uso. Y entonces llegó esta joven, sin credenciales académicas, a poner todo de cabeza y demostrar una y otra vez qué tan equivocadas eran nuestras suposiciones.

No fue sencillo. Jane Goodall tuvo que confrontar todo tipo de desestimaciones, y en más de una ocasión sus investigaciones estuvieron a punto de interrumpirse por falta de presupuesto. Pero la perseverante mujer no dio su brazo a torcer y se impuso a una dificultad tras otra, al tiempo de que cada vez conseguía una aceptación mayor dentro de la manada de chimpancés propia de su devoción. Más adelante, Goodall documentó que a veces los chimpancés cazaban utilizando palos a los que les sacaban filo, observación doblemente reveladora, pues por entonces ni siquiera se sabía que los chimpancés también comieran carne.

El vínculo afectivo también funcionó para que Goodall iniciara probablemente el estudio más longevo con animales silvestres del que tengamos noticia, al que dio seguimiento hasta sus últimos días y que sigue en marcha gracias a su fundación y a toda la gente que formó a lo largo de las décadas. En 1967, la Universidad de Cambridge le otorgó un doctorado en etología, aunque no contara con formación académica propiamente, y más tarde recibió numerosos doctorados honoris causa por parte de múltiples universidades.

Su extenso trabajo con los chimpancés rindió para 15 obras de literatura sobre naturaleza, 11 libros infantiles y unas 23 películas documentales. Vale la pena recomendar Jane, que recoge material de stock de sus primeros años en Gombe, rollos de 16 mm y super 8, hasta hace poco desconocidos.

Además de una larga lista de premios y reconocimientos, Goodall tuvo varias portadas de National Geographic, un set de Lego, uno de Playmobil y hasta una Barbie en su honor. Salió en Los Simpson en un par de ocasiones y recorrió el mundo dando charlas y conferencias. A ello se abocó hasta sus últimos días, visitando México y luego California, donde murió el 1 de octubre, a los 91 años de edad, por causas naturales. ~


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