Foto: SounderBruce, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

¿Para quién es la tecnología de asistencia al árbitro en el Mundial de futbol?

Hoy, el arbitraje en el futbol incorpora un arsenal de maravillas tecnológicas que colaboran con los árbitros. Pero, ¿cuál es el lugar de los aficionados con respecto a ese sistema?
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Apenas 158 segundos después del inicio del partido inaugural del Mundial de Qatar, el domingo 20 de noviembre, el árbitro Daniele Orsato confió por primera vez en la nueva tecnología semiautomatizada para la detección del fuera de juego (o SAOT, por sus siglas en inglés). La tecnología se utilizó para anular lo que de otro modo habría sido el gol más rápido de la historia de la Copa del Mundo. Que el gol anulado de Enner Valencia de Ecuador fuera contra los anfitriones de Qatar solo alimentó la controversia sobre la intervención de la SAOT, que generó mucho debate en casa, en el estadio y en línea.

Ese fuera de juego tan cerrado, claro solo para la SAOT, fue técnicamente correcto. Pero el que sea correcto en un sentido más amplio depende de dónde se sitúe uno en los eternos debates sobre los esfuerzos del organismo rector del futbol, la ​​FIFA, para implementar soluciones de alta tecnología que asistan a los árbitros.

En comparación con otros deportes, el futbol ha sido relativamente lento para incorporar las nuevas tecnologías en el arbitraje. Parte del atractivo universal del jogo bonito es su fluidez, su fatalismo y la sencillez de sus accesorios. Cuando yo jugaba futbol de niño, el equipo era limitado: nuestros uniformes eran camisetas azules escritas a mano con marcador negro. Se nos exigía que usáramos espinilleras y copas atléticas, pero pocos de nosotros teníamos tenis de futbol. Los hijos de padres sobreprotectores usaban rodilleras. No estábamos pateando toronjas o calcetines rellenos de periódico, pero nuestro equipo era modesto en comparación con los más costosos aditamentos que se usan en el futbol americano o el béisbol.

Y el material de trabajo del árbitro consistía en un reloj para llevar el tiempo, una pequeña libreta, un lápiz y tarjetas amarillas y rojas para amonestar a un jugador por una infracción lo suficientemente grave. También tenía un silbato para iniciar o detener el juego cuando veía una falta, o si la pelota cruzaba completamente más allá de la línea de meta o fuera del terreno de juego. Los dos jueces de línea, generalmente entrenadores asistentes en los equipos competidores, tenían pequeñas banderas para señalar al árbitro si la pelota estaba fuera de los límites o para sugerir un fuera de juego; siempre sutil y a menudo controvertido.

El futbol en los niveles más altos fue, en gran medida, consistente con esta simplicidad. En consecuencia, el juego (incluso no en su mejor momento) tiene un flujo continuo completamente diferente al de otros deportes puntuados con entradas, bajas, tiempos muertos o demasiadas anotaciones. Sin embargo, para canalizar esta libertad y fluidez, el juego también tiene sus reglas, conocidas formalmente como “las leyes”, que me asombraban cuando era un niño.

Pero los tiempos cambian, y la tecnología también.

E incluso, lo que está en juego. Llegado cierto punto, había demasiados intereses financieros para los jugadores, los clubes, y su organización global, como para simplemente confiar en tres pares de ojos humanos. Sobre todo cuando las audiencias globales en casa podían cuestionar sus decisiones con la ayuda de cámara lenta, acercamientos y repeticiones.

Nada demostró mejor el costo de la falibilidad del arbitraje humano que el controvertido gol de la “Mano de Dios” de Diego Armando Maradona en el partido de cuartos de final de la Copa del Mundo de 1986 entre Argentina e Inglaterra. Mi padre y su amigo Larry estaban entre los más de 100,000 fanáticos en el Estadio Azteca de la Ciudad de México –y muchos millones alrededor del mundo– que vieron lo que el árbitro no vio: a Maradona empujando el balón por encima del portero rival, usando el puño cerrado.

Ese mismo año, el futbol americano experimentó por primera vez con la tecnología de repetición instantánea. A pesar de la controversia y de que la tecnología estaba disponible, la FIFA rechazó la oportunidad de implementarla también en la Copa del Mundo de 1990, argumentando que interrumpiría el flujo del juego. (Muchos años después, Maradona admitiría que el uso de la repetición instantánea habría detenido la Mano de Dios). A pesar de varios experimentos a nivel local, la FIFA siguió resistiéndose a un sistema de arbitraje asistido por video hasta el Mundial de 2018, celebrado en Rusia. Aunque cuatro años antes, en Brasil, sí se había permitido la tecnología de línea de gol que avisa inmediatamente al árbitro en el campo si el balón ha cruzado la línea. El VAR en Rusia y en varias ligas nacionales se ha considerado un éxito técnico, aunque todavía se discute cuál es su costo para la fluidez y la espontaneidad del juego.

En el partido inaugural de Qatar, ni la repetición a toda velocidad ni a cámara lenta del temprano gol de Ecuador contra el anfitrión parecieron mostrar la infracción. Pero la reconstrucción digital proporcionada por la SAOT, hecha con gráficos abstractos derivados de las 12 cámaras superiores del sistema de seguimiento en el estadio, los 29 puntos de datos (también conocidos como partes del cuerpo) de cada jugador y un microchip en la pelota, pudo congelar la parte inferior de una pierna ecuatoriana en posición de fuera de juego. Solo entonces el árbitro, en colaboración con esta tecnología, tomó su decisión, lo que llevó a los comentaristas de Fox en la televisión estadounidense a hablar con reverencia sobre lo “científico” que es el sistema.

Entender como una colaboración esta interacción entre el árbitro, las cámaras, los sensores, el balón con un microchip y quién sabe qué otros elementos, es más que una metáfora. El difunto filósofo francés Bruno Latour contribuyó a germinar la teoría del actor-red, que ayuda a explicar cómo la colaboración entre personas, objetos y dispositivos tecnológicos amplía los dominios científicos y tecnológicos, al tiempo que les proporciona un significado social. Latour redefine lo que normalmente entendemos como actores humanos y objetos como “actantes” aliados en una red. La red asociada con arbitrar un partido de futbol cuando yo era niño se limitaba, en gran medida, a lo que el árbitro podía llevar encima y a esos dos asistentes humanos.

Ahora, la red incorpora un arsenal de maravillas tecnológicas en conjunto con los oficiales humanos. Pero, ¿cuál es el lugar de los aficionados en el estadio o en casa con respecto a esta red?

Para los autores del libro Bad call: Technology’s attack on referees and umpires and how to fix it, la congruencia entre las experiencias dentro de la red es crucial: “[J]uzgar lo que sucede en un campo deportivo no es una cuestión de creciente precisión, sino de conciliar lo que ven los televidentes y lo que ven los árbitros; es una cuestión de justicia”. Sugieren, con razón, que la precisión de la tecnología como VAR y SAOT transforma el campo de juego de un campo real en uno virtual: de uno donde una esfera deformada llena de aire, envuelta en cuero sintético, gira y rebota en la hierba y el lodo, a uno con puntos y píxeles en alguna cuadrícula imaginaria trazada con precisión láser.

El juego se juega y se presencia en el primer espacio, pero se arbitra en el segundo, y todo se hace para hacer cumplir “la ley”.

Sin embargo, la ley es su propia tecnología. El politólogo estadounidense Langdon Winner sugiere que identifiquemos y no solo hagamos una analogía de la legislación con la tecnología. La ley y la tecnología son una misma: son dos cosas que las personas hacen colectivamente para vivir, y dirigen y restringen nuestra capacidad de realizar lo que percibimos como bueno y correcto en el mundo. Si aceptamos la idea de que la legislación requiere ciertas normas e instituciones democráticas para hacer justicia, entonces debemos considerar que debemos tener algunas normas e instituciones democráticas para hacer tecnologías.

En el caso del futbol, ​​esa consideración solo hace más acuciante la pregunta de para quién es realmente la tecnología: ¿para los propietarios de clubes y federaciones nacionales, para los jugadores, los fanáticos, las grandes compañías de medios que financian el espectáculo, o para la propia FIFA? ¿Quién ha tenido voz en la elección de estas tecnologías? Además, podríamos preguntarnos si dichas tecnologías afectan la forma en que la ley podría evolucionar. ¿Necesitamos revisar las leyes del futbol, ​​por ejemplo, la regla del fuera de juego, para reconocer la diferencia entre jugar en un campo real y arbitrar a través de una red virtual en un campo digital? Dada su mala actuación al seleccionar Qatar como sede para esta Copa Mundial, y al supervisar a la nación anfitriona en todo, desde el apoyo a los derechos humanos de los trabajadores de la construcción de estadios y sus ciudadanos hasta el suministro de cerveza a los aficionados comunes, tengo muy poca confianza en que la FIFA haga una elección tecnológica pensando en el interés de los fanáticos o del juego. Tal vez, por ejemplo, la FIFA esté tratando de aprovechar la respetabilidad y la integridad de lo “científico” para reforzar su propia posición.

Entonces, cuando apoyes a tus jugadores y equipos favoritos de esta Copa del Mundo, y el flujo apasionado del juego se vea interrumpido cuando el árbitro consulte al VAR, en lugar de maldecir la demora o servirte otra ración de papas fritas y guacamole, podrías preguntarte: ¿Para quién es realmente la tecnología? ¿Quién tuvo voz en el despliegue de la tecnología? Y, ¿la justicia siempre se sirve con precisión técnica?

Mejor aún, si la vida es un juego, haz estas preguntas cuando no estés viendo la Copa del Mundo y simplemente disfruta o jogo bonito.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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fue director fundador de la School for the Future of innovation in Society en la Arizona State University, donde hoy es vicerrector asociado para el descubrimiento, participación y resultados del Julie Ann Wrigley Global Futures Laboratory.


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