Foto: Neom.com

Ciudades del futuro, entre la promesa y la distopía

Proliferan las que prometen ser ciudades del futuro. El balance entre sostenibilidad, innovación y derechos individuales determinará si son un modelo de progreso o un paradigma de vigilancia.
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La revolución de la inteligencia artificial se está expandiendo mucho más allá de Silicon Valley o Shenzhen. Los Emiratos Árabes Unidos, uno de los países más ricos del mundo debido a sus vastas reservas de petróleo, quiere convertirse en un líder de inteligencia artificial para 2031. Están transformando sus recursos naturales en una plataforma para diversificar su economía y en ese ambicioso camino están canalizando su inmensa riqueza petrolera hacia la atracción de talento y el financiamiento de iniciativas futuristas, disruptivas y supuestamente sostenibles.

En este escenario de competencia global, el espíritu transformador del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de la vecina Arabia Saudita, salió a relucir en su plan Visión 2030 (por allá del 2016), del cual forma parte Neom. Se trata de un desarrollo regional vanguardista construido en medio del desierto, diseñado con la ambiciosa meta de redefinir el concepto de urbanismo en el siglo XXI. La idea de construir ciudades “inteligentes” en medio de un ambiente inhóspito sin duda pondría a ese país como uno de los punteros en la carrera de la quinta revolución industrial.

Concebido como un epicentro global de innovación, el audaz proyecto prometía sostenibilidad, inteligencia artificial y tecnologías muy avanzadas. El control del clima, la movilidad y la generación de energía suponen una reinvención propositiva de cómo debemos vivir los humanos en el futuro. El proyecto promete –o prometía– ser un laboratorio viviente para las ideas del futuro, un espacio donde la tecnología y la humanidad convergen para crear un nuevo estándar de vida y progreso.

Sin embargo, los sueños saudíes de liderar el futuro están chocando con las duras realidades del presente. Recientemente, el director general de la ciudad vanguardista del reino renunció abruptamente después de seis años en el cargo. Incluso quienes no están familiarizados con el proyecto probablemente han visto las imágenes conceptuales de los rascacielos gemelos y espejados conocidos como The Line, una ciudad lineal que se ubicaría en Neom, y asemejan un muro masivo atravesando el desierto. Esta estructura es, sin duda, la pieza más icónica del ambicioso esfuerzo de relaciones públicas de Arabia Saudita para posicionarse como un faro de innovación global.

Además, diversos influencers que residen en Neom han compartido videos sobre su vida cotidiana y están revelando un contraste decepcionante con las promesas de alta tecnología de la ciudad: paseos por calles escasamente pobladas con viviendas uniformes (como de condominio horizontal), visitas a comedores “comunitarios” muy parecidos a los food courts de cualquier centro comercial. Algunos espectadores han comparado a la ciudad del futuro con una “prisión de baja seguridad”.

Uno de los puntos más debatidos en la Agenda 2030 de la ONU son las “ciudades de 30 minutos”. Diseñadas para garantizar que todos los servicios esenciales –desde el trabajo hasta la salud y el entretenimiento– estén al alcance de un desplazamiento breve, estas ciudades buscan reducir las emisiones, mejorar la calidad de vida y fomentar un urbanismo “sostenible”. ¿Hay algo más detrás de esta aparente eficiencia? ¿Habrá riesgos inherentes a la concentración de datos y el posible control de los ciudadanos?

La promesa de las “ciudades de 30 minutos” está intrínsecamente vinculada al uso masivo de tecnología para monitorear y optimizar la movilidad, el consumo de energía y las actividades diarias. Este nivel de vigilancia –cómo el uso de reconocimiento facial, por citar un ejemplo– es necesario para garantizar que el sistema funcione con la precisión requerida, y podría también ser utilizado para limitar la autonomía de los ciudadanos. Al centralizar los desplazamientos y promover un diseño urbano hiperconectado, algunos críticos (que han sido señalados de conspiranoicos) temen que las personas se conviertan en “sujetos urbanos” más fácilmente vigilados y controlados. En lugar de garantizar libertad, estas ciudades podrían restringir opciones y consolidar un sistema donde los habitantes solo puedan operar dentro de los límites predeterminados.

Además, esta visión también plantea interrogantes sobre la exclusión social y la desigualdad. Si bien los recursos se concentran en diseños urbanos ultraeficientes, es probable que áreas menos privilegiadas queden marginadas, perpetuando así una brecha entre quienes tienen acceso a estos espacios “ideales” y quienes quedan fuera de ellos. En el caso de Neom y proyectos similares, el riesgo de que las grandes promesas tecnológicas sirvan como cortina de humo para imponer un sistema de control se hace cada vez más evidente. Aunque los “laboratorios vivientes” como The Line prometen un futuro sostenible, también podrían convertirse en experimentos distópicos donde la libertad individual queda supeditada a una visión tecnocrática del progreso.

Conforme este tipo de iniciativas proliferan, el balance entre sostenibilidad, innovación y derechos individuales será crucial para determinar si estas ciudades representan un modelo de progreso o un paradigma de vigilancia. ~

El autor es fundador de News Sensei, una newsletter diaria con inteligencia, innovación, tendencias, recomendaciones bursátiles y futurología. Suscríbete gratis aquí.

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es abogado y analista político. Fundador de News Sensei, una newsletter diaria sobre innovación, tendencias, recomendaciones bursátiles y futurología.


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