Los drones son un tema cuya importancia rara vez es noticia. Desde 2022, leemos sobre la invasión rusa de Ucrania y la heroica resistencia ucraniana. Pero casi por casualidad nos enteramos del papel fundamental que han tenido los drones en la defensa del país. (Wikipedia: “Fuerzas de sistemas no tripulados de Ucrania”).
Un dron es una especie de mosquito mecánico (más bien, un zángano: drone en inglés) que vuela con hélices, como los helicópteros, teledirigido por un piloto, mientras duren las pilas. (También hay misiles y aviones no tripulados, pero son más grandes.) Puede ser un juguete o incorporar capacidades valiosas para muchos usos: cámaras de fotografía y video, inteligencia artificial, GPS, sensores (de obstáculos, calor, viento, humedad); así como cargar explosivos, armas, fumigantes, semillas, medicamentos, paquetería.
Pueden servir en operaciones militares, policíacas o civiles, de vigilancia fronteriza, costera y urbana; de rescate y salvamento; de topografía y cartografía, construcción y mantenimiento de carreteras, ferrocarriles, puentes, oleoductos, gasoductos, acueductos, líneas eléctricas y telefónicas; de monitoreo ambiental, forestal y agrícola; de represas y edificaciones, parques de energía eólica o solar.
La variedad de modelos y usos ha tenido un crecimiento explosivo. Hay producción de drones en docenas de países, y desde luego en México. La situación se parece a la que hubo en los comienzos de la producción de automóviles: una multitud de microempresas que son realmente firmas de ingeniería con taller adjunto, que diseñan y producen por encargo del cliente.
La Fuerza Aérea Mexicana tiene un centro para el desarrollo de prototipos de drones y otras aeronaves no tripuladas en Atlangatepec, Tlaxcala.
La Secretaría de Comunicaciones y Transportes expidió una norma oficial sobre el uso de drones en el espacio aéreo mexicano: NOM-107-SCT3-2019 (14 de noviembre de 2019). Está en la web. Distingue tres tamaños: hasta 2 kilos, intermedios y más de 25 kilos. Así como tres usos: recreativo, privado no comercial, comercial. Establece normas de registro y vuelo para aparatos y operadores. No se aplica a los juguetes en espacios cerrados ni a las operaciones militares.
Hay drones con inteligencia artificial, GPS y cámaras capaces de identificar una placa de automóvil a 6,000 metros de altura. Con este tipo de drones, la CIA vigila a los narcos mexicanos, a petición de México, desde hace más de dos décadas. Los drones condujeron al arresto del Chapo Guzmán en 2014 y 2016. Pero la importancia de los drones para el arresto no fue noticia hasta febrero de 2025 (“Cayeron capos con drones: WSJ”, Reforma / Wall Street Journal, primero de marzo de 2025).
Tampoco hubo mención de los drones en “el Culiacanazo” (17 de octubre de 2019), cuando la CIA localizó a Ovidio, hijo del Chapo, en Jesús María, suburbio de Culiacán, y el ejército lo sorprendió y arrestó, sin disparar un solo tiro, porque no opuso resistencia. Pero el éxito se esfumó, cuando el alto mando informó al presidente, que ordenó soltarlo, a un costo político que pasará a la historia.
Quizá por ese desenlace, frustrante para los combatientes del narcotráfico, hubo otro episodio extraño. El hijo mayor del Chapo llegó a fastidiarse de vivir a salto de mata. Buscó a la DEA para entregarse como testigo protegido, con ciertas condiciones. Le dijeron que pedía demasiado. Dos años después, le propusieron algo del mismo calibre: Que traicionara a su mentor, el “Mayo” Zambada y lo entregara a los Estados Unidos. Lo hizo el 25 de julio de 2024, sin avisar a las autoridades mexicanas. Ahora está allá como testigo protegido.
Reporteros del New York Times, siguiendo la pista del desánimo de Joaquín, entrevistaron en Culiacán a operadores del Cártel de Sinaloa. Se dijeron atemorizados por los arrestos de los últimos meses. “Dicen que han tenido que trasladar laboratorios a otras áreas del país o pausar la producción”. (“Siente presión cártel de droga”, Reforma, 7 de marzo de 2025).
Publicado en Reforma el 30/III/25.