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El go es un juego de mesa de origen chino, el más antiguo de los que aún se practican. Es, además, y con diferencia, el más complicado que existe (al menos desde un punto de vista matemático): cada jugada ofrece diez veces más opciones que cada movimiento en el ajedrez. La cantidad de configuraciones de tablero posibles en el go es un número mayor que el número de átomos que hay en el universo.
Por ello, hasta hace poco se creía que todavía faltaba al menos una década para que una computadora pudiera ganarle a los mejores jugadores del mundo, tal como en ajedrez, en cambio, ocurrió ya a finales del siglo XX. Sin embargo, en marzo de 2016, un programa informático llamado AlphaGo le ganó a Lee Sedol, múltiple campeón coreano y uno de los mejores jugadores del mundo.
La noticia generó una extraña mezcla de fascinación e inquietud. Estamos acostumbrados a que los ordenadores realicen en pocos segundos cálculos y otras tareas que a los humanos nos llevarían un tiempo incomparablemente mayor. Pero hasta ahora estábamos convencidos de que las máquinas carecían —y siempre habían de carecer— de una cualidad muy nuestra: la intuición. Hasta que llegó AlphaGo a ponerlo en discusión.
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“Algunos pensaban que no lo lograríamos nunca, porque creían que para jugar bien al go hace falta intuición humana”, afirma Shane Legg, cofundador de la empresa británica DeepMind, adquirida hace unos años por Google y desarrolladora de AlphaGo. Por su parte, Demis Hassabis, el otro cofundador, dice: “Si le preguntas a un jugador de go por qué hizo una jugada en particular, muchas veces dirá que fue porque le pareció lo correcto. Entonces, teníamos que desarrollar un algoritmo ingenioso para imitar lo que la gente hace por intuición”.
Los testimonios pertenecen al documental AlphaGo (2017), dirigido por Greg Kohs, centrado en el duelo a cinco partidas entre el programa informático y Lee Sedol. Un duelo que, en la previa, todo el mundo creía que el campeón coreano ganaría con comodidad. “Creo que ganaré 5-0, o quizás 4-1”, declaraba sin falsa modestia el propio Sedol. “Creo que la intuición humana aún está demasiado avanzada como para que la inteligencia artificial la haya alcanzado”. (Las cursivas son todas mías.)
El que ganó 4-1 fue AlphaGo. Se imponía entonces una pregunta evidente: ¿de qué hablamos cuando hablamos de intuición?
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A menudo decimos intuición cuando queremos decir presentimiento. Por ejemplo: va a haber un sorteo que depende del puro azar y alguien tiene “la intuición de que va a ganar”. Dejemos ese pensamiento mágico de lado. El diccionario, por su parte, define intuición como la “facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”.
El alemán Gerd Gigerenzer, director del Instituto Max Planck y autor de libros como Decisiones instintivas: La inteligencia del inconsciente (2007), ha investigado la intuición y es un férreo defensor de hacerle caso a sus mandatos. Explica que las corazonadas “no son un capricho, ni un sexto sentido, ni la voz de Dios”, sino que “se basan en mucha experiencia” y son “una forma inconsciente de inteligencia”.
He ahí la clave: la información que proporciona la mucha experiencia. Una información de la que muchas veces no somos conscientes, y que nos hace comprender cosas de un modo que parece instantáneo, como si fuera mágico, pero no lo es. Sí que necesita de razonamiento, por supuesto, pero este razonamiento es tan veloz que se nos torna imperceptible.
La protagonista de la serie belga Tabula Rasa (2017) es una mujer que sufre amnesia anterógrada. En un momento en que no sabe cómo actuar, uno de los profesionales que la atienden le aconseja: “Usa tu intuición. Es lo más parecido a la memoria”. De hecho, la intuición es también una forma de la memoria. Y es el motivo por el cual muchas veces los jugadores de go, cuando les preguntan por qué hicieron una jugada en particular, no pueden expresarlo de otra forma que: “Me pareció lo correcto”.
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En la jugada 37 de la segunda partida entre AlphaGo y Lee Sedol, la máquina hizo un movimiento absolutamente inesperado. Tanto, que en un principio fue interpretado como un error. Fan Hui, campeón europeo de go, dijo entonces: “Normalmente un humano no haría una jugada así, porque es mala. No sabemos por qué, pero es mala”. De hecho, según las estadísticas de la propia computadora, las posibilidades de que una persona hiciera ese movimiento eran de una entre 10 mil.
Sin embargo, AlphaGo ganó en buena medida gracias a esa jugada “creativa y hermosa”, como la calificó después Lee Sedol. “Pensé que AlphaGo se basaba en el cálculo de probabilidades y que era simplemente una máquina —añadió—. Pero cuando vi esta jugada, cambié de opinión. Arrojó una nueva luz para mí. ¿Qué implica la creatividad en el go?”, se preguntaba el coreano. ¿Sería muy arriesgado decir que lo que llevó a AlphaGo a ejecutar esa jugada hermosa y creativa fue su intuición?
Se me dirá que estoy siendo víctima del efecto ELIZA, que la intuición es una sensación humana y no podemos atribuírsela a las máquinas, como tampoco podemos suponer gratitud en los cajeros automáticos por el hecho de que nos digan “gracias” después de una operación. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos hechos: el cajero está programado para dar las gracias después de una determinada respuesta por parte del usuario. AlphaGo, en cambio, se sacó esa jugada de la galera ante una posición en el tablero que nadie le había indicado. A diferencia de DeepBlue, la computadora que le ganó a Kasparov al ajedrez en 1997 y que había sido preparada por expertos en ajedrez, a AlphaGo la desarrolló gente que no sabía del go más que sus reglas elementales. La máquina aprendió a jugar analizando primero 100 mil partidas y luego jugando contra sí misma una y otra vez. En otras palabras: aprendió a jugar sola.
De todos modos, acepto la objeción. Que la intuición siga siendo patrimonio exclusivo de los humanos. Pero, aunque tengamos que llamarlo de otra forma, lo que hizo AlphaGo es exactamente lo mismo que habría hecho una persona por medio de su intuición.
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En la cuarta partida, con la serie ya definida a favor de AlphaGo (había ganado las tres primeras), Lee Sedol también realizó un movimiento grandioso. La jugada 78. “Fue la jugada de un dios”, dijeron los expertos. La probabilidad de que una persona hiciera ese movimiento era de un 0,007 %. “A esa altura del juego, fue la única que pude ver —expresó sin embargo el coreano—. Era la única opción para mí”. Lee Sedol cumplió la hazaña de ganar esa partida.
Cade Metz, periodista especializado en inteligencia artificial, por entonces redactor en Wired y actualmente en The New York Times, señaló que “al menos en un sentido, la jugada 37 engendró la 78. Engendró una nueva actitud en Lee Sedol, una nueva forma de ver el juego. Él también mejoró a través de la máquina. Su humanidad se expandió tras jugar contra algo inanimado. Y tenemos la esperanza de que esa máquina, y en particular la tecnología que la compone, pueda tener el mismo efecto sobre todos nosotros”.
Para Nick Bostrom, profesor de filosofía en la Universidad de Oxford, “uno de los grandes obstáculos en la manera de tratar de comprender cómo la inteligencia artificial puede impactar en el futuro es la tendencia a dar imagen antropomórfica a los sistemas”. Los ojos rojos de Terminator nos acechan desde el reservorio de nuestros miedos. Pero los expertos confían en que estas tecnologías no solo nos ayudará a vivir mejor, sino que nos permitirá ampliar nuestras capacidades. Quizás ampliar nuestra propia intuición.
Borges escribió que el libro es el más asombroso de los instrumentos del ser humano, ya que, mientras los demás son extensiones de su cuerpo, el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. ¿Es demasiado arriesgado poner ya estos programas informáticos en el mismo estante de instrumentos asombrosos, junto con los libros?
Lee Sedol quedará en la historia, seguramente, como el último humano que pudo ganarle una partida al mejor programa de go de su tiempo. En mayo de 2017 AlphaGo le ganó 3-0 al chino Ke Jie, número uno del escalafón mundial, y pocos meses después perdió 100 a 0 contra AlphaGo Zero, una versión mejorada de sí misma. Dicho de otro modo, los humanos ya no podemos ni ilusionarnos con un triunfo de uno de los nuestros. El objetivo ahora debiera ser que estas máquinas hagan lo mismo que los libros, eso que Cade Metz describió tan bellamente: que nos ayuden a expandir nuestra humanidad.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.