Iba a comenzar diciendo que ayer dos noticias sacudieron al mundo (tuitero): “Los primeros bebés editados genéticamente del mundo” y el “InSight de la NASA aterriza con éxito en Marte”. Pero lo cierto es que #MarsLanding fue trending topic global por unas pocas horas, hasta ser desbancado por la muerte de #StephenHillenburg, el creador de #BobEsponja, mientras que poco a nada se dijo sobre los CRISPR babies.
Son dos noticias (aunque la de los bebés CRISPR no ha sido confirmada) que representan un hito en la historia de la ciencia, y parece que las dejamos sucumbir ante el tsunami de noticias diarias, fútiles y vacuas cuyo único fin parece ser ocupar todos los canales de comunicación todo el tiempo.
Quizás estos eventos no nos sorprenden. Nuestra ¿fe? en el desarrollo de la ciencia se autoconfirma con cada descubrimiento, los logros parecen sucederse tan rápido que hay poco margen para detenerse a mirar el camino andado. “¡Cómo! ¿No habíamos ido ya a Marte?”, se preguntaba alguien en uno de esos grupos infames de WhatsApp de los que no sabes cómo escabullirte –y sí, el InSight es la octava misión de la historia en aterrizar en Marte. Aunque Michael Watkins, director del NASA’s Jet Propulsion Laboratory, diga que la información que obtendrá de la sonda permitirá “reescribir los libros de historia sobre Marte”, quizá llevamos demasiado tiempo oyendo a Elon Musk mandar coches al planeta rojo (con el soundtrack de David Bowie), así que lo que hace la NASA nos parece una obstinación científica. Justo ayer, cuando la agencia espacial hablaba de empezar a conocer, ahora sí en en serio, la estructura interna y la evolución marciana, Musk salía a decir que había un 70% de posibilidades de que él se mude a Marte (ya hay algo parecido a una preventa de boletos).
Con la edición de genes pasa lo mismo. Llevamos años hablando de “los avances en el desarrollo de tecnologías de edición de genomas”, de cómo “la edición del genoma ya está ampliando nuestra capacidad para dilucidar la contribución de la genética a la enfermedad al facilitar la creación de modelos celulares” y de “la tentadora posibilidad de corregir directamente las mutaciones genéticas en los tejidos y células afectados para tratar enfermedades que son refractarias a las terapias tradicionales”. 2017 fue el año de la “terapia/medicina genética” y ahora un investigador chino afirma haber modificado los genes de unas gemelas para hacerlas inmunes al VIH, la viruela y el cólera. Esto ya lo esperábamos, pero ¿qué exactamente? ¿Prevenir la transmisión de enfermedades genéticas? ¿Hacer “mejoras” genéticas para asegurar que los niños tengan una característica particular y sean inmunes a ciertas enfermedades? ¿Qué significa, en verdad, “hacer una mejora genética”?
La ciencia avanza más rápido que nuestros cuestionamientos éticos, o mejor dicho, nos pone frente a nuevos dilemas que hay que empezar a discutir. No hay respuestas binarias, correctas o incorrectas (¿Queremos colonizar Marte (Musk quiere)? ¿Se vale ser una plaga interplanetaria? ¿Necesitamos una nueva especie de super humanos?), pero hay que explicar, razonar y debatir los futuros posibles que ayer supimos eran realidad. Urge una actualización de ética para el mundo real.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.