molar denisova
Molar de un hombre de Denísova. Thilo Parg, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

Un nobel para el estudio de los genes de nuestros antepasados

El biólogo sueco Svante Pääbo fue premiado por un trabajo que nos ayuda a entender mejor nuestra historia evolutiva.
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El pasado 3 de octubre, la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska le otorgó el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2022 al biólogo sueco Svante Pääbo, investigador de la Universidad de Múnich, Alemania. El reconocimiento se le otorgó por sus “descubrimientos relacionados con los genomas de los homínidos extintos y la evolución humana”.

El área que estudia el ácido desoxirribonucleico, o ADN, de los seres vivos se llama genómica. El ADN de cualquier organismo contiene toda su información genética y su análisis nos permite aprender sobre sus características. Por ejemplo, si se analiza una pequeña muestra de saliva humana, se puede obtener información acerca de si la persona tiene propensión a sufrir algunas enfermedades o para saber de dónde provenían sus ancestros. Hoy en día, las personas que llevan a cabo procedimientos de fertilización in vitro pueden solicitar que se analicen los embriones que se produzcan durante el proceso, con el objetivo de descartar aquellos que tengan algún padecimiento de origen genético.

¿Pero qué pasaría si quisiéramos usar esta técnica para aprender sobre los organismos que vivieron hace miles de años? Esto es justo lo que hizo Svante Pääbo, quien fue pionero en un área de la ciencia llamada paleogenómica, que se ocupa de estudiar el ADN de especies que se extinguieron en el pasado.

La ciencia ficción ha imaginado escenarios que podrían derivarse del uso de la paleogenómica. Un ejemplo es la novela Parque Jurásico, de Michael Crichton, donde un grupo de científicos encuentra, preservados en gotas de ámbar, mosquitos antiguos que aún contienen la sangre del último dinosaurio al que picaron. Usando esta sangre, los científicos de la novela logran clonar a varios dinosaurios que se habían extinguido hacía más de 60 millones de años. Con un tema similar, podemos mencionar el cuento “La reliquia”,de Gary Jennings, en el que el Vaticano encuentra una gota de la sangre de Cristo en el Santo Grial y la usa para tratar de clonarlo.

Aunque es poco probable que los científicos logren clonar un dinosaurio o a una persona que haya vivido hace varios cientos de años, la paleogenómica tiene aplicaciones interesantes y puede ayudarnos a entender mejor el pasado y el presente de nuestra especie.

Los seres humanos siempre nos hemos preguntado de dónde venimos y quiénes fueron nuestros antepasados. Para responder esta pregunta es importante estudiar a los homínidos, una familia de primates a la que pertenecemos los seres humanos (Homo sapiens), los orangutanes, los gorilas, los chimpancés y los neandertales (Homo neanderthalensis).

Desde el siglo XIX se empezaron a llevar a cabo estudios sobre los homínidos usando los restos de huesos que se encontraban en excavaciones, analizando su forma y  composición. En particular, los huesos de los neandertales, que se descubrieron en 1856, sorprendieron a los científicos por su gran parecido con los huesos de seres humanos. Entonces se preguntaron si los neandertales serían los antepasados más cercanos de los seres humanos, o si fueron especies que existieron simultáneamente y se mezclaron.

El enigma persistió a lo largo del siglo XX, pues el análisis morfológico de los huesos no proporcionaba pistas suficientes. Por ello, Pääbo, experto en estudiar el ADN antiguo, se dio a la tarea de extraer e investigar el material genético de un Neandertal y compararlo con el de los humanos modernos. Esto no fue una tarea fácil, pues el ADN se degrada con el tiempo, debido a la temperatura y la acidez del suelo. Pääbo desarrolló una técnica para extraer ADN de las mitocondrias de las células de los huesos antiguos. Sus investigaciones fueron un éxito y se publicaron en la prestigiosa revista Science. Encontró que los neandertales y los seres humanos modernos mostraban diferencias sustanciales en su material genético.

Posteriormente, en 2008, Pääbo analizó el ADN mitocondrial de los restos del dedo de un homínido que se encontró en la cueva de Denísova, al sur de Siberia. El hueso del dedo contenía ADN excepcionalmente bien preservado. Al concluir el análisis, el científico descubrió que se había encontrado un nuevo tipo de homínido, al que se bautizó con el nombre del lugar donde fue hallado.

Gracias a los estudios de Pääbo y su equipo sabemos que al menos hay dos tipos distintos de homínidos, los neandertales y los denisovanos, que habitaron en Europa y Asia, mientras que los humanos modernos provienen de África. Sabemos además que el ADN de los primeros se mezcló con el de los sapiens africanos. Más aún, gracias a estos estudios podemos entender el modo en que los genes de nuestros ancestros extintos puede influír en la fisiología de los humanos contemporáneos. Por ejemplo, los genes neandertales afectan nuestra respuesta immune a diferentes tipos de infecciones.

Los seres humanos nos caracterizamos por nuestra capacidad de crear culturas avanzadas, innovaciones tecnológicas sofisticadas, y de crear música, arte, literatura y ciencia. Además, hemos sido capaces de adaptarnos a las condiciones ambientales de los distintos rincones de nuestro planeta. Al igual que los Homo sapiens, los neandertales vivían en grupos y tenían grandes cerebros. También utilizaban herramientas, pero éstas evulucionaron muy poco durante el tiempo de vida de esta especie. Los análisis de ADN que llevó a cabo Pääbo no solamente nos ayudan a entender las características de los neandertales, nuestros parientes extintos más cercanos, sino también a entender mejor nuestra historia evolutiva.

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es comunicadora de la ciencia en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM


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