“La literatura es un vehículo maravilloso para comunicarles la ciencia a aquellos que no son expertos”

La literatura y la ciencia son dos áreas mucho más cercanas de lo que la mayoría de la gente cree, pues ambas necesitan creatividad e imaginación, además de una dosis fuerte de concentración y obsesión por los detalles.
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Crear, comunicar y pensar

La hiperespecialización que inició en el siglo XX tuvo como consecuencia la separación y organización de las ideas en diferentes áreas, imponiendo así una brecha entre las ciencias y las humanidades. Sin embargo, la realidad del ser humano es compleja y por lo tanto requiere de una perspectiva que integre diferentes conocimientos para hacer frente a las problemáticas actuales. Les preguntamos a cuatro autores, cuya escritura e intereses dan muestra de esta intersección entre ciencias y humanidades: Gabriela Frías Villegas, Jorge Comensal, Ximena A. González Grandón y Carlos Chimal, sobre qué ha significado para ellos migrar hacia una forma de ser y trabajar de manera interdisciplinaria.

¿Cómo pasaste de una ciencia que se considera tan fría como las matemáticas a la literatura? ¿Cómo se relacionan estos intereses?

Cuando estaba en el último año de preparatoria tenía que decidir qué carrera estudiar. Mis opciones eran matemáticas y literatura. Me encantaba el rigor y la consistencia de las matemáticas, pero también era una lectora voraz de novelas. Me decidí por la primera, pensando que para mí la literatura es una forma de vida y que nunca la iba a dejar. Más aún, en ese momento me prometí que al concluir la carrera de matemáticas haría una segunda carrera en literatura.

Estudiar la licenciatura en matemáticas en la Facultad de Ciencias de la UNAM fue una de las mayores aventuras de mi vida y una de las mejores decisiones que he tomado. Las matemáticas son uno de mis grandes amores académicos y de un modo u otro siempre están presentes en mi trabajo. Nunca he considerado que las matemáticas sean frías. Cuando pienso en ellas, me vienen a la mente palabras como apasionantes, hermosas, misteriosas e intrigantes.

Mi idea nunca fue abandonar las matemáticas por completo, sino aprender una segunda disciplina. Así, después de dedicarme a las matemáticas por diez años, decidí cursar una segunda carrera en lengua y literatura modernas inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM . Al principio, tuve un choque cultural fuerte. El paso de las matemáticas a la literatura no fue sencillo, porque tuve que aprender un modo distinto de pensar: mientras que en las matemáticas tenía que preocuparme por el rigor y la consistencia, en la literatura debía dejar fluir mis emociones y contar historias. Un día, uno de mis profesores me pidió que escribiera un ensayo sobre los fantasmas en la obra de Charles Dickens. Me sentía rebasada por la tarea de escribir algo sobre un tema sobrenatural y que no tenía relación alguna con el rigor científico. Cuando le expuse el problema a Colin White, experto en literatura inglesa, me contestó: “Para escribir tu ensayo, tienes que dejar de pensar para empezar a sentir.” Gracias a ese consejo, empecé a escribir. Ahora no solo escribo sobre literatura, sino sobre las cosas que más me apasionan en la ciencia.

La literatura y la ciencia son dos áreas mucho más cercanas de lo que la mayoría de la gente cree, pues ambas necesitan creatividad e imaginación, además de una dosis fuerte de concentración y obsesión por los detalles. Tanto las matemáticas como la literatura plantean mundos diferentes a aquel en el que habitamos y exploran lo que pasa en ellos. En algún sentido, el trabajo de los escritores y de los matemáticos es muy similar.

¿Cómo la literatura te ha servido para comunicar la ciencia?

Después de muchos años de estudio, logré unir mis dos pasiones, la ciencia y la literatura, a través de la comunicación de la ciencia. La literatura es un vehículo maravilloso para comunicarles la ciencia a aquellos que no son expertos. Es mucho más interesante aprender sobre ciencia con una historia apasionante, en lugar de hacerlo en un texto árido.

Cuando uno estudia alguna área de la ciencia, por ejemplo las matemáticas, uno aprende cosas muy emocionantes que nunca había imaginado. Sin embargo, es complicado comunicarlas a aquellas personas que no son especialistas porque están escritas en el lenguaje matemático, que usa palabras y símbolos que no tenemos en el lenguaje común. Para convertirme en matemática, lo primero que tuve que hacer fue dominar este lenguaje. Al igual que lo que sucedería si uno quisiera aprender otro idioma, aprender el lenguaje de las matemáticas requiere paciencia, dedicación y muchas horas de estudio. La recompensa es inmensa: poder visitar mundos a los que uno solo puede acceder a través de la imaginación matemática, y cuyo estudio produce una emoción y un placer enorme. Cuando yo visito con la imaginación aquellos mundos matemáticos que me apasionan y me obsesionan, tengo ganas de contarle a todas las personas lo que experimenté. Sin embargo, es un reto narrar una historia que se concibe en el idioma de las matemáticas. Hay que traducirla al lenguaje común sin que pierda su esencia ni su belleza. Y ahí es donde entra la literatura. Si los escritores han logrado expresar temas tan abstractos como el amor, la pasión, el odio o la ternura a través de la literatura, podemos usar las mismas herramientas para hablar sobre el infinito, las geometrías extrañas o los objetos matemáticos. ¿Por qué no usar la poesía para hablar sobre las estructuras algebraicas?

En la literatura, el uso de las metáforas es una herramienta muy poderosa para hablar sobre los sentimientos; en la comunicación de la ciencia, las metáforas nos permiten hablar sobre los temas más abstractos, impresionantes o complicados. Son cruciales para narrar las maravillas de la ciencia. En su ensayo A philosophical enquiry into the origin of our ideas of the sublime and beautiful, Edmund Burke habla de lo que él considera sublime: aquello que produce un efecto artístico con las mayores emociones que la mente es capaz de sentir. Lo sublime nos quita el aliento, nos maravilla y nos aterroriza. Para mí no hay duda de que la ciencia es sublime y que necesitamos usar las metáforas para hacerla accesible.

Durante los quince años que me he dedicado a comunicar la ciencia, he tenido varias oportunidades para presenciar lo sublime de la ciencia. El concepto que más me impresionó como matemática fue el del infinito. Me emocionó mucho saber que en el mundo de las matemáticas existe el infinito y que hay infinitos de distintos tamaños. Esto me inspiró a escribir mi primer libro de literatura infantil titulado Sofía en El País del Infinito.

También estuve frente a lo sublime de la ciencia cuando visité varios de los experimentos más importantes del mundo como coordinadora de comunicación de la ciencia en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. Así, visité el Gran Colisionador de Hadrones, en el cern en Suiza, donde observé el detector atlas, que es del tamaño de una catedral, y que me hizo recordar el modo en que Milton describe a Satán en El Paraíso perdido: es tan grande como el sol. Este experimento me quitó el aliento.

También visité el Observatorio Pierre Auger en Argentina, un experimento gigantesco dedicado a la detección de rayos cósmicos ultraenergéticos, que se originan en los eventos más violentos del universo, como las supernovas. El viaje al observatorio fue uno de los momentos más impactantes de mi vida. Ahí recorrí las pampas amarillas en una camioneta que iba a gran velocidad, para esquivar las arenas movedizas del desierto. Durante la noche, en el observatorio no hay contaminación lumínica y la Vía Láctea se puede observar en todo su esplendor. Al verla, me vinieron a la mente las palabras de Ellie Arroway, en la película Contacto (1997): “debieron haber enviado a un poeta”. Y es que el lenguaje poético es una de las mejores maneras de expresar la emoción por el descubrimiento científico, por ejemplo, la belleza de los amaneceres marcianos que ha capturado el robot Perseverance con su cámara de alta resoluciónComo dice Richard Dawkins, uno de los científicos y divulgadores más importantes del mundo, “la ciencia es la poesía de la realidad”.

Antes que una oposición entre la ciencia y las humanidades, algunos autores hablan de un tercer tipo de conocimiento que abreva tanto del conocimiento científico como de la imaginación y el arte. ¿Qué opinas?

A finales del siglo XX estuvo de moda la hiperespecialización de las disciplinas. Se esperaba que aquellos que estudiaran alguna área de la ciencia se enfocaran en ella durante toda su vida. Al respecto de esto, en 1959 el físico y novelista británico C. P. Snow impartió un famoso discurso titulado “Las dos culturas” donde señalaba que había una ruptura de comunicación entre las ciencias y las humanidades. También señaló que la falta de interdisciplinariedad dificulta la resolución de los problemas mundiales.

A pesar de que yo crecí en la era de la hiperespecialización, nunca concebí que pudiera llevar a cabo mi investigación desde una sola área del conocimiento. Hoy en día, como comunicadora de la ciencia y como investigadora en el Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM, escribo sobre los puntos de encuentro entre la ciencia, las humanidades, las artes y la literatura. La interdisciplina me permite encontrar nuevas perspectivas en los temas que me interesan y escribir textos en los que los lectores participen activamente con su imaginación.

Aunque el acercamiento interdisciplinario al conocimiento me hacía sentir aislada cuando era más joven, hoy en día encontré una tribu de científicos, escritores y artistas que comparten conmigo el interés por llevar a cabo proyectos en los que participan expertos en varias disciplinas. Con los miembros de este grupo, mantengo conversaciones permanentes que enriquecen mi trabajo y que cada día me muestran nuevas y novedosas perspectivas para crear y compartir conocimientos. Entre algunos de mis interlocutores puedo mencionar a Guillermo Martínez, Pablo Amster, Jesús Ramírez Bermúdez, Tania Aedo, Irene Dubrovsky, José Gordon, Gerardo Herrera Corral y Luis Pineda, escritores, científicos y artistas que me han abierto nuevas ventanas al conocimiento y que se han convertido en mis amigas y amigos.

Por otro lado, como pudimos constatar durante la pandemia que hemos vivido los últimos años, el siglo XXI ha traído cambios importantes en el modo en que vivimos. La información y la comunicación han tenido una revolución sin precedentes. Los niños y los jóvenes que serán los adultos del futuro necesitan herramientas para darle sentido a un mundo cambiante e impredecible. Estoy convencida de que la comunicación interdisciplinaria de las ciencias y las humanidades les permitirá apropiarse del conocimiento y situarlo, en lo local y lo global. En este sentido, soy una defensora apasionada y una activa exponente del ahora llamado “tercer conocimiento”. ~

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es comunicadora de la ciencia en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM


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