Hablar por hablar. ¿Te gusta la charla social?

Charla social es aquella que no busca nada más que el placer de conversar, y es placentera porque hace que se sincronicen las ondas cerebrales. Sin embargo, no todo el mundo tiene esa capacidad.
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Si hay una actividad que nos representa como especie, esta es la conversación. Si os fijáis un poco veréis que está en todas partes, que es consustancial al ser humano. Dominar la técnica de la conversación puede implicar ventajas tan importantes como tener éxito social o mantener una adecuada salud mental. Para profundizar en todo esto, os aconsejo que leáis el libro de Estrella Montolío (Cosas que pasan cuando conversamos) y como aperitivo que veáis la charla que dio el pasado 29 de septiembre en nuestra Facultad y que tenéis a vuestra disposición en el repositorio de Zaragoza Lingüística a la carta.

De entre todos los tipos de conversación, el más increíble y mayoritario (el antropólogo R.I.M. Dunbar estima que supone dos tercios del total) es la charla social. Este tipo de encuentros verbales se diferencia de todos los demás porque su finalidad no es práctica. No es que se quiera compartir información o convencer al otro de que haga algo. Nada de eso. En estos casos, la charla es un fin en sí misma. Se produce, simplemente, por el gusto de mantenerse juntos, de compartir. El propio Dunbar propuso en la década de los noventa que esta práctica del hablar por hablar era un mecanismo de cohesión social, similar al de acicalamiento de otros primates, pero mucho más efectivo, puesto que consigue ampliar el número de congéneres con el que el individuo se puede relacionar de manera estable a nada más y nada menos que 150 humanos. 

Para entender de un modo visual qué es esto de la conversación en general y de la charla social en particular podemos recurrir a la metáfora del baile y es que estas dos actividades tienen muchos puntos en común: ambas son extraordinariamente complejas, formadas por multitud de toma de decisiones a tiempo real: al bailar, todas nuestras neuronas motoras deben actuar de forma equilibrada y acompasada con la música y con el bailarín que nos acompaña; de un modo similar, en la conversación, debemos adecuar nuestro comportamiento verbal a nuestro interlocutor y saber qué temas podemos tocar y cuáles no, cuándo debemos guardar silencio, en qué registro tenemos que hablar o con qué tono. Decenas de decisiones complejas y, sin embargo, paradójicamente, para gran parte de los humanos, ambas actividades se desarrollan con naturalidad y sin grandes costes cognitivos. De alguna manera, el cerebro de los sapiens típicos está preparado para conversar y para muchos de ellos también para bailar.  

Una vez más, la neurociencia confirma lo que ya intuíamos al observar la conducta. Como cuenta A. Duñabeitia en su charla de Zaragoza Lingüística a la Carta de 2021, las ondas cerebrales de los seres humanos típicos, cuando están conversando, se sincronizan. Esta sincronización de los cerebros produce en el que la siente un especial bienestar, una sensación placentera que propicia nuevos encuentros. Del mismo modo, Steven Brown y Lawrence M. Parsons encontraron, en la primera década de este siglo, que, al danzar, las neuronas de los bailarines también se sincronizan, ejerciendo el mismo efecto benéfico en el estado de ánimo. 

Pero no todo el mundo es buen conversador, como tampoco todos somos capaces de ser buena pareja de baile. Investigadores de la Universidad de Pittsburgh han encontrado que las personas que están dentro del espectro autista no llegan a sincronizar sus cerebros cuando conversan. Eso no significa que todos sean malos conversando. Las técnicas de la conversación se pueden aprender de forma explícita o imitando a los pares y algunos consiguen hacerlo francamente bien. Sin embargo, el coste cognitivo siempre es elevado. Porque para esta población, la conversación no fluye, sino que se mantiene a través de un control atencional consciente y, por tanto, agotador. Esta es una de las razones principales por las que a las personas en el espectro autista no les suele gustar hablar por hablar. Se trata de la consecuencia natural de un distinto comportamiento neuronal. Lo que cansa no suele proporcionar placer y, por tanto, la motivación no se alimenta. 

Si te gusta la charla social, probablemente sea porque tu cerebro te lo está poniendo fácil. No juzgues al que encuentra complicado acompañarte en las charlas cotidianas. Seguro que encontráis otros modos de contactar. La neurodiversidad puede que sea invisible en muchas ocasiones, pero no por eso deja de ser real y, gracias a la neurociencia, medible.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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