Cuando un joven Charles Darwin se embarcó en el Beagle, no tenía planeado recolectar datos científicos que, eventualmente, cambiarían nuestra manera de ver la vida. Después de todo, Darwin había sido un estudiante mediocre y solo estaba en ese viaje porque había sido contratado como acompañante del capitán. La misión principal del Beagle era sondear el terreno y crear mejores mapas que contribuyeran al desarrollo del comercio.
El objetivo de Fernando de Magallanes, Cristobal Colón y el resto de los exploradores que intentaban encontrar las Indias era expandir el comercio y el alcance de su nación. Y aunque se encontraron con algunas partes de América del Norte, así como con otros lugares y objetos de interés, cabe destacar que estos “descubrimientos” fueron accidentales. Lo mismo ocurrió con los exploradores que iban en busca del Paso del Noreste, como Sir Francis Drake, John Cabot, etc. Sí, ellos también contribuyeron a la ciencia, pero esa no era su misión principal.
En general, solemos asociar la exploración con el descubrimiento, con naturaleza inexplorada, con datos, con nuevos conocimientos y, por supuesto, con la ciencia. Sin embargo, la ciencia rara vez ha sido lo que motiva la exploración. De hecho, hasta hace poco, no era más que un complemento de la exploración. Sin embargo, las investigaciones y la cantidad de recursos, así como un cambio interesante en nuestra percepción, han puesto a la ciencia como el motor de la exploración, al menos, en lo que respecta a la exploración espacial. Todas nuestras misiones con robots fuera de nuestro planeta parecen tener como motivación algún descubrimiento científico: planeamos nuestra misión a Europa para descubrir si hay vida en aquella luna jupiterina y enviamos vehículos exploradores a Marte en busca de agua y la potencial existencia de vida. En resumen, buscamos respuestas científicas.
¿Pero realmente es así?
En esencia, la exploración espacial con robots sirve más para inspirarnos que para motivar el avance científico. Los orbitadores, los módulos de aterrizaje y los vehículos exploradores nos inspiran a ir más allá, a atrevernos a soñar. Desde el punto de vista práctico, las misiones con robots preparan el terreno para las misiones tripuladas. En Estados Unidos, pagamos —con gusto— por los proyectos de la NASA, porque sus logros y sus maravillas tecnológicas son una gran fuente de inspiración y orgullo.
Y, si bien la exploración espacial con robots es inspiradora, la exploración espacial con humanos es algo mucho más personal, mucho más poético, una experiencia plagada de desafíos y peligros con los que cualquiera se sentiría identificado. La exploración espacial humana es una manera de lograr que los países demuestren sus fortalezas y compitan sin tener que llegar a la guerra. Es nuestra alternativa a la destrucción mutua asegurada, alternativa que no ha cambiado desde la Guerra Fría (una alternativa alentadora y constructiva, por suerte).
Los estadounidenses estamos muy orgullosos del éxito de las misiones del programa Apolo. Durante 47 años, hemos sido el único país que logró llevar al hombre a otro cuerpo celestial y, durante ese tiempo, hemos disfrutado del prestigio que nos dio ese logro. Pero eso está a punto de cambiar. El gobierno chino tiene un plan ambicioso y gradual para enviar a la Luna módulos de alunizaje, humanos y, finalmente, una colonia entera. Hay muchas empresas privadas, de Estados Unidos, de la India y de muchos otros países, que tienen planes relacionados con la Luna. ¿Qué pasará con la moral estadounidense cuando China, India y la Unión Europea logren llevar a alguien a la Luna y nos quiten el honor de ser los únicos en haber llegado? ¿Cómo reaccionaremos si otros países llegan a Marte primero?
Después de la era de las misiones Apolo, dejamos de producir la tecnología que nos permitía llegar a la Luna, en especial, el Saturno V, el inmenso cohete necesario para llevar cargas tan pesadas. No fue sino hasta 2004 que eso cambió, cuando el presidente Bush anunció que volveríamos a la Luna, como una suerte de escala antes de llegar a Marte. Comenzamos a construir los cohetes Ares I y V en pos de esos lanzamientos. Sin embargo, ese programa, conocido como proyecto “Constellation”, fue cancelado en 2010.
Ese mismo año, la Ley de Autorización de la NASA (NASA Authorization Act) diseñó un plan para enviar a los seres humanos a un asteroide antes de 2025 y a Marte en 2030. La NASA, la comunidad científica y las potencias en ingeniería aeroespacial se sumaron a esta nueva visión y comenzaron a trabajar. Los diseñadores gráficos hicieron un trabajo fantástico y crearon líneas de tiempo y prototipos de transporte y viviendas realmente inspiradores.
Y, ahora, la administración de Trump afirma que vamos a volver a la Luna. Probablemente, esto se deba al surgimiento de empresas privadas con mucha influencia, como Virgin Galactic, SpaceX, Orbital, Blue Origin, Bigelow, etc.
Pero, un momento. ¿Adónde íbamos? ¿A la Luna, a un asteroide, a Marte, a las estaciones espaciales? ¿Qué estamos buscando realmente? Si no podemos ponernos de acuerdo en un objetivo para explorar nuestro sistema solar, debemos inferir que no hay un motivo principal para que la humanidad busque llegar a un cuerpo celeste y no a otro. Sin embargo, queremos hacerlo. Entonces, claramente, la ciencia no es lo que nos impulsa. Tampoco es el comercio, a pesar de los rumores sobre grandes riquezas en asteroides.
El hecho de que no haya un objetivo fijo significa que lo importante es ir, no llegar. Y, si lo importante es el viaje en sí, entonces el objetivo es demostrar valentía e innovación y ser los primeros, los más rápidos y los mejores; en pocas palabras, es una competencia. La exploración espacial humana es importante por una cuestión de grandeza nacional en comparación con otros países. Y así es que seguimos con la misma mentalidad de la Guerra Fría.
Cuando otros países alcanzan algún objetivo, en lugar de unir fuerzas en pos del progreso de la raza humana, sentimos que fracasamos, y eso nos molesta, nos genera resentimiento y, principalmente, nos vuelve peligrosos.
Una solución podría ser no fracasar y, por ejemplo, pensar que nuestro país necesita llegar a la Luna y a Marte.
Otra solución sería colaborar con otros países. ¿De qué manera quieren convivir en Marte los científicos de Estados Unidos (de NASA, SpaceX y otras organizaciones privadas) con los científicos de China, India, Rusia y la Unión Europea? ¿Planean vivir en módulos no estandarizados a una distancia “segura” de los otros? ¿En un entorno tan extremo, preferirían mantenerse alejados? ¿O acaso sería mejor comunicarse y colaborar, incluso cuando no lo hacen en la Tierra?
No hay que esperar a que surja la colaboración. Debemos tomar más y mejores medidas para crear y fomentar la colaboración en la exploración espacial. Debemos facilitar la creación de asociaciones espaciales público-privadas, incluso entre naciones. Podemos esforzarnos más en las reuniones internacionales relacionadas con el espacio para crear entidades de colaboración multinacional. Podemos trabajar para desarrollar estándares internacionales que beneficien a todo el mundo.
En un principio, la exploración estaba centrada en multiplicar las riquezas y expandir las naciones. Pero la exploración espacial podría ser diferente: podría estar centrada en nuestra especie. Sin duda, algún día llegaremos a Marte, y es importante asegurarnos de que ese pequeño paso sea realmente un gran salto para toda la humanidad.
Future Tense es una colaboración entre la Arizona State University, New America y Slate.
es Directora de la School of Earth and Space Exploration en Arizona State University. Estudia la formación de planetas habitables.