Que la tecnología robótica provoca el desplazamiento de trabajadores humanos no es nada nuevo. Hasta existe un sitio que te dice qué tan probable es que tu trabajo desaparezca. Se prevé que los robots toquen todos los sectores laborales y reemplacen a los humanos en labores repetitivas. Según el panel de expertos que participó en el debate público llamado “Cómo reorientará nuestras vidas la robótica durante las siguientes dos décadas”, esto no es necesariamente malo, ya que se pueden eliminar trabajos aburridos y dar paso a las nuevas ocupaciones que se generen gracias a esa tecnología naciente. Al respecto, resulta muy ilustrativo el ejemplo expuesto en Freakonomics: a principios del siglo XX la industria manufacturera de pianos estaba en su apogeo. 1905 fue el año en que más pianos se fabricaron: 400 mil piezas destinadas principalmente al entretenimiento casero. Pero algo amenazaba las gloriosas ventas del piano: el fonógrafo. Aunque fue inventado en 1877, empezó a competir con el piano en 1915 y para 1919 ya lo había eclipsado. Actualmente se fabrica solo un 8% de los pianos fabricados en 1905. Muchos trabajos se perdieron, pero nació la industria discográfica, que ha generado otros tantos. A eso se le llama destrucción creativa.
Hasta aquí todo parece ir bien. Si llegaron los robots es para tomar los trabajos aburridos, sacudir a las industrias y crear nuevos campos de trabajo. El pero llega cuando el nivel de avance de la tecnología supera la creación de nuevos trabajos y no hay espacio en las nuevas industrias para los trabajadores cuyas labores quedan obsoletas. Por ejemplo, si en el transporte público se utilizara la tecnología sin conductor, ¿estarían listos los choferes para integrarse a la industria de programación, diseño o protección de datos? ¿Cómo podría remediarse, aunque sea temporalmente, esta situación? La propuesta de Bill Gates es que se establezca un impuesto al uso de tecnología robótica que reemplace a trabajadores humanos. Cuando te desempeñas como parte de una compañía obtienes un ingreso y ese ingreso está gravado. Si las empresas sustituyen las labores humanas, tanto ese ingreso personal como los impuestos que corresponden a ese ingreso dejan de existir. Según Gates, con un impuesto a los robots se disminuiría el avance de la automatización, se daría espacio para encontrar otras fuentes de trabajo para los humanos y se tendrían recursos suficientes para mejorar la educación y programas sociales como el apoyo a personas con capacidades diferentes y a los adultos mayores. Gates no cree que las compañías que usan tecnología robótica tengan problema alguno con pagar este impuesto. Pero para sus detractores, la propuesta de Bill Gates está equivocada, ya que la tecnología robótica no debería ser desincentivada y el acento debería ponerse en otorgar un salario básico universal cuyos fondos tendrían que venir de otra fuente de ingresos gubernamentales, no de un impuesto a los robots. Las tecnologías que deberían desincentivarse, argumentan, son las más contaminantes.
Si los robots siguen mejorando y especializándose, ¿qué trabajos nos van a quedar a nosotros, los humanos? Por un lado se dice que los trabajos creativos son los que sobrevivirán a la supuesta hecatombe laboral robótica. Por el otro, se especula que el futuro laboral implica colaboración entre humanos y robots, más que sustitución: así lo ha planteado el Parlamento Europeo en las recomendaciones a la Comisión sobre normas de derecho civil en materia de robótica. Este parlamento incluso ha planteado la posibilidad de que los robots más sofisticados y autónomos sean considerados en el futuro personas electrónicas para efectos de dilucidar responsabilidades. El tema de la personalidad de los robots es suficientemente amplio como para tratarlo en otro artículo, pero viéndolo únicamente desde la perspectiva fiscal, implicaría que un robot puede ser tasado como cualquier persona física o jurídica por sus ingresos.
Desde la perspectiva menos pesimista del reemplazo de trabajadores humanos por robots, se dice que la automatización no es una determinante severa para la pérdida de empleos, y que son más bien la falta de demanda y la obsolescencia tecnológica los elementos que más influyen en su desaparición. Hasta la fecha, solo uno de los 270 trabajos listados en el censo realizado en Estados Unidos en 1950 ha desaparecido cómo consecuencia de la automatización: el de operador de elevadores. Lo que probablemente no se toma en cuenta en estos datos es que la tendencia actual indica un boom de la automatización de la mano de la inteligencia artificial. Tampoco se toma en cuenta que esta época avanzará tras haber superado lo que se conoció como el largo invierno de la inteligencia artificial, cuando se creía que el sentido común y actividades simples como el reconocimiento facial estaban lejos de las capacidades de una inteligencia artificial y se cortó el presupuesto para su investigación. Sin embargo, nada de esto necesariamente implica un futuro sin trabajo para los humanos.
Tal vez el reciente impulso de la automatización nos coloca en un momento de incertidumbre porque, aunque mucho se especula, no se puede saber ni predecir con claridad cuál será el efecto de la tecnología robótica en el campo laboral. A través del impuesto que propone Bill Gates, a la vez que se evita una pérdida parcial de la recaudación fiscal, se mantienen los recursos destinados a programas sociales, aunque esa externalidad también puede ser vista como una solución para algo ante lo cual no se sabe cómo actuar: si la tecnología robótica tiene el potencial de dejar a la gente sin trabajo, necesito obtener recursos para saber qué hacer con esas personas. En otras palabras, si el autómata te sustituye, que el autómata (a través de la corporación) pague. ¿Funcionaría este modelo en todos los lugares del mundo o sería solo una carga tributaria más?
Nació el mismo año que se estrenó Blade Runner. Abogada, especialista en tecnología y protección de datos.