Terry acude a terapia para controlar sus estallidos de ira. Esos desfogues le ocasionan problemas en el trabajo y la colocan al borde del divorcio. Su terapeuta le prescribe una película: Changing Lanes, con Ben Affleck y Samuel L. Jackson, una historia sobre dos sujetos iracundos y vengativos. Terry se fía del juicio de la terapeuta y ve el filme con Greg, su esposo, a quien le impide quedarse en el arcén de los acontecimientos. La proyección es motivo de más discusiones. Pero pronto, Terry detecta, sorprendida, las similitudes entre ella y los personajes. Gracias a las reflexiones en torno a la película, Terry es capaz de manejar ahora su ira con éxito. Esto es el Cinema Therapy, evolución natural de la biblioterapia, recurso muy usado por los psicoanalistas. Desde que el periodista Norman Cousins sanara gracias a las cintas de los hermanos Marx, terapeutas, consejeros, entrenadores personales e instituciones médicas utilizan películas para salvar matrimonios y curar enfermos. ¿Es eso posible?
En el competido mercado de los psicoterapeutas creativos, donde figuran, por ejemplo, Gary Solomon, conocido como “El Doctor Película”, autor del popular The Motion Picture Prescription: Watch This Movie and Call Me in the Morning, John W. Hesley y Jan G. Hesley, firmantes del libro con el no muy original título Rent Two Films and Let’s Talk in the Morning, entre otros, descuella Birgit Wolz, escritora de Cinema Therapy y E-Motion Picture Magic: A Movie Lover’s Guide to Healing and Transformation, y terapeuta de Terry y Greg. Wolz desarrolla su propio método de atención llamado Cine Alquimia basado en tres estrategias: la evocativa, la recetada y la catártica. La evocativa consiste en trabajar con aquellos filmes que al paciente le mueven, perturban o enternecen. Wolz profundiza en estos sentimientos para explorar los problemas que atormentan al cliente. En la recetada, Wolz prescribe una cinta para atacar un problema específico. Y con la tercera estrategia, la catártica, Wolz busca estimular los neurotransmisores con películas que hagan llorar o reír al paciente y así desbloquear sus emociones.
Para cada desorden mental, hay un remedio, una película. As Good as it Gets para el comportamiento compulsivo, Brokeback Mountain para la homosexualidad no asumida, Leaving Las Vegas para la dependencia al alcohol, Ordinary People, para las tendencias suicidas, Hugo para la depresión neurótica, Moneyball para el trastorno de ansiedad, The Truman Show para el delirio persecutorio, etcétera. El cine alivia, rehabilita y sana al espectador de toda clase de perturbaciones mentales. Por esa razón, Wolz insiste en que el terapeuta debe llevar de la mano al paciente por este proceso de abstracción para sacar su mejor beneficio. La psicoterapeuta advierte, incluso, de los peligros de la automedicación de películas.
Birgit Wolz tiene una estrategia adicional: la hipnoterapia. Wolz considera que cada paciente es protagonista de su historia. Y la historia que le interesa es la que ocurre dentro de la mente del cliente. La terapeuta induce el sueño en el paciente y lo hace vivir su aventura echando mano del viaje del héroe de Christopher Vogler. El paciente atraviesa por los doce puntos que conforman el diseño de Vogler. De esta forma, según Wolz, el cliente enfrenta sus miedos y desafíos personales hasta alcanzar un desenlace feliz. Con todo, esta epatante estrategia tiene un riesgo.
La implicación de los espectadores en el ámbito de la fascinación es vital en el uso del cine como tratamiento para los trastornos mentales. (Esta implicación se expone en el epílogo de la novela de ciencia ficción Red Orc’s Rage escrito por el médico A. James Giannini). Los pacientes con desórdenes mentales, principalmente adolescentes y adultos jóvenes, blancos del cine, viven una realidad interna y externa. La primera es un reflejo imperfecto de la segunda. Esta realidad interna es un mundo fantástico con reglas y lenguaje simbólico propios. El terapeuta encuentra en este lugar la raíz de los traumas del paciente. Pero entrar en este mundo es el primer desafío para el psiquiatra, pues el paciente reordena su universo ante cualquier amenaza. Para evitar extraviarse en este mundo proteico, el terapeuta debe configurar uno con referencias que le sean conocidas: una película. Con una cinta el terapeuta busca tener acceso al mundo del paciente, a sus múltiples escondrijos. Y el paciente, al relajar sus mecanismos de defensa, permite así la detección y eventual solución a sus problemas mentales.
“Si tu vida es insoportable, entonces imagina que la vida que estás viviendo no es la tuya sino la de alguien más”, dice Chin-Ning Chu, autora del best-seller Thick Face, Black Heart. Sobre esta idea descansa la terapia de cine: guardar distancia de los problemas para luego enfocarlos desde una perspectiva distinta. Y esta distancia se alcanza viendo una escena o convirtiéndose en un héroe de ficción mediante la hipnosis. El riesgo en ambos casos es la deriva mental: la linde que separa las dos realidades en las que vive el paciente psiquiátrico puede volverse vaga e imprecisa, ocasionándole fuertes alucinaciones producto de una esquizofrenia agravada.
Sigmund Freud consideraba al cine como una manera de entretenimiento muy vulgar que no merecía estudios serios. A este respecto, el psiquiatra norteamericano Harvey Roy Greenberg cuenta la siguiente anécdota: En Viena, un abogado cinéfilo y admirador de Freud asiste, en compañía de su sobrino, al KREUZKINO, un cine del centro que proyecta películas hollywoodenses. Al término del programa doble, las luces se encienden y el abogado reconoce entre el público a un viejecito con un chal sobre los hombros. “Das ist der Sigmund Freud!”, le dice al sobrino. Patidifuso, el abogado mira al famoso psicoanalista conversar animadamente con una joven pareja. Quizá la primera beneficiada de la terapia de cine.
Guionista egresado con Mención Honorífica de la carrera de Ingeniería Industrial y de Sistemas por el Tecnológico de Monterrey.