Una de las confusiones más comunes en las reacciones a la muerte de Roberto Gómez Bolaños es la dificultad para distinguir entre autor, obra y recepción de la obra. No es raro que, en el caso de un autor famoso, la percepción de las tres vertientes se funda en una sola. El problema con esas posturas es que trasladan juicios personales a sitios que no corresponden. Idealmente, una obra no debería ser condenada por las acciones del autor.
La confusión tiene importancia porque en Chespirito confluyen varios elementos que ameritan una revisión más concienzuda. A nivel personal, Gómez Bolaños sostuvo opiniones políticas polémicas —como el apoyo a la guerra contra el narco de Felipe Calderón—, posturas personales muy desafortunadas —como su lucha por la penalización del aborto— y acciones profesionales cuestionables —como la presentación del elenco de El chavo del 8 en países con dictaduras militares. No obstante, la fama de Gómez Bolaños no proviene de esas posturas, sino de su trabajo como creador de series televisivas y largometrajes. Ése es el cuerpo de su obra, no sus opiniones.
Con todo, hay que decir la obra de Bolaños es repetitiva a nivel temático y plana en un nivel formal. Esto es entendible una vez que se contextualiza en el resto de las producciones de su casa productora, Televisa. La televisión que hizo Gómez Bolaños posee ciertas características que son paradigma de una época: el bajo presupuesto, la narración estacionada en el sketch, los chistes repetidos una y otra vez durante decenas de episodios —“¡Chusma, chusma!”, “No te doy otro nomás porque…”. Hay riqueza, cierto, en algunas interpretaciones —las de Ramón Valdés, un cómico de una familia de cómicos con alcances muy superiores a los de sus compañeros de set—, en algunos chistes (unos pocos de humor por encuadre, como el primero de este video), en algunos incipientes atrevimientos formales, como efectos sonoros y visuales, pero el conjunto es un tanto desafortunado. Sus películas no son muy diferentes. Hijos de su época, los programas de Bolaños son muestra de un sistema de producción que se mantuvo prácticamente inamovible durante unos treinta años. La barra cómica de ese canal, cancelada apenas el año pasado, no difería mucho en forma y contenido de las series de Gómez Bolaños y otros comediantes de la época.
Televisa tardó mucho tiempo en sumarse a la producción de programas televisivos con parámetros de producción más “cinematográficos”. Durante años —e incluso hasta hoy, aunque ya existen varias excepciones a la regla—, los programas “narrativos” (las comillas no son caprichosas: algunas de las comedias, pese a tener personajes fijos y larga vida, narraban poco o casi nada) de Televisa se ajustaron a ciertos lineamientos que prácticamente no cambiaron: telenovelas y “series” buscaban economizar al máximo en escenografía y filmación, al tiempo que sus tramas y personajes se encajaban en fórmulas probadas desde décadas atrás. (La evolución de la televisión estadounidense sirve para contrastar: pensemos en el abismo de distancia entre la sitcom multicámara y la serie de comedia contemporánea más avanzada: The Big Bang Theory y Community parecen estar a años luz de distancia.) El resultado fue un estilo visual y narrativo sin mucho lustre. En cierta forma, Televisa (y posteriormente TV Azteca) llevó la producción en serie de programas de televisión a su punto máximo de explotación y, paradójicamente, también al más bajo en cuanto a calidad artística se refiere. Algunos apuntes valiosos sobre el asunto están en Telenovelas y series: dos puntos en tensión, de Alonso Ruvalcaba.
La extraordinaria reacción a su muerte en todo el mundo —principalmente en América Latina, donde sus dolientes se cuentan por millares y muestran un cariño pocas veces visto— refleja a un personaje cuya obra encontró resonancia en varios países. Es innegable su condición de icono latinoamericano, pero es esa misma condición la que genera la pregunta: ¿cómo una obra con esos atributos estéticos y estilísticos logró una resonancia tan amplia? ¿De qué forma se elevaron esos programas a la estatura de “clásicos” populares, pese a las muchas objeciones formales que pueden plantearse en torno a ellos?
La respuesta es simple, pero a menudo se extravía en la bruma de las décadas: la obra de Gómez Bolaños es famosa en México y Latinoamérica porque ocurrió en un contexto que así lo permitía. En 1968, año en que Gómez Bolaños comenzó su etapa televisiva con Los supergenios de la mesa cuadrada, Televisa reinaba sola en la televisión nacional: TV Azteca aparecería hasta 1993, y la televisión por cable no se vería consolidada sino después de varios años, e incluso en ese caso, Televisa poseía Cablevisión, la empresa más grande del ramo. Su señal llegaba a prácticamente todos los hogares mexicanos que tenían un televisor. No era una opción entre varias: era la única opción.Y, en su momento, hubo pocas personas con más privilegios que Gómez Bolaños, quien llegó a tener hasta tres programas transmitiéndose simultáneamente en varios de los casi treinta años que colaboró en Televisa. Sus series se transmitieron en varios países, y sus números son difíciles de igualar incluso en esta era de medios masivos. Las cifras no son oficiales, pero Forbes afirmó en 2012 que 91 millones de personas veían a diario El chavo del 8, mientras que Univisión reporta que, en su primera etapa, El chavo llegó a 60 puntos de rating. En 2011, Excélsior aseguraba que, en 1975, la serie llegó a ser vista por 350 millones de personas a la semana.
En este contexto, es comprensible que la comedia de Gómez Bolaños —que además abordaba temas que calaban hondo en el imaginario latinoamericano, como la pobreza y la marginación— haya triunfado rotundamente. Su éxito, aunque inapelable, está cimentado en prácticas de monopolio y en la escasez de alternativas de la época.
Burlarse del sentimiento de luto que México y otros países demuestran por la muerte de Chespirito no revela tanto inteligencia como oportunismo y afán de superioridad ante el dolor ajeno: las risas que provocó en miles de personas no pueden reprocharse, y su figura permanecerá rodeada de agradecimiento por sus incontables televidentes. Aprovechar la ocasión para repensar su éxito, en cambio, nos puede llevar a comprender los procesos de distribución y conquista de mercados de una televisora que ha mostrado pocos avances en cuanto a aquellos tiempos. La misma televisora que, frente a la muerte de uno de sus más grandes iconos, no pudo evitar aprovecharse de otra forma que convirtiendo el funeral en un último golpe de rating.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.