Hay quien asegura que el Batman de las películas de Christopher Nolan es la versión definitiva del superhéroe. Falso: si hay algún tema que las películas de Nolan no tocan es a Batman mismo. Nadie puede decir que esa versión del superhéroe sea memorable, porque nadie recuerda con claridad la dupla Wayne/Batman: todo el poderío de esas versiones se encuentra en los secundarios. Mejor actuados, mejor pensados; quizá, mejor escritos. Afortunadamente, no es ése el único Batman posible –qué terrible mundo uno en el que no se pudiera ver más allá de la torpeza nolanesca: el díptico filmado por Tim Burton en 1989 y 1992 es bastante superior.
Batman(1989) arranca con una presentación que hace creer por un momento al espectador que está a punto de mirar el asesinato de la familia Wayne: un padre, una madre y un hijo buscan con torpeza un taxi por las calles de ciudad Gótica para trasladarse al cine. No lo hallan, pero sí se encuentran con un par de ladrones que los asaltan en un callejón oscuro. Batman no impide el robo, pese a estar vigilando en las alturas, pero sí ejecuta el castigo –una curiosa actitud, de ira casi bíblica, como de antiguo testamento: aparece sin que sus víctimas lo noten, en clave de cine de horror, y se presenta teatralmente antes de caer sobre ellos. La escena sintetiza al Batman de Burton: capaz del humor, de la gesticulación; un Batman que, pese a su calidad de justiciero, no se presenta como solemne redentor.
Como regla general, un buen Batman no es posible sin un buen villano: en la primera incursión de Burton en el mito del hombre murciélago, el Guasón es el encargado de hacer frente al superhéroe. El Joker de Jack Nicholson es visiblemente más violento que el de Ledger –aunque este tampoco es una insinuación. La diferencia entre ambos es el tono y el contexto en el que se encuentran: el de Ledger se define a sí mismo como un agente del caos; miente al jurar no tener un plan definido y asegura actuar por diversión, por anarquía (para moverse por mera anarquía, empero, tiene una teoría bastante elaborada de sí mismo); el de Nicholson es menos palabrero: dice menos sobre sí mismo, pero parece divertirse más. Sus asesinatos son grandes bromas: mata a un jefe criminal electrocutándolo con un dispositivo en una mano y calcinándolo por completo. ‘You’re a vicious bastard, Roteli’, bromea con el cadáver aún humeante.
Burton, dice él mismo en alguna entrevista, no era un fan confeso del murciélago y no conocía su obra a fondo. Posible, pero dudoso: dos claves lo delatan. La primera, el uso de las pantallas de televisión para contar la historia. (Ejemplos: uno,dos, tres, cuatro.) Este recurso parece el eco de uno anterior, también del murciélago, pero en el cómic: el de The Dark Knight Returns, publicada apenas tres años antes del estreno del filme de Burton, y sus constantes pantallas televisivas. La otra clave es el comportamiento de su Guasón: aunque el tono festivo, carnavalesco, es herencia de la actuación de César Romero en el Batman sesentero, lo es también del comportamiento maquiavélico del Guasón de Alan Moore en The Killing Joke. (Nota al calce: Nolan copió casi cuadro por cuadro la secuencia del interrogatorio entre el Guasón y Batman de The Dark Knight de The Killing Joke; hizo lo mismo con la escena de la azotea de The Long Halloween.)
El primer Batman de Burton finaliza de una forma que en comparación con el final que da Nolan a sus villanos parece atrevidísimo: el Guasón cae varios pisos abajo, se estrella contra el pavimento y muere, todo por obra de Batman, quien se convierte así en asesino ¿involuntario? Quizá no tanto: en el enfrentamiento final de ambos, en lo alto de una torre de iglesia a la que el murciélago acude a salvar a la damisela en peligro de ocasión, Kim Basinger, y después de derrotar a un par de secuaces del payaso, salidos de un enorme hueco en el guión, Batman sujeta al Joker por las solapas del traje y le espeta claramente: ‘I’m gonna kill you’. Otro director, otro Batman.
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En el apartado estético, la gran ganadora de la visión de Burton es Batman Returns (1992). Si el primer Batman estaba enmarcado por la celebración del bicentenario de una decadente ciudad Gótica, el segundo transcurre en fechas navideñas. Un apunte: Batman Returns tiene una película dentro de la película. La narración del destino del bebé Cobblepot, antes y durante los créditos iniciales, refiere de inmediato a la fábula de la salvación del bebé Moisés: los padres Cobblepot, aterrados ante la posibilidad de un hijo monstruoso, arrojan al bebé en una canasta al río que da al desagüe, donde seguramente morirá. Esta secuencia es bellísima y tristísima al mismo tiempo:
Años después, el Pingüino –magistralmente interpretado por Danny DeVito– volverá a reclamar su trono como heredero del poder y la fortuna de ciudad Gótica. Ayudado en sus intenciones de tomar el control de la ciudad por Max Shreck –el nombre-referencia más obvio de la historia del cine–, un Christopher Walken particularmente maligno, el Pingüino se convertirá, igual que el Guasón, en una contraparte y paráfrasis del Batman de Bruce Wayne. El perdón de Cobblepot a sus padres, ante cientos de cámaras y reflectores, es también particularmente cristiano:
El apunte más interesante de esta cinta es ese: el juego de la doble identidad; el comparativo entre héroe y villano. El Pingüino –igual que el Guasón, aunque este tema no fue explotado en la primera cinta– es una versión retorcida del mismo Batman.
Por su parte, Michelle Pfeiffer es una Gatúbela cuya primera aparición parece un homenaje al encuadre del panel de cómic:
(El cuadro de Burton es más rico que el de cualquier director que haya tomado la saga posterior a él.)
Batman se enfrenta a tres villanos, en varios tiempos; el amor que Gatúbela le profesa impide que el conflicto entre ambos se convierta en una batalla mayor. Schreck sí muere, asesinado por ella; mientras que el Pingüino encuentra su final en una escena patética: el niño sin padres, consumido por su infeliz infancia, muere ante otro niño huérfano que ha hecho de sus propios fantasmas el motor de su existencia. Viéndolo así, Burton ha sido el único capaz de trazar el desenlace de la vida de Batman con claridad: no hay esperanza posible para el hombre que vive enmascarado por su locura.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.