Intenta, intenta, intenta, intenta pensar en algo diferente.
¡Oh, Dios mío, líbrame de enloquecer!
(Botas, botas, botas, botas, ¡arriba y abajo otra vez!)
¡No hay descanso en la guerra!
“Botas”, Rudyard Kipling
(Traducción de Xavier Villaurrutia)
La humanidad lleva milenios obsesionada con su propio final. En la era moderna, esta angustia apocalíptica encontró su camino hacia el entretenimiento, ese espejo magnificador de las ansiedades colectivas. Recientemente, se ha manifestado en cuatro obras de ciencia ficción: El planeta de los simios: nuevo reino (2024), Furiosa (2024), The Last of Us (2023-) y El Eternauta (2025). Estas ficciones coinciden en un rasgo narrativo: el apocalipsis no implica la aniquilación de la humanidad. El final es apenas el principio. El colapso social no implica la muerte de la civilización, sino el nacimiento de una nueva, rara vez mejor.
La serie original de El planeta de los simios era una reflexión pesimista sobre la imposibilidad de la raza humana para convivir con otras razas. La segunda saga, que comenzó en 2011 y sigue hasta hoy, expandía las inquietudes de la original en interesantes direcciones, concentrándose en las problemáticas del liderazgo y las tensiones entre el pacifismo —encarnado en César, el chimpancé que lideraba la rebelión— y la militancia armada —manifestada en Koba, un bonobo que traiciona a César para buscar erigirse en dictador—. El arco culmina con la llegada a una “tierra prometida”: César muere contemplándola a la distancia, en una entrañable reinterpretación del mito de Moisés.
La más reciente entrega, El planeta de los simios: nuevo reino, sucede varias generaciones después. Aquí hay una de las observaciones más filosas de la saga. De forma similar a algunos conflictos armados reales inspirados por antiguas religiones, las enseñanzas de César han sido distorsionadas y utilizadas para sostener un discurso belicista que busca obtener tecnología militar humana para someter tanto a simios como a humanos. El plan es frustrado por la llegada de Mae, una humana que establece lazos con los simios, pero sin perder la desconfianza que le dejó la marginación. Esto marca un eco con lo que representó Koba: la opresión engendra resistencia; la guerra no se responde con sumisión, sino con más guerra. Al final de la película, Mae contribuye a que los humanos recuperen parte de la tecnología avanzada que hizo que dominaran la Tierra, anunciando que simios y humanos tendrán futuras confrontaciones por el control del mundo. La paz no es opción en El planeta de los simios.
La paz tampoco es opción en The Wasteland, el escenario australiano de la saga apocalíptica de acción Mad Max, de George Miller, una serie atípica, entre otras cosas, porque sus protagonistas no tienen mucha incidencia en la salvación o perdición del mundo. Son guerreros que vagan por las carreteras, luchando por sobrevivir en un mundo hostil a cientos de kilómetros por hora. Desde su estreno en 1979, la serie se ha distinguido por una cinética eléctrica pocas veces igualada.
En Mad Max 2: El guerrero del camino (1981), un montaje inicial planteaba evocativamente el apocalipsis como una ruptura del orden social relacionada con eventos bélicos. El mundo llevaba casi cuarenta años inmerso en la Guerra Fría y el apocalipsis tenía forma de misil. Para Mad Max: Furia en el camino (2015), como su secuela tardía, Furiosa, estrenadas décadas después de la original, refleja un cambio en la ansiedad apocalíptica: los montajes iniciales de ambas películas hacen pensar más en el calentamiento global que en una catástrofe bélica. No obstante, aunque la guerra ha perdido su acento en los montajes iniciales de las entregas más recientes, su sombra sigue presente.
En este universo, la sociedad está agrupada en menesterosos, jefes pandilleros que se asemejan a líderes de un culto paramilitar, acólitos que conforman un ejército al servicio del líder y algunos mercenarios que, cuando bien va la cosa, apenas logran encontrar un cachito de esperanza. La joven protagonista de Furiosa escala a través de la estructura mediante una mezcla de aparente sumisión y genuino ingenio, y su recompensa es conducir un “war rig”, una especie de tráiler modificado para convertirse en una fortaleza móvil. En Mad Max podemos observar una pleitesía hacia lo militar, un culto hacia la dominación que permite la supervivencia pero que alimenta un bucle donde nunca hay un último disparo.
Los disparos son también una constante en The Last of Us (2023-). Al inicio de la serie, el calentamiento global ha provocado la mutación del hongo cordyceps, caracterizado por su capacidad para tomar control de los organismos en los que se hospeda. La mutación faculta al hongo para habitar a los seres humanos, creando una especie de zombis que provocan el colapso de la sociedad. El protagonista, un contrabandista llamado Joel, comienza la serie en un lugar similar al de los protagonistas de Mad Max: cínico, de gatillo fácil y paciencia escasa. Joel encuentra el motor de su transformación en Ellie, una niña que porta en su sangre la cura para la peste y a quien debe entregar a una milicia rebelde, los Fireflies, que resiste y confronta a la Agencia Federal de Respuesta a Desastres, FEDRA, que establece un gobierno dictatorial con juicios sumarios dirigidos por juntas militares y ejecuciones públicas. Conforme Joel y Ellie atraviesan unos Estados Unidos de América devastados por la pandemia y el colapso social, ambos personajes pasan del antagonismo al apego.
En el mundo de The Last of Us resuenan ecos de Mad Max y El planeta de los simios: las milicias herederán la Tierra. La serie muestra una fascinación constante con la parafernalia militar, desde individuos que se comportan como soldados y así logran sobrevivir hasta las dos grandes facciones que pelean el dominio de lo que queda de Estados Unidos, los Fireflies y la FEDRA. The Last of Us plantea un apocalipsis donde el ejército como inmediata fuerza rectora es inevitable.
El ejército también juega un papel determinante en El eternauta, la más reciente de estas ficciones apocalípticas y la única ambientada en Latinoamérica. El protagonista es Juan Salvo, un militar excombatiente de la Guerra de las Malvinas. El eternauta fue publicada originalmente en 1957, como un cómic del guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López. Durante décadas se habló de adaptar El eternauta al cine o a la televisión, pero fue hasta 2020 que Netflix adquirió los derechos y puso en marcha la adaptación que estrenó en 2025, acaso influida o impulsada por sus evidentes semejanzas con la exitosísima The Last of Us.
En El eternauta, una nevada mortífera trastoca la civilización. Al momento de la catástrofe, Juan Salvo —no hay ninguna sutileza en el nombre del personaje— está jugando cartas con viejos amigos. Cuando la nieve cae, uno de ellos intenta salir, muriendo instantáneamente; los personajes entienden que no pueden permitir que la nieve los toque. Afuera, Buenos Aires y la Argentina toda colapsan. El detonante de la acción es la necesidad de Juan de salvar a su hija, Clara, cuyo paradero es desconocido. Armado con un viejo revólver, una máscara de gas y ropa aislante, Juan se aventura a las níveas calles de la ciudad para encontrarla. Para ello resulta útil su experiencia militar, que afinó sus capacidades de supervivencia pero que le dejó un síndrome de estrés postraumático galopante.
Juan recorre una Buenos Aires de tétrica belleza, cubierta de nieve, cadáveres y una calma ominosa. En su camino, se encuentra con sobrevivientes que intentan escapar de la nieve y de la invasión de insectos gigantes, llamados “cascarudos”, criaturas inmisericordes con ganas de aniquilar humanos. Tras la repentina reaparición de Clara, Juan descubrirá que el núcleo organizado de la resistencia contra la invasión está conformado por los restos del ejército argentino.
En su mejor cara, el ejército en la serie contribuye a proveer orden y estructura a la resistencia, además de crear refugios y recuperar territorios en disputa con los insectos. En la milicia de El eternauta se materializa uno de los rasgos principales de la historia: un heroísmo colectivo, logrado solo mediante la colaboración. “El héroe verdadero de El eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano… El único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”, escribió Oesterheld.
El lado oscuro del rostro militar, no obstante, ha sido aún poco explorado en la serie. Podemos aventurar por dónde irán los tiros tomando como base el cómic original, cuyas últimas páginas exhiben un cariz siniestro. Juan y su grupo de supervivivientes se acercan a unos soldados en los que confían, pero los militares les piden que depongan sus armas. Extrañados, los miembros del grupo se niegan, solo para descubrir que el ejército ha caído bajo el control de los invasores, una metáfora poderosa y una crítica aguda a la deshumanización de sus integrantes. Es probable que esta adaptación contenga algunos de estos elementos, que ya se premonizan en el trauma de Juan, la inflexibilidad de los soldados, la manera en la que reclutan un poco a la fuerza y la sospecha de que existe una colaboración entre milicia y cascarudos.
Estas obras nos recuerdan que la ciencia ficción es un género que utiliza el pretexto del futuro para analizar el presente. La obsesión militarista de estas obras no es un rasgo del porvenir, sino una característica de nuestros tiempos. Es posible ver materializada en los afanes de más de un gobierno contemporáneo, en la confianza ciega que algunos ponen en las armas y en la seductora potencia de un ejército que marcha al unísono contra un Enemigo Común. En tiempos de zozobra, la rigidez institucional de las fuerzas armadas vuelve muy atractiva —aunque engañosa— la idea de un gobierno conducido por militares. Estas obras nos recuerdan que ningún mundo puede florecer bajo las botas de un ejército.