El cabo suelto de la dictadura perfecta

¿Es relevante preguntarse por qué los “villanos” de una película contribuyeron a su filmación?
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En la historia de la televisión en vivo hay pocos momentos tan memorables como aquel donde Mario Vargas Llosa llamó a México “la dictadura perfecta”. Fue en 1990, en el último debate del encuentro “La experiencia de la libertad” que convocó Vuelta para que grandes intelectuales reflexionaran sobre el fin del comunismo en Europa del Este. Vargas Llosa quiso discutir la ausencia de libertad. Dijo que el pri “reclutaba” al medio intelectual y lo acogía en sus espacios como estrategia para permanecer en el poder. Y agregó un matiz crucial: lo hacía sin exigirle una adulación sistemática sino, aclaró, “pidiéndole una actitud crítica”.

El primero en usar la frase de Vargas Llosa en una película mexicana fue Luis Estrada. La filtró en una plática de sobremesa entre los personajes de La ley de Herodes (1999). Su travesura tuvo consecuencias épicas. La Secretaría de Gobernación, al darse cuenta en el último momento de la inclusión de la frase, quiso retirar la película del Festival de Cine Francés en Acapulco, donde se estrenaría. En la ceremonia inaugural, el público pidió a gritos una explicación. El actor Damián Alcázar tomó el micrófono y la dio: la película, dijo, había sido detenida por órdenes de “arriba”. La masa rugió, la prensa tomó nota y los franceses amenazaron con denunciar el acto de censura. Lo que sigue es historia: no hubo más remedio que proyectar la película, el entonces director de Imcine fue destituido y nunca más una película fue censurada por criticar al Estado.

A quince años de ese episodio, Estrada vuelve a utilizar la frase de la polémica, ahora como título. Con La dictadura perfecta el director continúa su saga de sátiras contra los males en turno: la eternización del pri en La ley de Herodes, el neoliberalismo en Un mundo maravilloso (2006) y el fracaso de la guerra contra el narcotráfico en El infierno (2010).* Esta vez señala un nuevo enemigo: el poder cada vez mayor de los medios de comunicación, en especial, la televisión. Lo nuevo del caso, sugiere Estrada, es que si ese medio antes hacía de lacayo ahora ocupa el lugar del amo. Como resumen, el tagline de la película: “La televisión ya puso a un presidente… ¿Lo volverá a hacer?”

Vargas Llosa se refirió a una dictadura “camuflada”, y la película arma su trama alrededor de ese verbo. La primera escena tiene lugar en Palacio Nacional, donde se reúnen un embajador de Barack Obama y un presidente de México (Sergio Mayer). En un inglés que lastima el oído, este le dice a aquel que si su país abre las fronteras los mexicanos harían “todos los trabajos sucios que ni los negros quieren hacer”. En segundos, el comentario se vuelve trending topic, motivo de “memes” y la burla de todos. Presidencia pide ayuda a tv mx, la principal televisora del país, por lo que su director (Tony Dalton) ordena que en su noticiero 24 horas en 30 minutos se difunda un video escandaloso que acapare la atención de la audiencia. En el video se ve al gobernador Carmelo Vargas (Damián Alcázar) aceptando fajos de billetes de un conocido narco. Ahora es el “Gober Vargas” quien pide ayuda a tv mx, y esta recurre a la misma estrategia: difunde un nuevo asunto urgente sobre la desaparición de dos niñas pequeñas en el estado del que Vargas es gobernador. El caso, como se esperaba, se convierte en el reality show más visto en el país.

De todos los guiones que Jaime Sampietro ha escrito para Estrada, este es el que contiene más referencias a hechos reales y/o televisados: la perla racista de Fox, los videos de Bejarano, la desaparición de Paulette, el montaje donde se arrestó a Cassez, las conversaciones grabadas entre funcionarios y narcos, etc. (Incluye además personajes como un mesías de la oposición, un “niño verde” y una actriz de telenovelas que se perfila como primera dama.) Los guiños solos no garantizan un efecto cómico: la apertura de temas –propiciada por el cine del propio Estrada– y la explosión de videos donde funcionarios exhiben su patetismo ha cultivado en estos años a un público que ya no se sorprende con la representación de lo vergonzoso. Más que reflejar el ridículo, el nuevo reto de la mancuerna Estrada-Sampietro consiste en darle más vueltas a la tuerca de la ficción. Lo más atractivo de La dictadura perfecta es su fusión de personajes y el trastrocamiento de las líneas de tiempo de sus referentes: que el supuesto embajador de Obama evoque las declaraciones de un presidente con quien no coincidió en el poder, por ejemplo. O que Vargas sea simultáneamente un chivo expiatorio del presidente en turno y un político en las circunstancias de Enrique Peña Nieto cuando el Estado de México fue escenario del caso Paulette. Es un recurso que refuerza la figura de la serpiente que se muerde la cola: el ciclo eterno de la corrupción y manipulación de apariencias del que es imposible escapar.

Ya que esta figura es constante en el cine de Estrada, se echa de menos al personaje que en las películas previas servía al espectador de vía de entrada al círculo de la conspiración. Alguien ingenuo aunque corruptible, que despierte cierta empatía y nos lleve a plantearnos sus horribles dilemas: el gobernador títere de La ley de Herodes, el mendigo de Un mundo maravilloso y el migrante que en El infierno vuelve a su pueblo y lo encuentra controlado por narcotraficantes. En La dictadura perfecta ese personaje podría ser el productor de televisión a quien se encomienda la reparación de la imagen de Vargas (Alfonso Herrera). Si es así, lo que falló fue la elección del actor para interpretarlo. Sin el rango de Damián Alcázar –que en las películas anteriores cumplía con ese rol– el arco dramático de este personaje parece una línea recta. Un grave problema ya que él tiene la misión de involucrar al espectador.

Con todo, lo más enigmático de La dictadura perfecta ocurre segundos antes de que arranque la acción: sobre un fondo de estática que sugiere que lo que se ve es un programa de televisión, aparecen los nombres de las instituciones y fondos que produjeron el proyecto: Imcine, Eficine, Fidecine y Estudios Churubusco. Para agrandar el misterio, las notas de producción mencionan que Grupo Televisa fue la empresa que aportó fondos fiscales y que Videocine adquirió por adelantado los derechos de comercialización (aunque luego se retiró). Ya que la película alienta y estimula el pensamiento conspiratorio, confieso mi curiosidad por saber cómo estas instituciones y esa empresa contribuyeron a la filmación de una fábula que, por más ficción que sea, les niega legitimidad.

Las películas anteriores de Luis Estrada también han recibido fondos del Estado. En una entrevista que conmemora los diez años de La ley de Herodes el director cuenta que se trató de un gol (la palabra es mía): presentó un proyecto al que luego agregó detalles, y aprovechó la negligencia usual de los funcionarios que revisan proyectos. Algo parecido debió pasar con El infierno (en las notas de La dictadura perfecta se dice que el entonces presidente Calderón “se había molestado mucho con la película”). ¿También fue un gol La dictadura perfecta? No tengo idea. Sin embargo, no veo a los productores creyendo que la película hablaba de otros que no fueran ellos.

¿Es relevante preguntarse por qué los “villanos” de una película contribuyeron a su filmación? Si se trata de las anteriores de Estrada, no. Si es La dictadura perfecta, sí. ¿Qué marca la diferencia? El título, que es parte de la película misma y, por lo tanto, de su sentido. Y es que, en honor a la precisión –y a los ocho minutos que le tomó a Vargas Llosa elaborar su argumento–, vale la pena recordar el matiz: las obras respaldadas por un tirano hábil no son lisonjeras sino acusadoras.

¿Qué lugar tiene La dictadura perfecta dentro de nuestra “dictadura perfecta”? Hay tres posibles respuestas. 1) Demuestra que los tiempos cambian y que ahora se tolera la crítica. 2) Ninguno: simplemente el director burló al portero otra vez. 3) Da la razón a Vargas Llosa en tanto prueba que el pri y sus aliados dan juego a sus enemigos. A lo primero respondería: una cosa es tolerancia y otra estímulo económico. A lo segundo, sería bueno escuchar a Estrada narrar la jugada de su vida. Si es lo tercero, todavía mejor. De haber sido concebida para evidenciar a un nuevo-viejo pri que incluso alienta la crítica, La dictadura perfecta es una joya de metaironía, la más ingeniosa de Estrada hasta hoy. Por el momento, queda la especulación. ~

 

*Sobre cada una de estas películas escribí en los números de enero de 2000, abril de 2006 y septiembre de 2010.

(Letras Libres, octubre 2014)

 

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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