El esperado regreso de Pedro Almodóvar

Con Julieta, Pedro Almodóvar vuelve a explorar la identidad femenina, entregando su mejor película en varios años. 
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“Pedro Almodóvar necesita unas vacaciones” — con esa frase cerré mi reseña sobre Los amantes pasajeros, que en su estreno en 2013 tuvo muy mala suerte con la crítica, si bien resultó un mediano éxito de taquilla. Anunciada como una comedia ligera, la película terminaba por resultar indigesta.

Las vacaciones parecen haberle servido al manchego. En la muy anticipada Julieta tiene otro “retorno”. Esta vez al cine que en las últimas dos décadas ha sido el realmente cercano a su corazón y en el que ha encontrado el mejor taller para afinar su oficio: el melodrama elegante con matices barrocos, que se propone explorar de nuevo el misterio de lo femenino.

El argumento proviene de tres relatos de la premio Nobel canadiense Alice Munro: “Chance", "Soon" y “Silence”, aparecidos en su colección publicada en 2004 titulada Runaway, que tienen como hilo conductor las experiencias en tres momentos distintos de la vida de una mujer llamada Juliet Henderson. Almodóvar traslada los temas y personajes de los textos de  sus escenarios naturales de Vancouver y Manitoba a Madrid, Sevilla y la Coruña, sin que el cambio de nacionalidad afecte en absoluto a la narrativa. Como adaptador, Almodóvar aporta elementos de su propio interés, entretejiéndolos con las tramas de Munro para crear una historia con identidad propia, que hace un análisis de la personalidad de su protagonista, Julieta Arcos, mediante el prisma de dos mujeres que la interpretan: Adriana Ugarte — como la versión joven del personaje — y una formidable Emma Suárez como la Julieta madura, cuya presencia es el auténtico eje de la historia.

Un encuentro casual en la esquina de una calle en el barrio de Almagro entre Julieta y una joven  fashionista llamada Beatriz (Michelle Jenner, que hace un cameo acompañada de dos figuras icónicas de la actual cultura queer en Madrid, los diseñadores Bimba Bosé y David Delfín: una pista para los entendidos sobre una de las subtramas que se irán revelando) provoca una auténtica crisis en la mujer. Ese es el argumento que el director-guionista, con astucia, plantea: la vida puede cambiarte a la vuelta de la esquina. Al volver a su casa, Julieta — ya dejó atrás los 50, trabaja en el mundo editorial, es independiente y culta, y desde hace un tiempo mantiene una relación con Lorenzo (el argentino Darío Grandinetti, que aquí básicamente hace una variación de su rol en Hable con ella). Toda esta estructura de vida sosegada se desploma de modo vertiginoso de la noche a la mañana sin que podamos intimar por qué. He aquí el misterio que propone Almodóvar: cherchez la femme. Y el espectador lo sigue en dos planos de tiempo para saber qué es lo que oculta Julieta, y qué le duele tanto.

Corte al invierno de 1984: Julieta, de 25 años, en minifalda de cuero y corte de pelo New Wave, se dirige a Madrid en tren, para trabajar como profesora sustituta en un bachillerato, en la clase de literatura clásica. En este viaje se cruzará con dos hombres: un hombre maduro y sombrío (Tomás del Estal) y un atractivo pescador gallego llamado Xoan Feijóo (Daniel Grao). Tras rechazar la charla de uno y propiciar un encuentro con el otro, Julieta da los primeros pasos hacia un momento crucial en su vida sin imaginar las consecuencias. Cuando el maduro se arroja al paso del tren después de una escala, Julieta — movida por la culpa y el temor al futuro — pasa la noche con Xoan, luego que éste le cuenta acerca de su matrimonio con una mujer en estado vegetativo.

Poco después, Julieta viaja a Coruña para buscar a Xoan. Al aparecerse a su casa sin avisar, Marián, el ama de llaves (la veterana chica Almodóvar Rossy DePalma, con ecos evidentes a la temible Mrs. Danvers de Rebecca) le informa que éste ha enviudado ese mismo día y pasará la velada con Ava (Inma Cuesta), una escultora local que ha sido su “amiga” por años. Julieta se queda en la casa y en la vida del hombre del que se ha enamorado, sin pudor: no hay obstáculos que le impidan amarlo, llegando a trabar una sincera amistad con Ava y ganándose incluso a la escéptica ama de llaves, con el nacimiento de la única hija de ambos: Antía. La presencia de este personaje es la clave que partirá en dos la narrativa, con la llegada a partes iguales del amor incondicional — algo que Julieta experimenta solo hasta que es madre — y la tragedia.

Nada de lo aquí descrito lo preparará para lo que Almodóvar reserva para su segundo acto, que demuestra ser no solo un brillante ejercicio en la construcción de un personaje, sino que es también un estudio en las diferentes facetas que tienen el amor, la piedad y sobre todo, la crueldad. Porque eso es Julieta al final de cuentas: un sutil relato sobre la crueldad y cómo sus efectos pueden afectar la vida de alguien por años.

Casa de muñecas en dos planos de realidad, Julieta es un bello trabajo en el que Almodóvar cuida cada detalle estético y referencial hasta rayar en el preciosismo, y esto a veces lo hace a costa de su propia trama emocional. ¿Por qué nos importan estos personajes? La verdad es que, con la excepción de Julieta — cuando es Emma Suárez, específicamente —, no hay muchas razones para tenerles afecto. No existe en este filme una Pepa (Carmen Maura en Mujeres…), Amanda Gris (Marisa Paredes en La flor de mi secreto), una Manuela (Cecilia Roth, incombustible en Todo sobre mi madre) o por lo menos, como en Volver, una Raymunda (Penélope Cruz, instalada en versión postmoderna de Anna Magnani), aunque Emma Suárez, vulnerable y contrita lo mismo que dulce y furiosa, consigue estar muy cerca de ellas, si bien no alcanza a generar el vínculo que Almodóvar lograba con sus otras mujeres.

En sus otros filmes basados en obras ajenas — Carne Trémula y La piel que habito, versiones bastante libres de novelas policiacas de Ruth Rendell y Thierry Jacquot — los personajes femeninos eran más bien accesorios; objetos de deseo y/o perdición. No obstante, aquí estamos en el territorio que Almodóvar ha hecho suyo a lo largo de veinte largometrajes: vemos cómo viven las madres y las hijas en el mundo de la hembra. Pero falta algo. Puede que la ausencia que se percibe sea del humor, que es muy esporádico. Sin embargo, después de que en Los amantes pasajeros se le pasó la mano al director, es entendible que prefiriera un tono más centrado. A veces esto se transforma en una solemnidad que Julieta no necesita: Almodóvar por alguna razón no se permite ser el de sus mejores películas — lo mismo socarrón que cursi, entrañable que kitsch y sublime —, sino que por momentos aquí mismo parece inusualmente propio y estirado. ¿Se debe esto al hecho de que no se trata de una creación propia? Quizá. 

Con la lente impecable de Jean-Claude Larrieu— director de fotografía de cabecera de Isabel Coixet —, Julieta es una película de belleza innegable. Y definitivamente es la mejor película que Almodóvar ha hecho en cinco años,, aunque hay una parte esencial que le falta a su engranaje para acercarse a la obra de arte que pudo ser, quedándose en el melodrama grave que su autor quiso contar, por la razón que fuera, aún si también se queda corto en comparación con el efecto que hay en los relatos de Munro. Al menos nos queda el trabajo y la entrega sin par de Emma Suárez para recordar este filme y esperar que acaso vuelva a encontrarse con el cineasta y den juntos algo más que no se quede en un muy bello (y tristísimo) esbozo, sino que sea la obra maestra que seguramente tiene todavía por ahí.

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Miguel Cane (México DF, 1974) Es novelista y periodista cinematográfico. Su más reciente publicación es el inclasificable "Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs".


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