Después de King Kong vino The Lovely Bones, y así como con Heavenly Creatures Jackson logró dar el mayor brinco cualitativo entre dos cintas, con esta última hace exactamente lo contrario. Basada en la novela homónima de Alice Sebold, The Lovely Bones cuenta la historia de Susie Salmon, una chica que, tras ser violada y descuartizada por su vecino, observa a su familia desde el cielo. La trama de la novela se divide en Susie siguiendo a su padre (que busca al culpable), a su madre (que se va a una granja, incapaz de digerir la pérdida), a su hermana (que crece en la sombra de su hermana asesinada) y del asesino mismo. La novela se lleva a cabo en un suburbio norteamericano de los setenta y está salpicada con las propias terribles experiencias de la autora, a quien violaron de niña. El libro se sostiene como una aguda observación de un grupo de seres humanos intentando asimilar una pérdida dolorosa. Como trama, la novela simplemente no está hecha para avanzar. A diferencia de otras historias similares (como Ghost), el fantasma de The Lovely Bones apenas si interviene en la vida de los vivos y simplemente se limita a espiarlos, desde el cielo, esperando a que puedan continuar su camino. Es, en ese sentido, una novela meditativa, y, por lo tanto, prácticamente imposible de adaptar para el cine. Quizás influido por el éxito de Heavenly Creatures –otra historia de adolescentes involucradas en un asesinato en la que convergen elementos fantásticos–, Jackson decidió echarse el tiro. El resultado es la peor película de su carrera, aun tomando en cuenta a Bad Taste y Meet the Feebles. Lo impresionante es ver cómo Jackson fracasa en cada arista y cada elemento de su adaptación. Primero intenta convertirla en un thriller, pero no funciona más que como un ejercicio de frustración: Susie es incapaz de decirle a su padre que el asesino vive frente a ellos, incapaz de darle claves a la policía, incapaz de señalar al hombre que le quitó la vida. Lo que nos queda es ver a Mark Wahlberg (demasiado joven para ser padre de una niña adolescente) intentando culpar a Stanley Tucci sin pruebas de por medio.
Después, Jackson crea el cielo de Susie, y aquí es donde fracasa de manera más escandalosa. El limbo en el que vive su protagonista es, por momentos, como vivir dentro de un algodón de dulce bajo los efectos del lsd; cuando la trama visita zonas macabras, el cielo se encapota, sopla el viento cargado de ceniza sacudiendo los árboles y, sorpresa, el gazebo desde el que Susie observa a la tierra se desmorona sin previo aviso. No hay una sola imagen original en el paraíso de Jackson. También hay una historia de amor, pero se pierde entre los pliegues de la cinta: el abandono de la madre, la tibia investigación de la hermana, las amistades de Susie en el cielo, y un largo etcétera. Quizás porque llevaban diez años escribiendo para la Tierra Media y el Nueva York de la Depresión, Jackson, Walsh y Boyens no pueden darle verosimilitud a los diálogos de Sebold. Todos los personajes suenan como si vinieran directo de una telenovela, salvo Susan Sarandon, que no da una en el papel del obligatorio comic relief de la cinta.
La pregunta pertinente es, ¿de dónde viene –cómo se explica– esta cinta?, ¿cómo Jackson, un cineasta en la cima de sus capacidades técnicas, pudo dirigir una película tan mediocre, tan incoherente? La respuesta está, de nuevo, en su patria. The Lovely Bones fue la primera vez que Jackson dirigió lejos de Nueva Zelandia (en Pennsylvania) y la segunda vez, junto con The Frighteners, que tuvo la tarea de recrear un suburbio norteamericano. La incomodidad es palpable. El director no puede darle verosimilitud a un entorno que nunca conoció, por más que intente saturarlo con vestuarios y props de la época. Como novela, The Lovely Bones es, también, un elegante estudio del American Suburbia: un mundo que Jackson, a pesar de haber nacido en el pequeño pueblo de Pukerua Bay a las afueras de Wellington, no puede conocer a fondo. Más allá de cómo fracasa a la hora de retratar el suburbio norteamericano, es difícil creerle a Jackson que la historia le llame la atención por sí sola y no por su pedigrí literario, su peso como “hot property” hollywoodense (Spielberg y Luc Besson habían expresado interés por adquirir los derechos antes que el neozelandés). No hay nada que vincule esta historia con sus viejos intereses. A diferencia de Heavenly Creatures, The Lovely Bones no es una historia neozelandesa y los elementos potencialmente grotescos del libro (donde la violación de Susie es explícita, casi insoportable) solo se sugieren en la cinta porque Jackson mismo declaró, como recoge imdb, que una cosa es mostrar a alienígenas y muppets (y orcos) siendo destazados y otra, muy distinta, es ver a una chica de trece años siendo ultrajada. La propia creación del cielo es la culminación de todos los excesos que ya se podían intuir desde el barroco diseño de Skull Island, una isla a la que solo le faltó tener a Godzilla y al monstruo de Cloverfield para convertirse en el nido de todas las criaturas monstruosas del cine. Una y otra vez vemos en The Lovely Bones a un director incapaz de conectar con el material en pantalla, incapaz de contener y moldear interpretaciones orgánicas con la trama (Stanley Tucci parece sacado de una cinta de terror, Wahlberg de María Mercedes); incapaz, inclusive, de responder la pregunta más elemental con respecto a su cinta: ¿de qué trata?, ¿qué está queriendo decirnos?
Los últimos años en la carrera de Jackson han sido turbulentos. Después de recibir la luz verde para la filmación de The Hobbit, el neozelandés tuvo un momento inspirado: escogió a Guillermo del Toro para dirigir el adorado libro de Tolkien. En ese tiempo fungió como productor en la primera entrega de Tin-Tin, dirigida por Steven Spielberg, y, aunque se rumoró que él dirigiría la segunda parte, Jackson lo negó. La preproducción de The Hobbit duró muchísimo más de lo planeado debido a un conflicto difícil de explicar (y entender) entre distribuidoras y los dueños de los derechos, sobre todo mgm, que estaba prácticamente en bancarrota. La extendida preproducción cobró una dolorosa víctima. Hace menos de un año, Guillermo del Toro anunció que dejaba The Hobbit para dedicarse a otros proyectos. La silla del director quedó vacía. Se dijo que Neill Blomkamp, el joven cineasta detrás de Sector 9, estaría detrás de cámaras. Nada se confirmó. Finalmente, Jackson anunció que él mismo dirigiría las dos cintas de The Hobbit.
La decisión es sorpresiva porque Jackson declaró, en varias ocasiones, que no deseaba volver a la Tierra Media. El fracaso de The Lovely Bones pudo haber contribuido a su decisión, como un intento por volver a sentarse en el trono que ocupó después del éxito arrollador de The Lord of the Rings. Lo cierto es que la filmación comenzó el 21 de marzo de este año y que ambas cintas (tituladas An Unexpected Journey y There And Back Again) tienen ya fecha de estreno, en el 2012 y el 2013, respectivamente.
Los primeros video blogs de las cintas, protagonizados por Jackson, se pueden ver en línea. En ellos, Jackson, delgadísimo y sin lentes desde la filmación de King Kong, es nuestro guía de turistas alrededor del set. Su físico y su actitud han cambiado desde aquella aparición, hace más de veinte años, en el detrás de cámaras de Bad Taste. La extraña autoridad y el afán de protagonismo siguen presentes (¿por qué no poner a uno de los hobbits como guía?), pero es el espíritu lúdico –ese que hizo que su pequeña cinta de horror neozelandesa se vendiera a más de diez países– el que ahora parece un disfraz. Jackson intenta ser un niño que camina azorado dentro de la cueva de Gollum, intenta bromear con la cámara e imprimirle espontaneidad al procedimiento, pero el video entero, desde los sets hasta nuestro guía, se siente tan artificial como una estrategia de mercadotecnia.
http://www.youtube.com/watch?v=A2m2x8qJcGQ
El mundo entero se enamoró de The Lord of the Rings porque, como dejaban claro sus numerosos "detrás de cámaras", la propia cinta era una labor de amor: un gigantesco producto de importación, hecho a mano, con el cuidado de un orfebre. Era la fábula de Frodo, el pequeño hobbit que debe contener la tentación del anillo, destruirlo y salvar al mundo, pero también era la fábula de Peter Jackson, aquel gordito neozelandés autodidacta –nacido en un lugar que “más que un pequeño país es una gran aldea”– que amaba tanto al cine que terminó inventándolo, a cargo de la mayor filmación en la historia. Después de King Kong –filmada, escrita y editada como si fuera la última película que haría–, ¿qué le queda a Jackson? Su fracaso con una historia ajena a su sensibilidad y su regreso a un set que juró no volver a visitar hablan, quizás, de un director que ha explorado lo que tiene que explorar; un auteur –sui géneris, pero auteur al fin y al cabo– que no puede apropiarse de material ajeno si no conecta con sus muy particulares intereses. Ron Howard es capaz de dirigir Splash, El Código da Vinci y Apolo 13 con solvencia porque todo le llama la atención, pero nada lo obsesiona, nada le fascina. Jackson jamás podría dedicar su imaginación a un proyecto que estuviera lejos de su esencia, de ciertas características de su idiosincrasia y de sus precoces visitas al mundo del gore. What Lies Beneath, por ejemplo, podría haber sido dirigida por cualquier director además de Robert Zemeckis. The Lord of the Rings no podría haber sido dirigida por nadie que no fuera Jackson. Zemeckis, Howard, e inclusive Spielberg, son intérpretes de cuentos ajenos: el equivalente cinematográfico de esos cantantes que no escriben sus canciones. Jackson forma parte de un grupo que incluye a James Cameron: artistas que, inclusive cuando adaptan obras de otros, filtran el contenido a través de sus manías y temas recurrentes.
La propia estrategia de marketing alrededor de King Kong y The Hobbit parece cínica en comparación con el silencio y misterio que rodeaban a las tres entregas de la trilogía hace más de diez años. Antes del estreno de The Fellowship of the Ring salió un tráiler y unos cuantos desplegados en revistas. Ahora, Jackson pretende llevarnos de la mano a través de toda la filmación, en un comportamiento que resulta francamente extraño viniendo de un director que, en dos entrevistas con Charlie Rose, alabó la capacidad del cine para transportarnos a una realidad desconocida, a un mundo de ensueño. Jackson, ahora, decanta ese elemento fantástico y nos lo entrega, como un mago que antes de su espectáculo se sienta con la audiencia a explicarle sus trucos.
En el detrás de cámaras de The Return of the King hay una breve escena en la que, tras pedirle a Elijah Wood que repita la misma, inocua, escena treinta veces, Jackson rompe en llanto y abraza a su actor principal. Es un instante entrañable: el fin de la fábula, un hombre despidiéndose del universo fantástico al que admirablemente aterrizó en pantalla. Le creemos a Jackson. Creemos, pues, que le duele despedirse de algo que ha estado tanto tiempo en su vida, que significa tanto para él, que prácticamente es real y palpable. Ese momento nos remite a otro, de ese primer video blog de The Hobbit, cuando Jackson recoge, dentro de la cueva de Gollum, una extremidad del cadáver de algún orco. Jackson actúa y, pretendiendo asustarse, suelta la mano plástica. “Looks rather creepy, doesn’t it?”, dice, con su espeso acento neozelandés. Sí, sin duda. Aunque no es el brazo desmembrado el que perturba.