El Guasón entra en escena de espaldas. Aparece para encarar a un grupo multiétnico de mafiosos. Sólo viene armado con una pluma, un par de cuchillos y su lengua. Entra caminando con torpeza, quizás cojeando. Camina como un armario con pies, como un pingüino mareado. Nada en esta imagen –antes de verle el rostro- puede advertirnos sobre el personaje que estamos a punto de conocer. Los brazos, como péndulos de hule, hechos para cualquier cosa menos para la violencia súbita; el traje morado y raído; la cabellera, entre verdosa y rubia, como un tinte malogrado antes de una fiesta. Ninguno de los mafiosos parece tomarlo en serio (¿quién podría?). La cámara gira y, por fin, nos revela el rostro. Lleva el maquillaje corrido: la boca pintada con torpeza agresiva, como una anciana que al decidir ponerse lápiz labial olvidó dónde quedó el espejo; los ojos enmarcados por dos profundas manchas negras. Los mafiosos aún no lo toman en serio. Dos segundos después, al ser confrontado por uno de ellos, los péndulos de goma cobran vida: el guasón disuelve su apariencia ridícula y, en un ataque de velocidad felina, toma del cuello a su oponente, lo azota contra una mesa y le hinca, como quien hunde un clavo en una pared, la susodicha pluma en la cavidad ocular. Nadie –ni afuera, ni adentro de la pantalla- se ríe: el Guasón, claramente, no es una broma.
Lo notable es que la presentación inicial del Guasón en The Dark Knight no es, ni con mucho, el punto más alto de la interpretación de Heath Ledger en el filme. Dado que se trata de una cinta de género, resultaría fácil disminuir el mérito del fallecido actor australiano. Pero que no quepa duda: el Guasón es una de las creaciones histriónicas más fascinantes de los últimos años. En las manos de Ledger, la némesis de Batman es la encarnación más pura –y más interesante- del mal en mucho tiempo. Este guasón no tiene origen ni misión, historias pasadas de abuso infantil para justificar su gusto por la violencia, ni siquiera nombre.
En teoría, interpretar un personaje de esta naturaleza podría equivaler a una actuación de una sola nota. No es el caso: seductor y salvaje, calculador y enloquecido, psicópata y genio, el Guasón es mucho más que Batman. No tiene dudas ni remordimientos. Es el caos como vuelta de tuerca: un psicólogo subversivo que tiene como laboratorio a una ciudad y como conejillos de indias a los dos héroes que en ella habitan: Harvey Dent, el caballero blanco, y Batman, el de la oscuridad. El Guasón de Ledger es el villano del siglo XXI por excelencia: carente de refinamiento, escondido tras el anonimato (el disfraz por fin tiene una razón de ser), el personaje es una metáfora del terrorismo oculto e inescrutable. Es, además, el catalizador de la pregunta más importante dentro de la cinta: ¿hasta dónde se debe llegar para detener a alguien cuyos fines distan tanto de ser como los nuestros?
Como todo buen villano, la creación de Ledger existe más allá del celuloide. Está aquí, no sólo para complicarle la vida al héroe, sino para torturar al espectador. El guión de los hermanos Nolan logra que el Guasón sea más que un simple obstáculo recurrente para Batman: es, como todo gran personaje, un reflejo de nuestras inquietudes y temores. The Dark Knight es una cinta que nos cuestiona, y resulta perturbador que las respuestas a sus preguntas no sólo estén adentro de la pantalla, sino también afuera, en el espectador. Frente al mal inasible, frente a la destrucción sin motivo, ¿a cuál de nuestras dos caras hay que obedecer? Si saliera de Ciudad Gótica y entrara en nuestro mundo, me temo que el Guasón daría la última carcajada.
– Daniel Krauze