Escena de No other land, de Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y Rachel Szor.

NYFF 2024: político y militante

Del Medio Oriente al noreste de Francia, el Festival de Cine de Nueva York reúne documentales donde el protagonismo de la lucha en torno a distintas causas es colectivo.
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Creado en 1963 por el crítico de cine Richard Roud y el curador y programador cinematográfico Amos Vogel, el Festival de Cine de Nueva York (NYFF, por sus siglas en inglés) es el certamen cinematográfico más antiguo y prestigiado de Estados Unidos, aunque no tiene un carácter competitivo y, por lo mismo, no reparte reconocimiento alguno. Aunque, en realidad, ser programado en alguna de sus secciones es ya un reconocimiento.

El NYFF es, por lo tanto, más una muestra que un festival propiamente dicho, aunque desde su inicio se ganó un prestigio por la programación de un cine de autor arriesgado y demandante. Para muestra, el botón del primer festival, organizado en 1963: su cinta de apertura fue, nada menos que El ángel exterminador (Buñuel, 1962). Desde entonces, el NYFF ha servido como espacio de lucimiento de los mejores autores fílmicos –de Godard a Todd Haynes pasando por Truffaut, Resnais, Fassbinder, Kurosawa, Almodóvar, Tarantino o Allen– al mismo tiempo que, en sus secciones paralelas, Spotlight y Currents, se suele presentar un cine abiertamente político y hasta militante. Este 2024 no fue la excepción.

El carácter progresista del NYFF se nota no solo en la programación sino en las manifestaciones que suelen suceder dentro y fuera de las salas de cine. Al momento de escribir estas líneas, la presentación de Pedro Almodóvar fue interrumpida por una militante pro Palestina y, en lugar de que la mujer fuera invitada a salir del lugar, el propio cineasta manchego pidió que prendieran la luz y le dieran un micrófono para que dijera lo que tuviera que decir. Otro día, en la función de Oh, Canada (2024), el más reciente largometraje de Paul Schrader, algunos activistas interrumpieron brevemente la cinta para lanzar consignas en contra de la inacción frente al cambio climático.

No es casualidad que estos dos temas formaran parte de la programación de cine documental del NYFF de este año. La multipremiada No other land (Noruega-Palestina, 2024) –ganadora en todas partes en donde se ha presentado: Berlín, CPH:Dox, Visions du Réel está ubicada en el poblado cisjordano de Masafer Yatt, ocupado por colonos israelíes. El documental, dirigido por un colectivo de cineastas y activistas palestinos e israelíes, fue realizado a lo largo de varios años, desde el verano de 2019, antes del inicio de la pandemia, hasta el invierno de 2023, después del ataque de Hamás a Israel y la consabida reacción desproporcionada en contra de los territorios palestinos y sus habitantes.

Los protagonistas de esta crónica son, por una parte, Basel Adra, un activista palestino que proviene de una combativa familia que se niega tercamente a abandonar sus tierras, por más que ellos y sus vecinos tengan que irse a vivir a las cuevas milenarias del desierto cisjordano y, por otro lado, el israelí Yuval Abraham, un periodista que atestigua los abusos cometidos por el ejército de su país, que ha tomado “legalmente” las tierras de Masafer Yatt para convertirlas en una zona exclusiva de entrenamiento militar. Adra y Abraham frente a cámara y Hamdam Ballal y Rachel Szor detrás de ella dirigen a ocho manos esta encabronante crónica de abusos y tragedias sin fin, que inicia con la sistemática destrucción de los hogares palestinos a través de enormes motoconformadoras y que finaliza con la feroz guerra iniciada el año pasado, en las que nuestros protagonistas, palestinos e israelíes, aparecen como las inevitables víctimas presentes y futuras.

¿Qué hacer ante este panorama desolador? Direct action (Francia-Alemania, 2024), documental presentado en la sección Currents, tiene la respuesta. El filme, premiado en Berlín y en Visions du Réel, dirigido a cuatro manos por el veterano estadounidense Ben Russell y el debutante francés Guillaume Cailleu, nos presenta otro tipo de lucha en otro tipo de escenario, aunque también aquí el protagonista es colectivo.

Estamos en Notre-Dame-des-Landes, una pequeña comunidad en el noreste de Francia, en la región del Loira. Desde finales de la primera década de este siglo, el gobierno francés decidió que en ese lugar se haría el aeropuerto Grand Ouest, planeado –y pospuesto– desde los años 60 del siglo pasado. En cuanto se publicó el decreto para convertir los terrenos de ese lugar en zona de utilidad pública, los habitantes del pueblo –agricultores, comerciantes, estudiantes, apoyados por activistas de todo tipo que llegaron a esa pequeña esquina francesa– se organizaron, ocupando los terrenos que se iban a expropiar y formando su propia ZAD –“zone á defendre”, o zona a defender– en la que viven, trabajan y protestan todos juntos.

El documental, realizado entre 2022 y 2023, se nos presenta como un experimento radical de cine directo. Sin narración de ninguna especie y prácticamente sin contextualización alguna –a no ser alguna discusión de la que somos testigos y una conferencia de prensa que vemos hacia el final– he aquí tres horas y media de trabajo duro y cotidiano, de pensamiento convertido en acción. Las 25 escenas que conforman el filme abarcan desde los trabajos al aire libre –arar la tierra, sembrar unas semillas– hasta la producción de alimentos –vemos todo el proceso para hacer la masa con la que se horneará el pan que consumen todos–, pasando por el trabajo político –las inevitables discusiones, la organización para tal protesta, la grabación de cierta canción–, algunos momentos de placidez intelectual –un emocionante juego de ajedrez– y, por supuesto, la salida a la calle, con decenas de tractores avanzando por la carretera y centenares de ciudadanos coreando consignas y siendo reprimidos por las fuerzas del orden.

Entre las primeras vistas del cine de los hermanos Lumière –ese desfile de activistas frente a la cámara, como repitiendo la imagen primigenia de los obreros decimonónicos saliendo de una fábrica– y la apelación ética a la paciencia del espectador de la gran Chantal Akerman –esa cámara que rara vez se mueve y que nos obliga no a ver sino a observar lo que está en el encuadre–, Direct action se nos presenta como un documento provocadoramente optimista. Otro tipo de mundo es posible, sí y solo si hay acción de por medio. El pensamiento nunca es suficiente si no hay efectos y cambios en el mundo real.

Dahomey (Francia-Senegal-Benin, 2024), filme documental ganador del Oso de Oro en Berlín 2024, nos invita, en contraste, más al pensamiento y a la reflexión. El brevísimo filme de apenas poco más de una hora y dirigido por la ascendente actriz y cineasta francesa Mati Diop (ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2019 por su ópera prima, Atlantique) nos ubica en la actual República de Benin, en el oeste africano.

El Dahomey del título se refiere, por supuesto, al nombre antiguo de Benin cuando era una colonia francesa. Precisamente de ahí, de ese legendario reino de Dahomey, salieron a lo largo de los años no solo preciosos recursos naturales sino una enorme variedad de valiosos objetos culturales, auténticos tesoros, que fueron regresados por el gobierno francés, disculpa de por medio, a fines de 2021.

Este documental nos muestra no solamente los 26 tesoros reales carranceados y regresados por la metrópoli francesa, sino la reflexión y la discusión que provocó la exposición de los mismos en la sociedad beninesa contemporánea, en especial a través de varios jóvenes de la Universidad de Abomey, quienes en un auditorio cruzan ideas sobre lo que significan esos artefactos para el pasado del reino de Dahomey y para el presente de Benin. Los tesoros respectivos se nos presentan directamente frente a la cámara, mientras uno de ellos, el más importante de todos, la estatua del rey Behanzin, se conduele, voz en off de por medio, no solo de que fue robada hace más de un siglo, sino que ni siquiera fue mostrada como se debe, en todo su esplendor, al público europeo.

Ignorada por los mismos que la robaron, la orgullosa estatua del rey Behanzin regresa al lugar que alguna vez gobernó para inquirir a sus antiguos súbditos, convertidos ahora en esos jóvenes ciudadanos que reflexionan y discuten acaloradamente sobre ese pasado colonial que sigue estando presente porque la historia no está muerta ni contenida entre las páginas de los libros. Al contrario, está más viva que nunca, como puede constatarse con esos debates de los muchachos benineses o con los debates que tenemos por estos rumbos, aunque sean menos articulados y bastante menos juiciosos. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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