En los agradecimientos finales de su novela Temporada de huracanes (2017), Fernanda Melchor señala su reconocimiento a Martín Solares por haberle recomendado leer la suprema obra garciamarquiana El otoño del patriarca (1975) “en el momento preciso”. ¿Cuál sería ese momento preciso? ¿Cuando Melchor estaba decidiendo qué tipo de estructura narrativa le impondría a su novela? Es muy probable, porque el texto de la consolidada escritora veracruzana, con su absorbente monólogo escrito a varias voces que siguen siendo solo una, es un descendiente directo de la corriente de conciencia, tal como Woolf, Joyce, Faulkner, García Marquez et al la crearon, recrearon corrigieron y extendieron.
El reto al adaptar este tipo de literatura a la pantalla grande (o a la chica de los servicios de streaming) es traducir su elusiva estructura narrativa a una trama más o menos legible. Partiendo del hecho de que las características específicas del lenguaje novelístico son imposibles de aprehender visualmente –si lo duda, véase el mediocre porcentaje de bateo de las múltiples adaptaciones de los libros garciamarquianos–, queda el desafío de hacerle justicia al inventivo entarimado de la novela en cuestión, que se tiene que lograr a través de la elección de los encuadres, del manejo de la cámara y del ritmo del montaje. En este sentido, la homónima adaptación fílmica de la novela de Melchor, Temporada de huracanes (México, 2023), recién estrenada en el Festival Internacional de Cine de Morelia y disponible en Netflix a partir del 1 de noviembre, ha pasado meritoriamente la prueba.
Realizada por la “hija pródiga cececiana” (Alberto Acuña Navarijo dixit) Elisa Miller (directora de la anémica opera prima Vete más lejos, Alicia, de 2008; la sexosa y vacía El placer es mío, de 2015; y el inane remake comercial ¿Qué culpa tiene el karma?, de 2022), Temporada de huracanes es la primera cinta dirigida por la cineasta capitalina que le hace honor a aquella lejana (¿y olvidada?) promesa que fue su delicado cortometraje (por cierto, claramente joyceano) Ver llover (2007), con el que ganó la Palma de Oro en Cannes 2007.
Miller y su coguionista Daniela Gómez han conservado, de manera general, la truculenta historia contenida en el libro de Melchor: en algún lugar de la zona petrolera del Golfo de México, una mujer trans conocida como la Bruja (Edgar Treviño) es encontrada asesinada en un río, lo que lleva a una de sus vecinas, Yesenia “la Lagarta” (Paloma Alvamar), a denunciar como responsable del crimen a su primo Luismi (Andrés Cordaz) –quien solía frecuentar a esa mistificada bruja dizque ricachona, que fungía como orgiástica curandera/abortista/psicóloga del pueblo–, a su amigo y enamorado gay reprimido Brando (Ernesto Meléndez) y al lamentable inválido Munra (Guss Morales), a quienes vio sacar el cuerpo de la víctima un día antes.
Dividida en cinco episodios construidos alrededor del susodicho asesinato, en los que seguimos la perspectiva de cinco personajes clave –la Bruja, Yesenia “la Lagarta”, Munra, Norma y Brando–, Temporada de huracanes se sostiene, en primera instancia, por la claridad del experto montaje a cuatro manos de Paulina del Paso y el siempre confiable Miguel Schverdfinger. La estructura narrativa asincrónica de raigambre kubrickiana (que se remonta a la insuperable Casta de malditos, de 1956) se nos presenta aquí como un complejo rompecabezas procedimental, a través del cual nos enteramos no de quiénes son los culpables del crimen –no hay misterio alguno en ello– sino de cómo sucedió y cuál es el origen más profundo de la violencia que llevó a la desaparición de la temida, socorrida y admirada Bruja.
El otro elemento fundamental es el manejo de la cámara, responsabilidad de la infalible María Secco. Es en esta instancia en la que Miller y su equipo -–en el que hay que destacar tanto el diseño de producción de Carlos Y. Jacques como el vestuario de Úrsula Schneider, que abordan lo decadente sin excesos de ningún tipo– logran traducir en imágenes cinematográficas la vitalidad del lenguaje narrativo del libro de Melchor. La cámara de Secco privilegia la fluida toma extendida sin las florituras distractoras del plano secuencia, decide mostrarnos los rostros en primer plano de algunos de sus personajes –la Norma de Kat Rigoni, por ejemplo– para que podamos vislumbrar su estado mental arrasado, usa de manera experta los reflejos fassbinderianos en ventanas o espejos para presentar las reacciones inmediatas de sus acorralados personajes y acude al elegante encuadre escamoteador cuando quiere, aviesamente, que nos imaginemos la peor sordidez posible en lugar de reproducirla directamente. Es en estos momentos cuando Miller y Secco le hacen justicia a la corriente de la conciencia literaria, sin una sola palabra de por medio.
Finalmente, hay que subrayar un trabajo que suele pasar desapercibido y que aquí resulta crucial. Me refiero a la dirección del reparto, responsabilidad de Marco Aguilar: es refrescante ver rostros distintos en el cine mexicano, algunos provenientes del teatro, otros jóvenes debutantes que ni siquiera pasaron por una escuela de actuación. Magnífica decisión: sin figuras ni rostros conocidos, sin tics que se impongan sobre los propios personajes, las desechadas y desechables criaturas de Temporada de huracanes se sienten no solo verosímiles sino reales. He aquí el mosaico de un México aparentemente marginal que no lo es tanto, pues su rampante criminalidad, su persistente misoginia/homofobia y su asfixiante desesperanza no está en las orillas de nuestra vida social sino, por desgracia, en el centro de ella.
Miller ha dirigido, pues, una esforzada y laboriosa adaptación que le hace justicia no solo al texto de Melchor sino, también, de alguna manera, a una trayectoria que apuntaba, en un inicio, para hacer y ser algo grande. Esperemos que Temporada de huracanes sea, por fin, ese salto que esperábamos de Elisa Miller desde hace varios años. Que así sea. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.