Habemus Papam

Reseña de la peculiar Habemus Papam, de Nanni Moretti. 
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Luego de hacer los honores al difunto Papa, los cardenales se reúnen para elegir al sucesor. Mientras las votaciones tienen lugar, escuchamos la voz interior de muchos de ellos, rogando a Dios… no ser el elegido. Finalmente la suma de las boletas va perfilando un ganador: Melville (Michel Piccoli). Los cardenales lucen radiantes –se han quitado un peso de encima– pero el Papa duda, y en su mirada se hace evidente el miedo que tiene. Cuando se lleva a cabo el anuncio a la gente que espera en la Plaza de San Pedro ver al recién elegido pontífice, éste entra en crisis y ni siquiera sale al balcón; se retira ante la incredulidad de las autoridades religiosas y la gente. Se decide entonces llamar a un psicoanalista. Pero éste (Nanni Moretti) debe observar una serie de limitaciones: una vez que le aclaran que los conceptos de alma y subconsciente no pueden coexistir, que no puede preguntar nada sobre sexo, ni sobre fantasías y deseos no realizados; que tampoco puede mencionar a la madre ni indagar en los sueños; que de la infancia sí puede hablar “pero con mucha discreción”; una vez que le aclaran el panorama, inicia una sesión frente a los cardenales que, curiosos, escuchan todo. Las cartas están puestas, y se anuncia un paisaje inquietante: las restricciones institucionales impiden que el hombre, que tiene miedo, sea tratado como hombre. He aquí el inicio prometedor de Habemus Papam (2011), la más reciente entrega de Nanni Moretti, cinta que participó en la Sección Oficial del Festival de Cannes del año anterior. (Este año el italiano será el presidente del Jurado).

El cineasta italiano propone un tono que se mueve entre la comedia y la tragedia. Imprime valiosas dosis de humor a su visita al Vaticano mientras exhibe el anquilosamiento de una institución que sigue teniendo un peso importante para la gente. Hace de las autoridades religiosas personajes de carne y hueso, dispuestos a involucrarse en actividades lúdicas, a escuchar –con reservas, ciertamente–, pero también exhibe sus dudas, sus manías y su cobardía para alterar la rigidez de la institución que representan. El miedo para asumir las responsabilidades encuentra su máxima expresión en el Papa, quien deambula extraviado y reconoce su incapacidad de asumir el liderazgo. En un monólogo frente a otros, aquél comenta que los miembros de la Iglesia “a menudo hemos tenido miedo de aceptar nuestras culpas”; y añade: “Recientemente ha sido difícil para la Iglesia entender las cosas”. Moretti pone en boca de la máxima autoridad una confesión que resume lo que, feligreses o no, pueden observar.

En Il caimano (2006), su cinta anterior, Moretti presentó un diagnóstico de las contrariedades que ha vivido Italia en la era Berlusconi. Ahora amplía el campo de visión y emprende un diagnóstico de la humanidad. Si bien el centro de atención de Habemus Papam es la Iglesia, la crisis dentro de la institución no es, nos muestra Moretti, sino un reflejo de la crisis que vive el género humano, y cuando el Papa tiene la posibilidad de convivir con la gente “de a pié”, puede constatar un paisaje de incomunicación y, casi, de autismo: encerrados es sí mismos, sin la capacidad de escuchar al otro, partícipes de un diálogo de sordos, así son los individuos que conforman una masa de solitarios deprimidos (“sinusitis mental”, la llama en algún momento el Papa). El asunto cobra gravedad porque la masa espera respuestas de una institución cuya cerrazón y cansancio le impiden ser la más adecuada para ofrecerlas. 

Las películas de Moretti transitan de lo público a lo privado con sutileza y agudeza: son, de alguna manera, invitaciones a la intimidad desde la tribuna, y emprende el análisis desde la política (Caro diario, Aprile) y la psicología (La stanza del figlio). En todas hay dosis de humor y calidez que permiten precisamente el ingreso a la intimidad. En Habemus Papam extiende esta estrategia, y si bien propone un acercamiento irreverente e introduce frescura ahí donde todo aparece bajo el manto del anquilosamiento (las partidas de volleyball que organiza el psicoanalista entre los cardenales son de antología), termina por ofrecer un paisaje lúgubre. Moretti expone las dificultades de entablar un diálogo cuando los posibles involucrados no tienen la voluntad de escuchar. Es particularmente ilustrativo el intercambio de frases que realizan, en medio del fragor del volleyball, el psicólogo y uno de los cardenales: mientras el primero trae a cuento a Darwin, el sinsentido de la vida humana y la imposibilidad de consolación, el otro se aferra a los dogmas y afirma que “somos el fruto de un pensamiento de Dios”. No obstante, con Moretti invariablemente se hace presente la ironía, y sus películas son una invitación al diálogo desde una plataforma que reserva un rico abanico emotivo.

Wim Wenders afirma que “la política más importante es la que se hace con los ojos”. Nada más acertado para describir la labor de Moretti.

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