Roger Ebert: el fin de una era

Recordando al crítico de cine, quien falleció el pasado cuatro de abril. 
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En Caro diario (1993), Nanni Moretti -director y además personaje- tortura a un crítico chillón mediante la lectura de uno de los textos que éste redactó; en Lady in the Water (2006) de M. Night Shyamalan, un crítico de cine declama frente a una bestia mortífera un discurso tan ridículo como inútil sobre el cine de terror, y a continuación tiene una muerte no menos ridícula; en Dobermann (1997) de Jan Kounen un personaje defeca en la calle y como papel higiénico utiliza unas páginas de la revista francesa Cahiers du cinéma, que casualmente están al alcance de su mano. Como prueban estos ejemplos, el enojo que un crítico de cine es capaz de provocar a un realizador puede alcanzar reacciones cercanas al violento ajuste de cuentas (cuya escenificación, como en los casos citados, tiene mucha más gracia que la que por lo general habita en los textos que generan el malestar). El crítico es a menudo el malo de la película (o el tonto, como en la cinta de Shyamalan): ubicado al final de la cadena cinematográfica, es visto como un depredador inconmovible, desalmado, como un sujeto frustrado que vierte toda su amargura en cada una de las palabras que teclea como dardos envenenados. En este paisaje de negatividad hay excepciones notables; como Roger Ebert, quien solía mostrar una actitud positiva ante las películas que reseñaba, y cuya generosidad quedó de manifiesto en cada texto (si bien para algunos lectores más que generosidad parecía blandura), incluso en las que decía odiar. Pero además dejó constancia de una agudeza y una mirada de una amplitud que es raro encontrar entre los críticos de cine norteamericanos. Entre otras cosas, por eso era respetado por sus colegas y seguido por numerosos lectores. Luego de ofrecer resistencia al cáncer de tiroides y de sufrir un severo deterioro en su salud, el 2 de abril publicó en su blog un extenso texto que tituló A Leave of presence, en el que hace una agradecida despedida -no definitiva, justo es precisar- así como un recuento de sus actividades. Dos días después murió. (Y el 6 de abril se publicó su última reseña, dedicada a To the Wonder de Terrence Malick.) La trayectoria, la obra y el estilo de Ebert, quien “no sólo dominó su profesión, sino que la definió” -como señaló en el funeral el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel- merecen un homenaje más que un obituario. En todo caso es deseable un recuento de la vida, obra y milagros de este excepcional personaje.

Roger Joseph Ebert nació en 1942, “en el centro del universo […] en la esquina de las calles Washington y Maple en Urbana, Illinois” (como anota en sus memorias). Luego de trabajar como reportero en sus años estudiantiles debutó como crítico el 3 de abril de 1967 en el Chicago Sun-Times en 1967, donde publicó hasta su muerte. Ebert fue prolífico, y cada año escribía 200 reseñas para este diario (que también aparecían en más de 200 periódicos de Estados Unidos); en el 2012 la cifra cerró en 306, el más alto de su carrera. Desde este diario construyó una posición y se ganó un lugar en el medio, lo mismo de realizadores que de lectores, a cuya educación contribuyó. Ganó “adeptos”, además, gracias a su aparición en un programa televisivo en el que dialogaba con Gene Siskel, un colega que colaboraba para el Chicago Tribune. Ahí ambos patentaron lo que luego sería una especie de signo de identidad: a la usanza de los emperadores romanos y dependiendo de la valoración conjunta de la película en cuestión, apuntaban sus pulgares hacia arriba o hacia abajo.

A diferencia de una buena parte de la gente que publica sus escritos en los medios norteamericanos -pero no exclusivamente-, Ebert apenas dedica una pequeña parte de sus reseñas a los actores. En un medio en el que abundan las publicaciones que, con mayor o menor frivolidad, contribuyen a fortalecer el star system, en el que no es raro que se aborden las películas como obra de los actores (por lo que a menudo el espectador ocasional habla “de” las películas de tal o cual estrella) y se hace el elogio de su desempeño, Ebert prefería comentar el comportamiento de los personajes, compararlo con lo que sucede en la vida real. Proponía una lectura más amplia, que resultaba tan amena como bien fundamentada y subrayaba la pericia o impericia del realizador, su capacidad para construir una narrativa eficaz y para provocar emociones en los espectadores. Por lo general sus reseñas se enriquecían con referencias a otras películas, pero también a la literatura y el teatro, y no era raro que, tratándose de cintas cuyo origen se ubica en el mundo de las letras, hubiera leído la novela o la pieza que sirvió de inspiración (de Atonement, por ejemplo, califica como “implacable” la estructura, tanto de la cinta como de la novela; en la reseña de The Tempest de Julie Taymor anota que para él “la única forma de leer 'La tempestad' -su obra favorita de Shakespeare- es como una despedida”; no obstante, la realizadora propone un acercamiento diferente, y de ahí parte su comentario). Acostumbraba abordar la crítica en primera persona: tenía el buen hábito de referir lo observado a su cotidianidad y dejar constancia de ello desde su propia experiencia. Así, no es raro que en sus textos la crónica se sume a la crítica. Sin llegar a lo coloquial, su estilo tampoco es rebuscado. Además, imprimía apreciables dosis de humor que le permitían eludir la solemnidad y la pedantería que a menudo impregnan los textos críticos. Y si no renuncia al uso de conceptos especializados, tampoco omite su ilustración o explicación: con ello ganaba en claridad sin perder profundidad. Por todo esto la lectura resulta amena y avanza con fluidez, rasgos apreciados por sus lectores, que se ubican en un extenso abanico de orígenes e intereses y muchos de los cuales no dejaron de manifestarle su fidelidad. Sus textos permiten constatar que la crítica es más eficaz si está bien escrita. Su calidad literaria fue recompensada con el premio Pulitzer de Crítica en 1975.

Su obra escrita creció con una serie de libros que lo mismo recogen su pasión por la cocina (The Pot and How to Use It) que una serie de reseñas reunidas por un criterio determinado (como Roger Ebert's Four-Star Reviews 1967-2007, que congrega textos de películas que recibieron la máxima calificación que otorgaba, es decir, cuatro estrellas; o A Horrible Experience of Unbearable Length: More Movies That Suck, que, por el contrario, recoge escritos sobre cintas que tuvieron menos de dos estrellas); lo mismo dedicó un libro a Martin Scorsese (Scorsese by Ebert), con entrevistas y reseñas de las cintas del realizador neoyorquino, que propone una selección de textos de diversos autores y sobre diversos aspectos del cine (Roger Ebert's Book of Film: From Tolstoy to Tarantino, the finest writing from a century of film). Mención aparte merece Life Itself: A Memoir, libro de memorias en el que el crítico hace un recuento de “sus amores, pérdidas y obsesiones; su lucha y recuperación del alcoholismo; su matrimonio; su postura política; y sus creencias espirituales”, como puede leerse en la contraportada.

El prestigio de Ebert proviene esencialmente de la crítica, pero también tuvo relevancia su labor como guionista. Compartió créditos por la escritura de Beyond the Valley of the Dolls (1970), Up! (1976) y Beneath the Valley of the Ultra-Vixens (1979), todas ellas dirigidas por Russ Meyer y caracterizadas por una buena cantidad de desnudos y escenas con carga sexual. Además contribuyó a la escritura de Billy Baxter Presents Diary of the Cannes Film Festival with Rex Reed (1980), documental televisivo que explora la intimidad de los participantes en la edición del festival de Cannes de 1980. Colaboraba, además en la organización del Ebertfest, festival que tiene lugar en la Universidad de Illinois en Urbana-Chamapign, su alma mater.

Su labor ha sido celebrada lo mismo por gente del cine que de otros ámbitos. Robert Redford reconoce su sensibilidad para apreciar las películas independientes en una época que recibían poca atención. Y añade: “su pasión personal por el cine es ilimitada, y de seguro ése será su legado para las futuras generaciones”. Además de remarcar su “verdadero conocimiento del cine y su historia”, Steven Spielberg anota la labor orientadora de sus textos, pues ayudaron a que muchas películas encontraran sus públicos. Darren Aronofsky apunta: “perdimos un escritor reflexivo”. El presidente Barack Obama, por su parte, comenta que “Roger era las películas”. Afirmar que su muerte deja un hueco que difícilmente habrá de llenarse es tal vez una perogrullada, pero es exacta. Incluso cabría pensar que el espacio quedará vacío. Es lo que sugiere Spielberg, quien concluye que la muerte de Ebert “es virtualmente el final de una era, y ahora el balcón está cerrado por siempre”.

Ebert seguirá presente en sus textos, por supuesto. Pero también en el documental Life Itself -aún en proceso-, dirigido por Steve James y producido por Martin Scorsese. Cabe esperar que en esta película no se hará escarnio del crítico. Para variar…

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