¡Cómo olvidar aquella imagen de una navaja cortando un ojo humano! Un conjunto de hormigas saliendo por un agujero negro en una mano, dos frailes amarrados a un piano de cola… Con sólo 16 minutos de duración, Luis Buñuel -en colaboración con Salvador Dalí- hizo sobresaltar al mundo. Un perro andaluz (1929) es un cortometraje incómodo sobre una serie de sueños; delirante, plagado de imágenes escalofriantes, subversivas, y sin lógica narrativa. Pero ya se ha hablado demasiado de la primera película de Buñuel y sólo Dios sabrá qué quiso decir el genio del cine surrealista.
Luis Buñuel hizo cerca de 34 películas. Elegante, cruel, anarquista, destructivo, cómico, crítico social y maestro de la sátira, Buñuel jugó con la audiencia, parodió las técnicas de la narrativa convencional, criticó al fascismo y atacó a la Iglesia Católica. En su etapa más entretenida ridiculizó los ritos de la alta burguesía. Es decir: no dejó títere con cabeza.
Si de ritos hablamos, el de la comida fue uno de sus favoritos. Para Buñuel, la alta sociedad era una clase frívola, carente de humanidad. Y qué mejor manera de exhibir a la clase privilegiada – regida por las buenas costumbres y las reglas de etiqueta- que exponiéndolos a situaciones absurdas y atrapándolos en sus propias convenciones. Tres películas giran alrededor de esto: El ángel exterminador (1962), El discreto encanto de la burguesía (1972), y El fantasma de la libertad (1974).
En El ángel exterminador un grupo de amigos se reúne a cenar en una mansión. Comen caviar servido en esculturas de hielo, tocan el piano, hablan de la patria, de sus viajes por el mundo y de su consternación por la fauna de Rumania. No pierden la compostura, y sus comentarios -por más frívolos que sean- son siempre dirigidos con cortesía y amabilidad: “El servicio se vuelve cada día más impertinente”, comenta el dueño de la casa, ante la desaparición de casi todos los criados.
Llega la madrugada. Los invitados se dan cuenta de que son incapaces de salir de la sala. No hay explicación. Algo invisible les impide salir. Poco a poco pierden los modales. Se quitan el saco, se despeinan y comen papel para engañar al hambre. El ambiente se torna claustrofóbico y los burgueses se vuelven más ácidos y sin cortapisas externan comentarios como: “Huele usted a hiena, señora” y “no resisto a esa arpía, peinándose nada más media cabeza”. Pasan días encerrados y la sala de la residencia se convierte en un campo de concentración. Los invitados se pelean, rompen las paredes para poder tomar agua de las tuberías, queman un borrego, guardan cadáveres humanos en un clóset y algunos se suicidan. Parece que la única manera de lograr que estos personajes sean auténticos es colocándolos en situaciones límite, donde los burgueses sacan lo peor de sí mismos y la hipocresía queda en el pasado.
El discreto encanto de la burguesía es la película sucesora de El ángel exterminador : de nueva cuenta Buñuel expone los vicios y manías de la alta burguesía. Un grupo de amigos se dispone a cenar. Pero cada vez que están por sentarse a la mesa, algo bizarro pasa: los anfitriones se escapan para tener sexo, militares llegan a pedir comida, y los protagonistas se dan cuenta que son parte de una obra de teatro y olvidan sus líneas. Por si no eran suficientemente absurdos los escenarios, al final resulta que cada una de las escenas es un sueño, y un sueño dentro de un sueño, y un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño. La maravilla de esta película no es tanto lo irracional de las escenas, sino la compostura con que los burgueses manejan las situaciones. En ellos no existe la capacidad de asombro. Igual pueden ver un embajador traficando cocaína que a un obispo pidiendo trabajo de jardinero. Y cuando unos mafiosos salidos de la nada entran al comedor y asesinan a todos los protagonistas –aparentemente sin motivo- el único sobreviviente arriesga su vida con tal de alcanzar el pedazo de jamón que queda en su plato. La pasividad de los personajes alcanza los límites del absurdo.
Para Buñuel, los burgueses no pueden sino comportarse así. Su existencia vacía y sin sentido les permite ver la vida con demasiada ligereza. A través de la tensión entre opuestos -reglas de la sociedad contra instintos- Buñuel expone lo inhumano de la humanidad. Y lo hace de una manera macabra, incómoda. Su crítica no perdona. Su mundo no es fácil. Pero Buñuel era, sobre todo, un observador del comportamiento humano y un cineasta que se divertía confundiendo al público. ¿Por qué la alta burguesía? Por ser la clase social que se jacta de ser la más civilizada. Además, resulta mucho más cómico ver a Silvia Pinal vestida de gala y degollando borregos en la sala de una mansión que ver a un granjero hacer lo mismo. Buñuel nos invita a reírnos del absurdo, de todo lo irracional que nos hacen humanos.
-Olga de la Fuente
Escritora y guionista.