Marca personal a The Americans: hacemos lo que nos dicen

A más de cinco años de su estreno el 30 de enero de 2013, The Americans llega a su fin. En esta serie, el individuo se somete a sagrados absolutos que terminarán por destruirlo.
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La coyuntura es un tanto irónica: los capítulos finales serán vistos por una audiencia que atestigua, no sin incredulidad, la consolidación de Rusia como una potencia mundial dominante en el mapa geopolítico del siglo XXI. Manipulación de elecciones, apoyo militar a regímenes dictatoriales, operaciones secretas en Medio Oriente y -palabras más, palabras menos- una promoción masiva del caos en todo el orbe, son las constantes transmitidas de manera casi diaria por los medios de comunicación. El peligro amenaza con expandirse bajo el liderazgo de Vladimir Putin, el líder ruso considerado por una buena parte de la comentocracia occidental como el titiritero supremo detrás de los acontecimientos más traumáticos de estos años (incluido, desde luego, el ascenso de Donald Trump a la presidencia de la Unión Americana).

En The Americans, por otro lado, estamos en 1987: durante los dos años que lleva al mando del gobierno soviético, Mijaíl Gorbachov ha activado un paquete de reformas orientadas a abrir paulatinamente la economía comunista al libre mercado. El cambio no es bienvenido por todos. Los entusiastas partidarios de la “perestroika” enfrentan la resistencia de los duros oficiales del esquema de seguridad, incluido el aparato de espionaje que se niega a abandonar la guerra fría contra Estados Unidos. El punto de inflexión para detener a Gorbachov es la cumbre entre los líderes de ambas naciones para evitar la proliferación armamentista, a celebrarse en diciembre. Si la cumbre falla, anticipa el lado duro soviético, se abrirá una oportunidad para minar las reformas y reencauzar al país hacia el comunismo. El sabotaje de la cumbre demanda kamikazes: agentes fundamentalistas dispuestos a actuar sin autorización oficial del gobierno reformista para el bien mayor de Rusia. Ese es, a grandes rasgos, el contexto que sirve como apertura para la sexta y última temporada de la serie creada por Joe Weisberg y coproducida por Joel Fields para la cadena FX. Esta temporada consta de 10 episodios, los cuales cubriremos en dos entregas. En esta Marca Personal, un análisis de los primeros cuatro capítulos: Dead Hand, Tchaikovsky, Urban Transport Planning y Mr. and Mrs. Teacup. El texto asume que el lector está familiarizado con la serie, por lo que se sugiere evitar la lectura en caso de no haber visto los capítulos y así evadir los temidos spoilers.

En los juicios de lesa humanidad realizados durante los años subsecuentes a la Segunda Guerra Mundial, un número significativo de criminales nazis se defendió bajo el argumento de que simplemente habían cumplido órdenes y no podían ser considerados responsables de sus actos. ¿Qué tan culpables habían sido los soldados que resguardaban los campos de concentración? ¿Actuaron plenamente convencidos de sus acciones o presionados por un fenómeno grupal de autoridad? ¿La obediencia exculpa la responsabilidad individual? Perturbado por estas preguntas, Stanley Milgram, psicólogo social estadounidense, llevó a cabo en la década de los sesenta una serie de experimentos orientados a estudiar la relación entre obediencia, conciencia y sumisión.

Milgram reclutó a 40 hombres para participar en una prueba sobre la “memoria y el aprendizaje”. Cada sujeto conocía a un “experimentador”, el encargado de dirigir el experimento, y a una persona a la que se le presentaba como otro recluta, pero que en realidad era un cómplice de Milgram.  Los dos sujetos (el reclutado y el cómplice) se sometían a un concurso para determinar quién jugaría el papel de “maestro” y quién el de “aprendiz”. El sorteo estaba truqueado con el fin de que el cómplice siempre obtuviera el papel de “aprendiz” y el reclutado el de “maestro”. Una vez asignados los papeles, “el aprendiz” era colocado en una silla donde se le conectaban electrodos vinculados a un generador de descarga. A petición del “experimentador”, el “maestro” le formulaba diversas preguntas al “aprendiz”. En caso de responder de manera incorrecta, el “maestro” le aplicaba una descarga eléctrica al “aprendiz”. La intensidad de las descargas aumentaba 15 voltios cada vez que el “aprendiz” cometía un error. El proceso era una simulación: las descargas no estaban conectadas a los electrodos y todo era parte de un montaje diseñado para engañar al “maestro”, quien continuaba con la administración del castigo pese a escuchar los fingidos gritos de dolor del “aprendiz”. Una vez que se cruzaba cierto número de descargas, la víctima le pedía al “maestro” que parara o que tomara en cuenta que tenía una “condición cardiaca”. El “maestro”, no obstante, continuaba con su tarea bajo las indicaciones del “experimentador”, quien lo conminaba a que no parara diciéndole que “no era su responsabilidad” y que “era absolutamente esencial que prosiguiera”. Si bien la mayoría se sintió incómoda al hacerlo, los 40 sujetos obedecieron hasta llegar a los 300 voltios; 25 de esos 40 siguieron dando descargas hasta llegar al nivel máximo de 450 voltios (y en una variación del experimento, el número se disparó a 37). Los expertos pensaban que sólo entre el uno y tres por ciento de los sujetos se mantendría dando descargas. Creían que el reclutado tendría que poseer una naturaleza sicópata para continuar con el castigo. Para sorpresa de todos, el porcentaje final de sádicos fue de 65 por ciento. La conclusión de Milgram: encontramos tranquilidad en hacer lo que se nos dice. El “yo-masa” prefiere obedecer órdenes, sobre todo cuando éstas son impartidas en nombre de un ideal u objetivo mayor (saber más sobre el “proceso de aprendizaje”, en este caso). La gente prefiere someterse a los designios de la autoridad antes que confrontar las dudas de su propia conciencia.

La última vez que vimos al matrimonio Jennings fue en The Soviet Division, episodio final de la quinta temporada ambientado en 1984, cuando sus sueños de regresar a Rusia fueron frustrados por la posibilidad de infiltrar al gobierno estadounidense a través de Kimmy, la hija adolescente de uno de los funcionarios encargados de administrar la división soviética de la comunidad de inteligencia norteamericana. Devastado por el estrés y los conflictos de conciencia, Philip entra a un periodo de retiro mientras que Elizabeth se entrega a las labores de espionaje y adoctrinamiento de Paige. Dead Hand, primer episodio de la sexta temporada, abre tres años después con un largo montaje estructurado al ritmo de Don´t Dream it´s Over, de Crowded House: Philip aparece rejuvenecido y sonriente, enfocado en la expansión de la agencia de viajes; Paige participa en operativos de espionaje bajo la mirada atenta y protectora de Elizabeth; Claudia, el mando superior de Elizabeth y Philip, se ha convertido en una abuela postiza para Paige, con quien ve televisión y escucha discos; Henry estudia en Saint Edwards, donde es estrella de hockey y galán de la escuela; Stan se casó con Renee y hasta Dennis, el agente del FBI, luce alegre con su pareja e hijo recién nacido en algún momento del episodio. En The Americans, sin embargo, la música es texto: la armonía es ilusoria y, como canta Neil Finn, “se avecina una batalla” que amenaza con “construir una pared” entre los Jennings.

 

Con el fin velado de sabotear la cumbre antiarmamentista, un general del ala dura del ejército soviético se encuentra con Elizabeth en México para pedirle que averigüe si los emisarios de Gorbachov van a ofrecer la cancelación de Dead Hand a cambio de que los estadounidenses detengan el desarrollo del sistema Star Wars. Dead Hand es un programa automatizado capaz de lanzar misiles nucleares en caso de que un ataque sorpresa aniquile a toda la población de la Unión Soviética; Star Wars, por otro lado, es un sistema de defensa pensado para destruir los misiles soviéticos desde el espacio a través de satélites equipados con rayos láser. Ambos planes suenan absurdos para la mente racional; para los soldados de la guerra fría, en cambio, lucen como amenazas puras y escalables. El absurdo es trágico. No en vano uno de los personajes menciona la senilidad de Ronald Reagan. La delirante Dr. Strangelove (Kubrick, 1964) no estaba tan alejada de la realidad.

Inspirado por Milgram, Peter Gabriel grabó We Do What We´re Told (Milgram´s 37) en el álbum So (1986), una pieza cuya naturaleza ascendente recrea las descargas eléctricas de los experimentos hasta que el volumen se estabiliza en un coro que canta “hacemos lo que nos dicen”. La canción de Gabriel aparece en Dead Hand cuando el general soviético le indica a Elizabeth que no puede comentar la misión con Philip, quien es visto con desconfianza por el mando central. La música se apodera de la maqueta de sonido. Segundos antes de que el militar le indique a Elizabeth la imposibilidad de ser capturada con vida, el coro domina por completo la secuencia. En el avión de regreso a Washington, Elizabeth revisa el broche que le regaló el militar antes de terminar el encuentro: contiene una píldora de cianuro. Es un momento espectral que revela el tema central de The Americans: en aras de encontrar sentido, el individuo se somete voluntariamente a sagrados absolutos que tarde o temprano terminarán por destruirlo, no sin antes alienarlo de las personas a las que más quiere.

La desesperación silenciosa de Elizabeth es interpretada con maestría por Keri Russell, quien ha alcanzado un nuevo pico actoral esta temporada. Aunque está plenamente consciente de las limitaciones de Paige, se niega a aceptar que su hija no podrá asumir los sinsabores de la vida de espía. Como resultado, el entrenamiento de la hija de los Jennings ha sido una versión edulcorada del que Elizabeth y Philip recibieron en Rusia. Los errores y cabos sueltos de Paige son minimizados por Elizabeth, quien no tolera la idea de que su hija pueda considerarla como una asesina a sangre fría. De ahí el poder de la imagen de Elizabeth cubierta en sangre y residuos cerebrales al final de Tchaikovsky (S06E02). El engaño está próximo a extinguirse.  

Haciéndose pasar como enfermera, Elizabeth se ha infiltrado en el hogar de Glenn Haskard, uno de los negociadores estadounidenses que estarán presentes en la cumbre. Erica, la esposa de Haskard, es una pintora que sufre de una enfermedad en fase terminal. Los cuadros angustiados y angustiantes de Erica funcionan como materializaciones del estado de ánimo de Elizabeth. El efecto es entre intimidante y expresionista.

Libre de obedecer ciegamente a la madre Rusia, Philip ahora vive enajenado por otra clase de mentira: el sueño americano. Motivado por una irracional -aunque muy estadounidense- hambre de éxito económico, ha invertido sin prudencia en una fallida expansión de la agencia de viajes. La aventura capitalista ha redundado en una crisis económica que amenaza con dejarlo sin fondos para pagar la escuela elitista de Henry. Entusiasta de la mercadotecnia, Philip aspira a ser como uno de los emprendedores exitosos descritos por los libros de management que estudia con fervor. “¡Van a poner un Pizza Hut en Moscú!”, exclama emocionado durante una discusión con Elizabeth. Todo es parte de su intenso deseo de ser tan americano como el country que baila con relativa soltura en uno de los pocos momentos jocosos de la serie. La ternura que Matthew Rhys le imprime al goce de Philip es entrañable, casi infantil.

Al igual que Philip, Stan atraviesa un periodo de tranquilidad. Parcialmente automarginado de la división de espionaje, el agente del FBI parece disfrutar de la carencia de presiones y su matrimonio con Renee, quien sospechamos es una espía rusa. Esa calma está a punto de terminar. La razón: Sofia y Gennadi, el matrimonio de soplones rusos que él y Dennis logran cooptar en la quinta temporada, está a punto de separarse, lo que podría derivar en problemas con el tráfico de información que realizan para el gobierno estadounidense. En Urban Transport Planning (S06E03) las cosas llegan a un límite y Stan decide extraerlos bajo la excusa de “asilo político”. Claudia le informa a Elizabeth sobre la defección de Sofía y Gennadi, a la vez que le advierte del peligro propagandístico que implicaría dejarlos con vida. La confrontación es inminente.

Elizabeth y Philip no son los únicos damnificados de la obediencia. En aras de honrar el “interés mayor” de sus naciones, Oleg y Stan fueron obligados a entregar a Nina Sergeevna al gobierno ruso. Nina, mujer a la que ambos amaban, fue ejecutada en Chloramphenicol (S04E04). Su muerte proyecta una sombra ineludible en sus vidas. Oleg ya no está dispuesto a “hacer lo que le dicen” y opta por asumir el riesgo de regresar a Estados Unidos para pedirle a Philip que intervenga para evitar el sabotaje de la cumbre, así esto implique un enfrentamiento con Elizabeth. El regreso de Oleg implica inevitablemente un encuentro con Stan. Ambos hombres platican sobre Nina antes de establecer la posibilidad de un duelo en caso de que Oleg incurra en un acto de espionaje. La conversación es tensa y emotiva, como extraída de una de las mejores cintas de Michael Mann.

¿Cuándo fue la última vez que los Jennings se miraron al espejo del baño de su recámara y reconocieron algo que fuera sustancial y de genuina relevancia para su matrimonio? La separación, a estas alturas, se antoja insalvable.

 

Destrucción mutua asegurada. 

*La sexta temporada de The Americans puede ser vista en México por los servicios de streaming de Fox (http://Foxplay.com ) 

 

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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