El último trabajo del director iraní Jafar Panahi se escabulló debajo de las narices del régimen que lo amenazaba y llegó de contrabando a las salas de cine en una memoria USB, escondida dentro de un pastel. Panahi fue sentenciado por su gobierno a seis años de prisión, lo cual sería tolerable si no fuese por la verdadera condena: 20 años sin poder filmar una película.
Criticar al presidente Mahmoud Ahmadinejad, apoyar al opositor y a la RevoluciónVerdeen su país durante el proceso electoral, fueron razones suficientes para su arresto y condena. Pero este contexto queda fuera de la pantalla y lo que presenciamos es un hombre jugando con los límites: le está prohibido hacer películas, más no actuar sus guiones. No es una película (2011) se desarrolla en el apartamento de Panahi, mientras aguarda el resultado de su apelación a la sentencia. Por una llamada de su abogada, nos enteramos que tendrá que pasar seis años en prisión y es poco probable que vuelva a hacer cine, ya que también tiene prohibido abandonar el país, escribir guiones e incluso dar entrevistas.
Determinado a enfrentar a sus represores, comienza a relatar lo que hubiese sido su más reciente película: la historia de una joven que consigue una beca para estudiar arte en la Universidad de Teherán. La chica es encerrada a causa de las creencias tradicionalistas de su familia y ella entonces, busca la manera de escapar para no perder la inscripción. Inmediatamente podemos relacionar esta trama con la situación que vive el director: el corte de sus películas anteriores dista mucho de ser político, sin embargo, en esta ocasión está dispuesto a perder todo lo que tiene para narrar su historia a través de las cámaras.
Mientras actúa el guión en un escenario hecho con sillas y colchones, el director se desespera, porque hay sentimientos que sólo son perceptibles por el lente de la cámara. Luego de un rato, vuelve a filmar y la cámara enfoca ahora a la televisión, en la que muestra cómo ha plasmado estos sentimientos en escenas de sus películas anteriores. El rostro de Jafar Panahi, quien describe la composición visual de cada cuadro, delata entera devoción a su arte y es entonces cuando es más amargo recordar la condena.
Las escenas requieren un gran esfuerzo del espectador, hay que tener empatía y poner atención para captar los puntos climáticos: el rostro del camarógrafo, la vecina, un perro arisco y el joven estudiante de arte que recoge la basura logran colarse e interactúan con el director, convirtiéndose en personajes circunstanciales. En la noche, se escuchan los fuegos artificiales del Noruz, la celebración de año nuevo en Irán, y Panahi trata de grabar la fiesta en la calle, teniendo cuidado de no salir más allá del portón de su edificio para no violar su arresto domiciliario… Entonces recordamos que no es una película.
Con una duración de 74 minutos, No es una película se proyecta en Sala de arte,en Cinépolis Diana.
Maestra en filosofía, publicista y aficionada a la música clásica