A pesar de que los cines en México vendieron una cantidad no despreciable de boletos en 2017, las salas dejaron de ser el único espacio para ver películas desde hace años. Esto ha provocado reacciones divididas: por un lado, la defensa nostálgica (aunque no injustificable) de este espacio, por otro, el surgimiento de oportunidades en el mundo de la distribución y exhibición digital para una nueva generación de cineastas. Para todos los demás, la posibilidad de ver cualquier película se reduce a dar cierto número de clics, tener crédito disponible en las tarjetas y una buena velocidad de internet. Se dice que la belleza recae en el ojo del espectador, ¿pero es importante en dónde está viendo?
Para algunos, la sala de cine es el mejor espacio para verlo: las pantallas son de amplio tamaño y resolución, el audio se emite en una multiplicidad de canales, los asientos son cómodos. Si bien el argumento de excelencia técnica es sostenible, la sala de cine tiene una característica potencialmente nefasta, al ser una actividad social. La gente se cuela en la fila y habla cuando no debe. La presencia de los celulares ha crecido tanto que una de las grandes cadenas de cine en Estados Unidos coqueteó con la idea de permitir su uso durante las funciones, solo para recibir el furioso rechazo de sus clientes.
Más allá de la superioridad técnica, las salas de cine eran importantes porque eran los únicos espacios donde se proyectaban películas, las cuales no se encontraban después de su paso por salas: esto hacía de cada función un evento casi irrepetible. Si en el pasado el público se formaba culturalmente con estas limitaciones, en el presente tiene la opción de formarse a sí mismo sin ellas. ¿Pero tener un ojo puesto en mil pantallas equivale a ver lo mejor que hay? La realidad (quizás para la nostalgia y condenación de Almodóvar, Herzog, Varda, Spielberg, y todos los que crecieron en la sala de cine porque era el único lugar) es que nadie sabe. La imagen del internet como una utopía de conocimiento para el beneficio de la sociedad es solo un lado de la navaja: la gente hará lo que quiera, dependiendo de sus circunstancias, historias, impulsos, etc. El espacio en donde se ve el cine importa, pero está más conectado que nunca a su espectador.
Preguntarse si esto representa una pesadilla de pérdida cultural e intelectual también plantea una situación donde los datos duros y las opiniones acaloradas pueden chocar entre sí. El anuario estadístico de 2017 indica una preferencia por producciones de Hollywood y comedias nacionales (23 millones para Coco, y 4 millones para Hazlo como Hombre). En cuanto a distribución casera, la RTC sigue autorizando DVDs y Blu-Rays para su comercialización (61% de películas estadounidenses, y 4% de películas mexicanas). FilminLatino, plataforma desarrollada por el IMCINE para la visualización digital de cine nacional e internacional, tiene una oferta centrada en generaciones recientes de cineastas, y no es la única plataforma que ofrece este catálogo.
En resumen, el público ve cine en varios espacios y por distintos medios. ¿Esto quiere decir que ven mejor cine? ¿Los que vieron Coco son traidores a la patria, y los que vieron Hazlo como hombre son símbolo de la vulgaridad? ¿Hubo batallas porcentuales entre Bergman y Tarkovsky, Truffaut y Godard? ¿Alguien se acuerda de Robert Bresson, o ha quedado exiliado a una curiosidad antropológica-documental de ficción híbrida?
Personalmente, conozco a un estudiante de cine que gusta de Los Avengers y la obra de Gaspar Noé y Lars von Trier. Como crítico, me ha tocado pasar horas de aburrimiento junto al mascar de palomitas en varias salas de cine, así como momentos de profundo disfrute fílmico frente a la pantalla de una laptop. Vi por primera vez El fantasma del paraíso en una copia casera en Betamax, y en una televisión que apenas alcanzaba el metro de altura. Años después, tuve la oportunidad de verla en la Cineteca Nacional, restaurada en 4K y con una mezcla de sonido que era (al menos) 5.1. ¿Las circunstancias ofrecidas por ese espacio causaron una diferencia en la película? Sí y no. La cinta de Brian de Palma sigue siendo una de las mejores en la historia del cine (aunque eso es motivo de otro texto), y sus virtudes resaltan aún más en un espacio que lo permite.
Tarantino está en pleno derecho de abogar por la sala de cine, pero su vida de espectador en la época del video contribuyó a su gusto por el medio y lo orilló a la realización, para el disfrute multimedios de una nueva generación de espectadores que, quizá, lleguen a convertirse en cineastas en consecuencia.
Es posible que estos nuevos espectadores adquieran mejores pantallas y sistemas de sonido, o vayan a las cinetecas y los espacios donde está el cine que les gusta, y gasten a placer en los tesoros de Criterion. Es posible que sean futuros cineastas, o profundos cinéfilos. Pero lo que sin duda son, como todos los que vinieron antes, es gente a la que le gusta ver: ver más, ver mejor y, sobretodo, seguir viendo.
es crítico de cine.