Un dato que suele pasar desapercibido cuando se habla de Paco Jémez es su edad: 47 años. Hay algo en torno a la figura del entrenador cordobés que invita a pensar en alguien mucho mayor, mucho más experimentado. Desde 2006 ha entrenado ocho equipos distintos, uno de ellos –la Unión Deportiva Las Palmas- en dos períodos. En todos ellos ha dejado su huella, su estilo, sus polémicas, sus discusiones, su mezcla de arrogancia y resignación. Su mano derecha y, en pocas ocasiones, la izquierda.
Paco ha conseguido lo impensable: generar un debate desde las galeras del fútbol. Sus equipos como entrenador profesional han sido el Córdoba, el Rayo, el Granada… y así sucesivamente. Lejos de los fastos de los altos presupuestos y las figuras mediáticas, Paco se ha convertido él mismo en un generador constante de titulares y polémicas, alguien empeñado en no dejar nunca indiferente a nadie: ni fuera ni dentro del club que le toque en cada momento.
Es un entrenador al que se ama o se odia, generalmente lo segundo. Curtido como jugador en la posición más áspera del campo, la de defensa central, Paco parece saberlo todo del fútbol y no se molesta en ocultar sus conocimientos, lo que muchos toman como un exceso de soberbia. Puede que tengan razón, puede que en el fondo Paco no sea sino un soberbio que va buscando bronca allá por donde pasa. Los últimos dos años el odio se ha disparado por una sencilla razón: no ha habido resultados que justifiquen sus excesos.
Después de no impedir que el Rayo Vallecano bajara a Segunda División en 2016, Jémez se fue a Granada donde aguantó pocas jornadas: el equipo jugaba mal y perdía y cuando uno se empeña en ser el centro del universo, es normal que todas las culpas recaigan en él. La directiva le despidió y el Granada siguió jugando mal y perdiendo, más incluso, hasta perder también la categoría. Es curioso que los mismos que se empeñan en relativizar los títulos de Guardiola porque los consigue con equipos de altísimo presupuesto, no sepan poner en perspectiva los “fracasos” de Paco con equipos que no tienen un euro.
El despido de Granada a los dos meses de iniciarse la temporada provocó su marcha a México, en concreto al Cruz Azul. La combinación era explosiva: entrenador con mucho carácter y mala prensa va a parar a equipo con máxima atención mediática… pero inmerso en una larguísima crisis deportiva. No tardó la bomba en explotar: el Cruz Azul no conseguía cerrar partidos, se alejaba de los puestos de cabeza y parecía condenado a quedarse incluso fuera de las eliminatorias por el título mientras la prensa pedía sangre en cada portada.
Solo entonces empezó Paco a sentirse cómodo y a enderezar el rumbo. Con todo en contra, se vive mejor. El Cruz Azul tuvo una última mitad de 2017 más que decente pero su entrenador se mantuvo firme en la decisión de quedarse, lo que hizo que algunos directivos dejaran escapar un pequeño suspiro: es difícil dirigir a alguien que, en esencia, es ingobernable. En cuanto se supo que estaba disponible –“razones personales”-, la U.D. Las Palmas corrió a ficharlo y que fuera lo que fuese.
¿Qué es lo que encontró Paco en su Las Palmas natal al llegar? Un vestuario roto, una afición descontenta y un equipo sin norte. Las gradas culpaban a algunos jugadores de vagos y juerguistas mientras el equipo se hundía cada vez más en las posiciones de descenso. ¿Qué es lo primero que hizo Paco para solucionar el problema? Abrir dando un portazo, si eso es posible. La gran estrella del equipo, el francés Loïc Remy quiso tantear al nuevo técnico con un par de impuntualidades y el nuevo técnico se lo cargó de un plumazo, con amargo intercambio de declaraciones en rueda de prensa incluido.
Junto a Remy, desapareció también el camerunés Ousama Tannane. Es curioso, porque apenas unas semanas antes ambos habían estado al borde de la pelea en un entrenamiento, lo que da una idea del polvorín donde se había metido el entrenador. No quedó ahí la cosa: Paco apartó también en la práctica a Tana, uno de sus mejores jugadores y de los más señalados por la afición, probó con numerosos delanteros y extremos –Jairo, Halilovic, Momo…- y pareció abocado a un nuevo desastre cuando el recién ascendido Girona le metió seis goles y le condenó al último lugar de la tabla.
Y ahí, en el precipicio, con la prensa volcada en su contra, con Remy despachándose a gusto en la prensa francesa, con los aficionados de los “equipos bien” burlándose de él, Paco empezó a sentirse cómodo… y así, Tana volvió al campo, Jonathan Calleri volvió a ser Jonathan Calleri y el equipo logró remontar un gol al poderoso Valencia para llevarse el primer triunfo de la nueva era Jémez, el cuarto en el total de la temporada. Minutos después de explicar el triunfo en rueda de prensa, el entrenador volaba a la península para asistir al funeral de su padre, fallecido ese mismo sábado a los 88 años.
Hay en Jémez algo de personaje de película argentina, de Federico Luppi. Ni una sonrisa, ni una concesión, ni un gesto cara a la galería. No solo es que no se esfuerce en caer simpático, es que parece disfrutar de la antipatía, del “yo soy rebelde porque el mundo me hizo así”. ¿Qué cabe esperar de esta etapa? Lo mismo que de las demás: la vida entendida como una montaña rusa. Goleadas a favor y en contra, momentos de desesperación y euforia, jugadores que entran y salen o a los que se cambia al minuto treinta de partido contra todos los pactos no escritos del mundo del fútbol. Cualquier cosa menos la rutina.
Puede que Paco acabe la temporada y salve al Las Palmas, puede que se hunda con el barco y puede que sus jefes se cansen de él antes que todo eso y en dos meses esté buscando un décimo equipo al que entrenar. La sensación es que eso, a él, le da igual. Si no les gusta, que no le hubieran llamado. Insisto: congregar tanta atención, forjarse un personaje de este tipo sin llegar siquiera a los 50 y sin haber entrenado jamás a un equipo grande tiene mérito. Paco no es un “filósofo” a lo Juanma Lillo, es más bien un hombre atormentado. ¿De dónde viene la tormenta y cuándo escampará? Imposible saberlo.
Lo que sí está claro es por qué cae tan mal: por ser valiente. Por ser irreductible. No estoy dando por hecho que ambas cualidades sean positivas pero al menos resultan sugerentes. Si mi equipo necesita un cambio, un cambio radical, Paco puede ser mi hombre. Lo que no tiene sentido es que luego, cuando me coloque la cocina donde el baño, el baño donde el salón y así sucesivamente, me lleve las manos a la cabeza. Hay algo de suicida en Jémez, y algo de obstinado. Una combinación ideal que invita a darle un club y dejarle manejarlo durante cinco o seis años a ver qué sale.
Solo que eso no pasará nunca, claro: si las cosas van mal, se lo cargarán a los cinco partidos. Si las cosas van bien, él mismo se aburrirá y acabará yéndose a cualquier otro lado, como el ludópata que no acaba de creerse que sus cartas siempre sumen veintiuno.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.