Broncano y el malestar de la cultura

El posicionamiento político, a menudo arbitrario, coloniza las interpretaciones; quizá hay que impostar la seriedad para disimular la falta de solidez.
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Una de las cosas más indigestas de lo que de manera eufemística podríamos llamar nuestro debate público es el aire de absoluta seriedad con que hablamos de asuntos sin importancia. Los argumentos en torno a cuestiones que afectan a la vida de la gente se tratan con una combinación de spin, mala fe y apresuramiento, y dedicamos herramientas de análisis pretendidamente serio a elementos ornamentales. El resultado en ambos campos es un despliegue de frivolidad sectaria, tan lejana al rigor como a la ligereza.

En parte, tiene que ver con lo que Janan Ganesh ha llamado obesidad de la mente: un exceso de formación y de tiempo libre. Puede ser divertido: de algo hay que hablar. Pero el posicionamiento político, a menudo arbitrario, coloniza las interpretaciones; quizá hay que impostar la seriedad para disimular la falta de solidez. En los medios convencionales publicamos muchos artículos sobre pocos productos culturales, y el análisis es superficial en el mejor de los casos: ensalzamos las virtudes revolucionarias de superproducciones cinematográficas o musicales estadounidenses, con un entusiasmo acrítico que hace que el adolescente medio parezca un teórico de la escuela de Frankfurt. 

Un ejemplo llamativo es el caso Broncano. La competición entre su programa y el de Pablo Motos, que ocupa portadas y minutos de radio y tele, está fabricada. No es que representen de manera más o menos natural cosas muy distintas, ni que el interés del público haya generado la atención por su rivalidad: un gobierno ha intervenido para colocar en la televisión pública a un comunicador a fin de que compita con otro que le resultaba antipático (el movimiento exigió destituir a la presidenta del ente). Como tantas veces, Podemos fue la liebre de Pedro Sánchez: el ministerio de Igualdad había señalado a Motos y Pablo Iglesias siempre defendió el control de los medios públicos. El Gobierno probablemente piensa que esto le puede dar un aire de frescura: pensiones ajustadas al IPC para los mayores y Broncano para los jóvenes, discursos contra los ricos y dinero público para productoras afines. Algunos ingenuos decían que el programa no podría funcionar porque a ellos les gustaba: tendría muchas referencias y sofisticación. Demasiado para el público generalista, pensaban los que no se creen público generalista: como si la televisión fuera otra cosa que referencia. Lo importante del caso no es el producto televisivo, sino la propaganda vergonzosa (con líderes del PSOE celebrando resultados de audiencia), el uso de dinero público para fines privados y la mentalidad totalitaria que hay tras ese espíritu supuestamente cool y moderno.

Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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