¿Y a mí, que soy agnóstico, qué me importan los escándalos del Vaticano? Esta fue la primera pregunta que me planteé al enterarme de la controversia entre el Papa Francisco y el ex Nuncio Papal en Washington Carlo María Viganò. Si algo he aprendido en esta larga vida es que en su dos mil años de historia, la intriga ha sido al Vaticano lo que la miel a la abeja.
Lo significativo del caso para mí fue que la violación sexual de menores de edad por figuras amparadas en el argumento de autoridad que da el sacerdocio rebasa por mucho, el ámbito eclesiástico y nos adentra en una problemática social, moral y, sobre todo, legal.
También me llamó mucho la atención el contrasentido de que fuera un miembro de la jerarquía eclesiástica ultra conservadora el que le reclamara a Francisco no haber destapado la cloaca del abuso sexual tan recurrente en la Iglesia Católica. Dada la evidente necesidad de reforma radical de la milenaria institución, no deja de ser irónico, por no decir cínico, que Viganò se opusiera al esfuerzo reformista del actual Papa e incluso pidiera su destitución.
Es evidente que los ortodoxos conservadores dentro de la jerarquía católica no le perdonan a Francisco que con humildad diga “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?” que se reúna con representantes de la comunidad LGTB, y permita que se dé la comunión a los no católicos. No es accidental que se opongan a su esfuerzo por cambiar la cultura jerárquica de la institución, a su campaña para bajar a los obispos de su pedestal y transformarlos de pavos reales a pastores que conviven con sus ovejas.
Tampoco lo es que se rebelen contra los esfuerzos del Papa para acabar con la secrecía llamando al diálogo, a la crítica, a la confrontación abierta, fraternal y libre de temor a represalias por cuestionar a los jerarcas. A diferencia de sus antecesores, Francisco quiere que la Iglesia salga al mundo real y no que siga encerrada en sus templos de oropel y privilegio.
Que ataquen a Francisco aduciendo que el Papa está empeñado en encubrir los aberrantes casos de abuso sexual en la Iglesia que datan de siglos es descaradamente absurdo. A diferencia del progreso habido en gobiernos y corporaciones por transparentar sus operaciones, el modus operandi del Vaticano desde sus orígenes hasta la fecha sigue siendo opaco. Una aberración que, sin embargo, no ha impedido que millones de personas mantengan su fe en Cristo y en la institución. Tampoco debemos olvidar sus extraordinarias contradicciones: al mismo tiempo que Sixto IV ordenaba la construcción de esa joya patrimonio de la humanidad que es la Capilla Sixtina, conspiraba para asesinar a sus adversarios. O que para financiar la construcción de la magnífica Basílica de San Pedro, Julio II se haya dedicado a vender las indulgencias que propiciaron la Reforma Protestante de Martin Lutero.
Para ser justos, es también imprescindible dimensionar adecuadamente el enorme problema del abuso sexual fuera de la Iglesia Católica. En Estados Unidos cada 98 segundos alguien es asaltado sexualmente y más de 15 mujeres han acusado al actual presidente del país de haberlas asaltado. De 1998 a la fecha, aproximadamente 18 millones de mujeres han sido violadas y el 99% de los violadores no han sido castigados.
Intentando solucionar el problema que existe dentro de la Iglesia hay quienes argumentan que la falla se origina en los Seminarios donde no se forma adecuadamente a los seminaristas a superar los retos del celibato. Otros dicen que es precisamente la imposición de la abstinencia sexual la que ocasiona el problema y que habría que eliminarla porque ignora que la sexualidad es un aspecto central del ser humano.
Yo creo que el problema trasciende el ámbito eclesiástico y tiene un efecto brutal en la sociedad en la que vivimos todos, no solamente los católicos. Estoy convencido que todos, católicos o no católicos debemos apoyar las reformas del Papa Francisco y exigir que en vez del encubrimiento que tanto daña a la institución se transparenten sus procesos internos y se denuncie a los curas pederastas y a quienes les encubren ante las autoridades para que sean juzgados como lo que son, criminales que deben expiar sus culpas en prisión.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.