Mvs.gov.ua, CC BY 4.0, via Wikimedia Commons

Boris, don’t be a hero

La historia está llena de valientes y de cobardes. Quienes huyen del reclutamiento en Rusia causarían ternura si no fuera porque ganan la risa y la indignación
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Es bien conocida la historia de Aristodemo en tiempos de la batalla de las Termópilas. Recibió licencia, junto con su compañero Éurito, para volver a Esparta por mor de sendas afecciones oculares. Pero ocurre que Éurito decidió volver al campo de batalla, mientras que Aristodemo se fue a su casa. Ahí se le consideró un cobarde y lo trataron con desprecio. Nadie le daba fuego ni le dirigía la palabra, y se le apodó “el Temblón”. Para resarcirse, luchó muy valerosamente en la batalla de Platea, de manera suicida, y ahí encontró la muerte.

Heródoto también cuenta sobre otro superviviente de las Termópilas. Se trata de Pantitas, que había dejado a sus compañeros para llevar un mensaje a Tesalia. “Sin embargo, cuando regresó a Esparta, ante la discriminación que sufría, se ahorcó”.

No cabe duda de que don Quijote es un hombre valiente, pero tras la aventura de los rebuznos, Sancho lo acusa de haber huido. A lo que responde el caballero andante: “No huye el que se retira, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes, que se han guardado para tiempos mejores”.

Esta idea quijotesca la podemos leer en la Ética nicomáquea de Aristóteles. “En algunos casos, al medio se opone más el defecto, y en otros el exceso; por ejemplo, a la valentía no se opone la temeridad, que es el exceso, sino a la cobardía, que es el defecto”.

La virtud es la valentía. Los excesos son la temeridad y la cobardía. Pero si se presenta un exceso, siempre será mejor ser temerario que cobarde. Así fue juzgado Aristodemo. Luego de luchar en la batalla de Platea tan temerariamente, le fue borrado su pasado de cobarde, pero no por eso lo consideraron virtuoso, pues la virtud lo habría impelido a luchar valientemente con la voluntad de preservar la vida.

A los cobardes en la batalla se les solía condenar a muerte allá en la antigüedad, y también en algunos momentos no tan antiguos. Diódoro de Sicilia nos cuenta sobre un legislador llamado Carondas, del siglo sexto antes de Cristo, que resolvió algo mejor. “Si los otros legisladores habían establecido la pena de muerte como castigo de tales delitos, Carondas ordenó que los culpables pasaran tres días en el ágora vestidos con ropa femenina”. Tal ley conservaba la vida de los cobardes, pero lo importante es que les quitaba la cobardía, pues “es preferible morir a experimentar una tal indignidad ante los ojos de la patria”. Esos excobardes estaban listos para jugarse la vida en la siguiente batalla.

Algo natural en la condición humana es creerse más valiente de lo que se es. Con frecuencia escucho comentarios de gente que me dice lo que hubiera hecho en caso de verse en una situación en la que, por supuesto, no se han visto. He estado bebiendo cerveza con colegas que saben perfectamente lo que habrían hecho en caso de hallarse en el ataque terrorista del 2017 en la Rambla de Barcelona. Y, por supuesto, se hubiesen lanzado como toros de lidia contra los terroristas del Bataclan.

En España, el 23 de febrero de 1981, el único en el Palacio de las Cortes que fue tan valeroso como lo concebía en su mente, fue Manuel Gutiérrez Mellado.

Valiente fue Guillermo Prieto, y conociendo bien su condición, supo decir “¡Los valientes no asesinan!”, parándose delante de los fusiles amenazantes y cambiando así la historia de México. Era Guillermo Prieto escritor. Si no se amedrentó delante de las armas cargadas, tampoco lo hubiese hecho ante las pistolitas virtuales de la masa de las redes sociales. Tomen nota, compañeros.

Y tomen nota de los muchos autores rusos que murieron porque su palabra es más grande que la opinión que cualquiera tenga sobre ella. ¿Cómo ha hecho Rusia para tener la mejor literatura sin haber tenido nunca libertad de expresión? Con el talento que baila al unísono con las agallas. Dicho sea de paso, he visto que la gente sin talento puede tener agallas, pero la gente sin agallas no puede tener talento.

Allá cuando los rusos eran otra cosa en cuanto a valor, aunque los soldados, lo mismo que hoy, carecían de derechos, Stalin expresó que “en el ejército soviético hacía más valor para retroceder que para avanzar”.

Ahora, los rusos están haciendo un nuevo ridículo. Su chocarrera manera de poner los pies en polvorosa o agarrar las de Villadiego hasta causaría ternura si no fuera porque gana la risa. Si no fuera porque también gana la indignación por el cinismo de esa manada despavorida que no tiene una palabra sobre la injusticia de la invasión a Ucrania, y sólo saben hablar de su propio pellejo.

I heard his fiancee got a letter
That told how Boris fled that day
The letter said that he was a coward
She should be ashamed he lived that way
I heard she threw that letter away

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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