Caballero, Marco (como autor), Editorial Fauna Nociva (como autor), Fanzinoteca de todxs, http://archivodesobediente.chopo.unam.mx/index.php/Detail/objects/416

Desobediente y la fiebre del archivo

En el archivo digital Desobediente del Museo Universitario del Chopo, un repositorio de la contracultura mexicana, el propósito de reunir materiales disidentes y críticos a su tiempo choca con la elaboración de un relato edulcorado de los mismos.
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Hoy distinguirse, ser diferente o rara, es la norma. Pero cuando el Museo Universitario del Chopo se creó en nuestro país en 1975, había pocos espacios para cuestionar la cultura dominante.

A inicios de mayo, el museo lanzó Desobediente, el archivo digital del acervo documental y gráfico que resguarda físicamente el Centro de Información y Mediateca. Su nombre resuena con el espíritu disidente de algunas expresiones culturales y artísticas subterráneas que se pueden rastrear en él. El repositorio de fotografías, videos, carteles, publicaciones y material documental digitalizado se divide en tres secciones: el Fondo Histórico, con una serie de carteles de difusión de las actividades del Museo entre 1975 y 2009; la Fanzinoteca, que reúne cuatro colecciones de zines (fanzines y revistas) donadas por actores de “gráfica independiente” como Miki Guadamur, Ediciones ¡Joc Doc! y Anal Magazine, así como la Fanzinoteca de todxs, una colección abierta conformada por donaciones de autores interesados en que sus materiales formen parte del archivo; finalmente, Heterodoxias, que reúne registros de algunos eventos, espacios y plataformas asociados a la contracultura de las décadas de los 80 y 90, sobre todo en la Ciudad de México.

Dentro de esta última, la colección gráfica Mongo ofrece un relato visual del paso de bandas muy conocidas de la capital, como la Maldita Vecindad, Caifanes, el Tri y Botellita de Jerez por dos espacios tan subterráneos como concurridos de la Ciudad de México: La Última Carcajada de la Cumbancha y el Disco-Bar Nueve. Además, en la colección de Mauricio Bares encontramos rastros de la literatura y el periodismo subterráneo de México, como Nitro-Press y la revista A Sangre Fría, donde publican escritores periféricos como J.M. Servin, Antonio Arango, Rogelio Villarreal o Guillermo Fadanelli. En las colecciones de Carlos Alvarado y los hermanos Pantoja / Tianguis Cultural del Chopo podemos encontrar documentos interesantes sobre los eventos que han sucedido en este lugar también emblemático de la ciudad, así como sobre el funcionamiento de su economía, “el Tianguis es de quien lo trabaja”.

Detrás de la desobediencia siempre hay un mandato. Para poder romperse, primero tiene que existir la regla. El problema es cuando la desobediencia se vuelve norma, porque ya no sabemos qué memoria es valiosa ni quién o cómo la resguarda. Varios de los materiales del repositorio respondieron críticamente a su momento, aunque eso resulte cada vez más difícil de apreciar con el paso de los años. Lo independiente y alternativo de hoy son bombas de tiempo, categorías con caducidad.

Una publicación, un cartel, un volante, una fotografía, como cualquier objeto cultural, es la punta de un iceberg. Su materialidad esconde un proceso de trabajo, un juego de vínculos y fuerzas, casi incalculable. Por eso cuando un archivo, como el Desobediente del Chopo, se dispone a digitalizar estos materiales, lo que hace es condensar múltiples procesos de trabajo y de resistencia en imágenes con pocas huellas del carácter improvisado y situado de estos objetos. El archivo llega hasta donde es posible ralentizar la máquina del olvido.

Paradójicamente, la reproducción del archivo es una forma de destrucción, pues bloquea otros futuros. Su función unificadora, identificadora y clasificadora produce exclusiones. Sin embargo, según John Tagg, las fuerzas de autodeterminación, descolonización y contramemorias han cuestionado ese poder absoluto, transformándolo en un dispositivo central para la construcción política de comunidades e identidades a través de la inscripción de otras historias y futuros posibles. Esto se evidencia en archivos recientes, algunos autogestionados y otros más institucionales, que buscan dar cabida a historias “frágiles”, que han sido invisibilizadas por las narrativas dominantes, como las de algunos movimientos sociales, contraculturales y disidencias sexuales.

En este impulso archivístico resuenan iniciativas similares que provienen del aparato del museo, como el Fondo de Movimientos Sociales del Centro de Documentación Arkheia o el repositorio digital M68 del Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Otros archivos afines, pero autogestionados por las propias comunidades, son el Archivo Histórico del Movimiento de Lesbianas Feministas en México, Yan María Yaoyólotl y los que albergan parte del legado anarquista en México, como la Biblioteca Virtual Antorcha creada por Chantal López y Omar Cortés y la Biblioteca Social Reconstruir, que pasó de las manos de Ricardo Mestre a las de Tobi, un punk que falleció recientemente de covid. Otros fueron autónomos en su momento, como el Centro de Documentación y Archivo Histórico Lésbico “Nancy Cárdenas” y los del Colectivo Sol y el CRISSOL, que se donaron a la UACM, quizá por lo difícil que es sostener estas iniciativas de manera autogestiva con el tiempo.

Los archivos minoritarios generalmente existen en formatos no convencionales y se encuentran dispersos, a la espera de ser reunidos y compartidos. Estas apropiaciones radicales permiten repensar el archivo desde su fundamento, desde la fiebre y el contagio, así como desde la agencia de aquellos a quienes infecta, su comunidad. La fiebre evoca la enfermedad (tenemos demasiado calor, no nos quedan fuerzas) pero también el deseo, esa fuerza vital que empuja a las comunidades excluidas hacia un futuro que, hasta ahora, se les ha negado. A muchas nos alegra acceder a los registros del Chopo, de ahí la euforia que el archivo contagia. Sin embargo habría que ser cautelosas. ¿Cómo aparecen estos fragmentos de vida, arte, creación y lucha en el archivo? ¿Cuáles son sus efectos?

Aspirar a la exhaustividad del archivo sería ingenuo ya que, por definición, este nunca estará completo.  Pero si deseamos archivos más democráticos o participativos, habría que empezar por transparentar los criterios de selección de los materiales o las metodologías de diseño y desarrollo de las colecciones. Ejemplo de ello es el enfoque chilango-céntrico de las colecciones que hoy conforman Heterodoxias. Aquí predominan bandas, artistas, editores y escritores varones, que tuvieron éxito dentro y fuera del mainstream, y se excluye a grupos fundamentales del subterráneo de los 80, como Solución Mortal de Tijuana, Sedición de Guadalajara, Cabezas Podridas de Monterrey y las mismas periferias de la capital, como Polo Pepo (San Felipe) o Colectivo Caótico (Ciudad Neza). A excepción de un zine de la Zappa, casi no se visibiliza la participación de las mujeres: quedaron fuera muchos de los esfuerzos de las CHAPS (Chavas Activas Punks), Virginidad Sacudida y la legendaria Secta Suicida Siglo XX. Balancear las expresiones de mujeres y artistas fuera de la capital podría ser un acto desobediente, de cara a las formas hegemónicas en las que se suelen reconstruir estas genealogías.

Con el pretexto de documentar, Desobediente podría gestionar que las comunidades detrás del repositorio reflexionen sobre el centralismo, el espectáculo, la exclusión de las mujeres y otros problemas. Si Desobediente no convoca e involucra vitalmente a las comunidades interpeladas por su archivo, puede correr el riesgo de extraer el poder de decidir y la capacidad de gestionar colectiva o comunitariamente cómo narrar, intervenir y transmitir su legado, a pesar de las buenas intenciones y aciertos. La nostalgia irreflexiva puede hacer que se rompa un tejido intergeneracional importante para las estrategias subalternas.

La selección y el orden del archivo del Chopo, en ese sentido, podría ser problemático con los fines y las experiencias desde los que fueron concebidos y vividos estos materiales, tanto por su naturaleza contestataria como por el riesgo de que su sentido se asimile en versiones edulcoradas desde la propia institución. Aun así lo celebramos, pues estas iniciativas archivísticas se suman al esfuerzo por desprivatizar el pasado, al hacerlo emerger a la superficie. Dentro y fuera de las instituciones, el diálogo existirá si nos sentimos convocados a la trama colectiva de la memoria; si trabajos como este se presentan más como un llamado, un punto de partida, y no únicamente como un relato ajeno.

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es curadora, investigadora y editora independiente

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