āUna buena parte de esa tesis se realizĆ³ con materiales plagiadosā¦ā
Carmen Aristegui
āUn laberinto de fake news del que no logran salirā¦ā
Fabrizio MejĆa Madrid
Pocos plagiarios tan compulsivos āaunque ninguno tan impuneā como el intelectual orgĆ”nico y versĆ”til escritor Fabrizio MejĆa Madrid, uno de los consejeros del Instituto de FormaciĆ³n PolĆtica de Morena que se presentan a sĆ mismos como los ābrillantes pensadoresā.
Ya una vez demostrĆ© uno de los tantos robos que, desde luego, continĆŗa cometiendo. Es difĆcil encontrarle algo que no sea una contrahechura de pegotes, glosas y sincrĆ©ticos copipeists. Su primer plagio registrado hasta ahora por el/la enigmĆ”tico/a āFiscal Copy-Pasteā se remonta a 2002…
El seƱor que acusa a cualquier crĆtico del actual rĆ©gimen de urdir āgolpes blandosā y fabricar fake news es nuestro gran fakescritor. ĀæQuiere escribir sobre narcos que mutilan cuerpos? Despoje usted a Deleuze y presĆ©ntelo como āmi ideaā. ĀæHay que escribir sobre da Vinci? A saquear a Walter Isaacson. ĀæSobre Malcolm Lowry? Hurte a Douglas Day. ĀæHay sargazo en el Caribe? Pues a darle un golpe blando a El mar: terror y fascinaciĆ³n, ese precioso clĆ”sico de Alain Corbin, a exprimirle un textuelo y a publicarlo en Proceso como propio. (Este Ćŗltimo plagio es particularmente graciosoā¦)
El exceso de experiencia para corromper y corromperse, para robar (a sus colegas), para mentir (a sĆ mismo y a los lectores y editores) y para traicionar (a todos los anteriores), lo ha llevado al grado extremo del plagiarismo: el escritor Fabrizio ya no solo plagia a sus vĆctimas, las reencarna.
Le ocurriĆ³ al inerme Giorgio Agamben. En la revista que hospeda sus atracos, el semanario Proceso, el escritor Fabrizio firmĆ³ una columna, āAgamben ve Juego de tronosā, que ya desde el tĆtulo incluye esa fantasĆa Ćŗltima: mi plagiado soy yo. Ya habĆa substituido antes a Agamben en āLeer o no leerā, tambiĆ©n en la revista Proceso.
En ese artĆculo, el sĆŗbitamente erudito MejĆa Madrid firma esto:
Otro monje habĆa clasificado la acedia como āel demonio del mediodĆaā. Demonio y pecado capital, la acedia la vivimos cuando no logramos leer, ni concentrarnos, y el libro se nos cierra al quedarnos dormidos. San Nilo habla de la āacediaā, una apatĆa que impedĆa a los monjes leer o rezar:
āCuando el monje, atacado por la acedia, intenta leer, inquieto, interrumpe la lectura y, un minuto despuĆ©s, se sumerge en el sueƱo; se talla el rostro con las manos, extiende sus dedos y lee algunas lĆneas mĆ”s, mascullando el final de cada palabra que lee y, mientras tanto, llena su cabeza con cĆ”lculos ociosos: el nĆŗmero de pĆ”ginas que le restan por leer y las hojas de los cuadernos por llenar. Comienza a odiar las letras y las hermosas miniaturas que tiene ante sus ojos hasta que, por fin, cierra el libro y lo utiliza de almohada para su cabeza, cayendo en un sueƱo breve y profundoā.
Y nunca dice que viene de āSobre la dificultad de leerā, ensayo de El fuego y el relato donde escribe Agamben:
El riesgo por excelencia al cual un monje podĆa sucumbir es la acedĆa, el demonio meridiano, la tentaciĆ³n mĆ”s terrible que amenaza a los religiosos se manifiesta sobre todo en la imposibilidad de leer. Esta es la descripciĆ³n que hace san Nilo: Cuando el monje atacado por la acedia intenta leer, inquieto, interrumpe la lectura y, un minuto despuĆ©s, se sumerge en el sueƱo; se talla el rostro con las manos, extiende sus dedos y lee algunas lĆneas mĆ”s, mascullando el final de cada palabra que lee; y, mientras tanto, se llena la cabeza con cĆ”lculos ociosos, cuenta el nĆŗmero de pĆ”ginas que le restan por leer y las hojas de los cuadernos, y comienza a odiar las letras y las hermosas miniaturas que tiene frente a sus ojos, hasta que por fin cierra el libro y lo utiliza como almohada para su cabeza, cayendo en un sueƱo breve y profundo.
Y asĆ sucesivamenteā¦ (en ese ensayo, por cierto, tambiĆ©n plagia de la Historia de la lectura en el mundo occidental, editada por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier).
Pero Agamben se halla tan empeƱado en revivir en MejĆa Madrid que, en otro artĆculo publicado en Proceso que se titula āPlatĆ³n va a la toma de protestaā, aceptĆ³ volver a escribir por su interpĆ³sito mexicano.
Firma el erudito Fabrizio:
Sabemos que, en el siglo III, una ciudad griega en Sicilia, Nacone, decidiĆ³ asĆ a quienes los gobernarĆan para deshacerse de una amafiada familia de comerciantes. Para romper el lazo sanguĆneo recurrieron a un mĆ©todo que lo sustituyera y que nombraron āhermanos de azarā.
Pero el que escribe es Agamben, en Stasis. La guerra civil como paradigma (Homo sacer II):
En una pequeƱa ciudad griega en Sicilia, Nacone, en el siglo III, los ciudadanos decidieron organizar la reconciliaciĆ³n de un modo particular. Extrajeron al azar los nombres de ciudadanos que se volvieron āhermanos por azarā.
Firma el escritor Fabrizio:
PlatĆ³n se habrĆa sorprendido de esa nociĆ³n de la polĆtica como la intensidad de una enemistad porque en griego, la palabra xenos (igual que, en latĆn, hostis) designa tanto al enemigo y el extranjero como al huĆ©sped acogido en una casa. Otra palabra compleja en griego es othneios, āextranjeroā pero, tambiĆ©n, āalianza por matrimonio entre familiasā. Como el mismo PlatĆ³n escribiĆ³ en La RepĆŗblica: āLos griegos combaten entre ellos como si estuvieran destinados a reconciliarseā.
Pero escribe Agamben:
El tĆ©rmino griego xenos y el latino hostis designan tanto al extranjero y al enemigo cuanto al huĆ©sped acogido en la casa. La misma ambigĆ¼edad vuelve a encontrarse en el tĆ©rmino griego othneios que significa el extranjero y el extraƱo y, a la vez, la relaciĆ³n de alianza entre familias. PlatĆ³n escribirĆ” que los griegos ācombaten entre ellos como si estuvieran destinados a reconciliarseā (RepĆŗblica, 471a)
Ya al final de āsuā escrito, el escritor Fabrizio escribe que āEs Giorgio Agamben el que nos descubre la otra idea detrĆ”s de la guerra civil.ā SĆ, pero luego de haberlo plagiado durante cuatro pĆ”ginas, sin citarlo. Recurso habitual de los plagiarios solventes: se inserta de pasada el nombre del plagiado para decorarse aĆŗn mĆ”s de erudito, no para darle crĆ©dito a la erudiciĆ³n original.
En su enfĆ”tica primera persona, āYoā dizque escribe:
Cuando escribo āguerraā no necesariamente me refiero al Ć”mbito de las armas y la desapariciĆ³n fĆsica, sino a que lo privado se politiza y lo pĆŗblico se vuelve personal. Se presenta un momento de lucha para redefinir lo que es pĆŗblico de lo que es privado. AristĆ³teles nos habla de este tipo de āguerra civilā āstasisā que tiene, de entrada, dos condiciones: se castiga a quien no tome partido por alguno de los bandos y tambiĆ©n a quien, cuando ya terminĆ³, haga āmal uso de la memoria del agravioā.
Pero quien realmente escribe es Agamben:
La guerra se mantiene en relaciĆ³n de modo especĆfico con la posibilidad real de la eliminaciĆ³n fĆsica (ā¦) Meier demostrĆ³ cĆ³mo se produce una āpolitizaciĆ³nā de la ciudadanĆa. No se trata de una superaciĆ³n de la familia en la ciudad, de lo privado en lo pĆŗblico (ā¦) No tomar parte en la guerra civil equivale a ser expulsado de la polis y confinado a salir de la ciudad para ser reducido a la condiciĆ³n impolĆtica de lo privado. No es simplemente un olvido o una remociĆ³n del pasado: es una exhortaciĆ³n a no hacer mal uso de la memoriaā¦
āSabemos queā¦ā suele escribir el cacorgĆ”nico. Es su manera de no decir: āel que sabe no soy yo sino Agambenā. Y claro, si fuera inteligente agregarĆa āahora gracias a Agamben tambiĆ©n lo sĆ© yoā, que es la forma correcta de educarse. Pero un plagiario siempre estĆ” convencido de que el material ya es suyo, no de su vĆctima.
Lo āmoralā es decir la verdad (que es ārevolucionaria y cristianaā, como dice el paladĆn del plagiario); lo āmoralā es enseƱarle al pueblo que la ignorancia se combate estudiando a los que sĆ saben, no disfrazĆ”ndose de sabio. El pueblo lector en libertad aprenderĆa mĆ”s de conocer al verdadero Agamben que aplaudiĆ©ndole al simulacro de Agamben.
Pero el escritor Fabrizio considera al pueblo tan incapaz de leer a los autores originales que prefiere reencarnarlos y cobrar en su nombre. Hay un ingrediente clasista y racista en ello, un suponer que el pueblo es tan ignorante que solo puede entender a los escritores importantes si han sido suplantados por un truhĆ”n āpopularā. El escritor Fabrizio desdeƱa asĆ a sus lectores en Proceso, a su pĆŗblico en las plazas, al auditorio del radio de Aristegui o la TV de (ni mĆ”s ni menos) la UNAM.
Lo hace a sabiendas de su ostentosa impunidad, de que ni los lectores ni los empresarios ni los editores ni los militantes de su partido (a los que estĆ” formando), ni los universitarios van a darse cuenta. Y peor aĆŗn, que aun si se dan cuenta, no harĆ”n nada.
Es una desfachatez que fortalece la conciencia de que no importa; de que en MĆ©xico hay impunidad y de que no avanza quien no tranza; es una convicciĆ³n idĆ©ntica a la que llevĆ³ a otro pobre diablo, Enrique PeƱa Nieto, a plagiar su tesis profesional.
ĀæQuĆ© importa? De aquĆ a que el pueblo pueda leer en libertad a Giorgio Agamben, a Edward Said o a Alain Corbin; de aquĆ a que el escritor Fabrizio pueda salir del laberinto del plagio, faltan todavĆa las muchas quincenas que hay en un sexenio.
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.