La Fonoteca Nacional de México, hoy víctima de un recorte presupuestal que dejará fuera a 93 de sus 120 empleados, es mucho más que una simple bodega que contiene medio millón de soportes de audio. Es cierto que existe un edificio así, al fondo, que cuenta con dos bóvedas climatizadas que albergan la colección de la Fonoteca, así como las unidades digitales de almacenamiento masivo y todo el equipo usado en la restauración de los sonidos en peligro de extinción. Ahí han arribado, cual enfermos terminales, miles de cintas de carrete abierto, discos analógicos, casetes, discos compactos, cilindros de cera y demás soportes, atacados por bacterias, moho, humedad y otros males que aquejan a este tipo de materiales. Ahí los restauradores físicos y digitales, como paramédicos, han logrado resucitarlos, dándoles nueva vida. Están, por ejemplo, las grabaciones de “Preludio Op. 3 No. 2 en Do Sostenido menor para piano”, una versión de la pieza de Rachmaninoff interpretada por Pérez Prado y su orquesta en el Teatro de la Ciudad en 1978, o la única grabación de “Estrellita” tocada por su autor, Manuel M. Ponce.
Esta última forma parte de una entrevista que le fue realizada al insigne músico mexicano en la década de 1940. De momento solo se ha restaurado ese segmento de la grabación, que incluye otras cinco piezas tocadas por Ponce. Se tenía contemplado concluir la restauración este año, pero ya no se podrá hacer: el área ha quedado inoperante como consecuencia del recorte grotesco.
En una ocasión, mientras trabajaba en los jardines de la Fonoteca, me llamó Sibylle Hayem, encargada del rescate de la colección de música del cine mexicano. Me puso unas grabaciones de Agustín Lara que acababa de encontrar: eran ocho tomas distintas en las cuales el Flaco de Oro, ya con unas copas encima, mostraba su frustración por no tocar una pieza de forma perfecta. Además de mostrar la envidiable destreza del maestro incluso en sus momentos “imperfectos”, dichas grabaciones tienen un valor biográfico, antropológico y cultural incalculable. Esa colección, a cargo de Hayem, junto con otras seis de la Fonoteca –destacan las de Thomas Stanford, Henrietta Yurchenco, Raúl Hellmer y Eduardo Llerenas–, es parte del programa de la Memoria del Mundo de la UNESCO; todas están en grave riesgo ante las nuevas condiciones económicas de la institución. Pero también están en peligro otros acervos de enorme valor cultural e histórico, como el que incluye registros únicos de conciertos bajo la batuta del inigualable director de orquesta Eduardo Mata, o una serie de grabaciones del Festival Cabrillo, comandado por Carlos Chávez.
Eso no es todo. Entre las áreas diezmadas por el recorte presupuestal están las de investigación y difusión, que son precisamente aquellas que permiten devolver el acervo a la sociedad mexicana. Ahí han estado los esfuerzos de investigadores que han arrojado luz sobre audios memorables: no solo el polémico registro de la voz de Frida Kahlo, sino las primeras grabaciones del Himno Nacional –que datan de 1901–, las grabaciones de campo de música de la Costa Chica de la colección del Cenidim, o a Diego Rivera cantando borracho. El área de difusión se ha encargado de dar a conocer todos estos hallazgos a través de charlas, conciertos, podcasts y revistas sonoras, que tenían el doble papel de difundir y ampliar el acervo con nuevas voces.
Dentro de esa área se encuentra el Mapa Sonoro de México, que yo he coordinado desde 2017 y que fue una brillante idea de Tito Rivas, parte de la primera administración de la Fonoteca Nacional, bajo la dirección de Lydia Camacho. Este proyecto, también en riesgo de desaparecer, es fundamental para la interacción de la Fonoteca con la sociedad, debido a su naturaleza colaborativa: cualquier persona puede acceder al sitio y subir sus grabaciones, ubicándolas en el lugar donde fueron grabadas, añadiendo información como la fecha, hora y una breve descripción. Ahí se encuentran sonidos de merolicos, músicos callejeros, ambientes urbanos y rurales, de la fauna de nuestro país, de todo tipo de ritos indígenas y mestizos; ahí está la impronta de nuestra cultura. El Mapa sirve como un vehículo para detonar la nostalgia y con ello afianzar las redes culturales de nuestro país.
Reconocida y alabada a nivel internacional –y no solo por la Unesco, sino por la International Association of Sound and Audiovisual Archives (la autoridad a nivel internacional en preservación de acervos, que agrupa a las fonotecas del mundo)–, la Fonoteca Nacional es, por lo tanto, mucho más que una bodega. Se trata de un proyecto cultural, de investigación y de memoria histórica que busca rescatar los sonidos de nuestro país, difundirlos y vincularlos con la sociedad para que adquieran nuevo sentido en el México contemporáneo.
De ahí que la inquietud de la organización de trabajadores de la Fonoteca Capítulo 3000, a la cual yo pertenezco, vaya mucho más allá de buscar la reinserción de quienes han sido separados de sus cargos y no serán recontratados. Hay una preocupación genuina por la pérdida del patrimonio sonoro. Como ya se ha dado a conocer en diversos medios, el argumento de las autoridades es que el recorte se dio como consecuencia de la pandemia y la crisis económica subsecuente. Sin embargo, yo cuestiono dicho argumento. No se va a usar el dinero del recorte para vacunas o más camas en hospitales. Básicamente hay una redistribución del presupuesto de cultura que favorece al Proyecto Chapultepec, el cual será beneficiado con más de 3 mil 500 millones de pesos. Con sólo 0.5% del presupuesto asignado a dicho proyecto se podría evitar el desmantelamiento de la Fonoteca. ¿Es tan importante ese porcentaje ínfimo como para tirar a la basura el patrimonio sonoro de México?
Durante 12 años, se ha batallado por lograr difundir la amplia labor de la Fonoteca Nacional de México y demostrar por qué se trata de algo esencial para la vida cultural de nuestro país. Creíamos haberlo conseguido ya, pero al parecer esta labor no ha llegado a los oídos y la razón de un puñado de burócratas que de un plumazo han desmantelado a la Fonoteca Nacional, sin reparar en su importancia para la memoria histórica de la nación. ¿Queremos que el sonido de nuestra vida cotidiana, la de nuestros padres, abuelos, e incluso nuestros hijos, quede varado en el disco duro de una vieja computadora arrumbada? ¿Queremos que sea parte del acervo impersonal, resguardado en locaciones secretas y remotas, de YouTube o Facebook? Por esto es necesario que exista una Fonoteca Nacional, donde haya un personal dedicado a preservarlas, escucharlas y hallar momentos importantes y valiosos, para luego devolverlos, sin algoritmos de por medio, a los oídos de la vida pública nacional.
Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.