Foto: Rodrigo Fernández

 “El pasado no acaba en el pasado”: Entrevista a Alejandra Costamagna

Una conversación con la escritora chilena acerca de literatura y conflictos sociales.
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Chile se ha convertido en un símbolo de la cruda separación que existe entre el espejismo del crecimiento macroeconómico, del “todo va bien” que se dicen los directores ejecutivos y los dirigentes políticos en sus reuniones de alto nivel, y la desigualdad perpetua que viven millones de personas desde hace décadas. Eso se nota en sus calles que bullen con centenares de miles de personas que asisten a las protestas, mientras corean “nadie nos va a echar de más/nadie nos quiso ayudar de verdad”, un verso de una canción de Los Prisioneros que se convirtió en un himno de las manifestaciones.

“La normalidad que algunos piden recuperar es, justamente, lo que está en la base de las demandas: no seguir normalizando los escandalosos niveles de desigualdad que tiene Chile, el abuso sostenido de un sistema que precariza la vida, la mercantilización de los derechos sociales y la desconexión que tiene la elite política y empresarial con el ciudadano de a pie”, dice la escritora chilena Alejandra Costamagna sobre las masas de chilenos que se manifiestan contra un modelo político y económico asfixiante, caracterizado por un sistema de protección social muy débil y una educación privatizada, entre otras fallas.

Costamagna asiste a la convulsa eclosión histórica de su país viviendo el día a día, viendo y participando en las marchas y manifestaciones, sintiendo el despertar colectivo que la lleva a decir que después de todo lo que ha pasado desde el viernes 18 de octubre –cuando los disturbios y las protestas en diversas partes del país obligaron a que se decretara un Estado de Emergencia– “Chile ya no es ni será el mismo país”.  

Con más de diez libros publicados y la reciente consagración de El sistema del tacto, novela finalista del Premio Herralde de Novela, Costamagna se encuentra en un lugar privilegiado –tanto físico como intelectual– para atestiguar esa historia de luchas sociales que, a pesar de ser tan antigua como la constitución misma del Estado chileno, ha emergido con fuerza en los últimos días.

 

¿Cómo ves la reacción del gobierno de Sebastián Piñera a este estallido social, crees que habrá alguna resolución pacífica?

La reacción de Piñera ha sido completamente desmedida. Quiero creer que habrá una resolución pacífica, pero no lo está haciendo fácil el presidente al decir que estamos en guerra, al criminalizar la protesta, al decretar estado de emergencia y toque de queda, al militarizar el país, al reprimir como no había ocurrido nunca en democracia. Hasta el momento van 18 muertos, más de 2,400 detenidos y múltiples acusaciones de tortura. Ha habido saqueos e incendios pero, sospechosamente, los uniformados que están a cargo de resguardar el orden del país no han sido capaces de frenar esos desmanes y sí, en cambio, de reprimir a quienes se manifiestan pacíficamente.

¿Piensas que el gobierno tomará medidas para atacar los motivos de la insatisfacción pública en Chile?

A juzgar por las reacciones del gobierno, todo indica que no está dispuesto a ceder en ninguna demanda estructural. Sus respuestas han sido indolentes y sus anuncios solo parches y paliativos que no cuestionan verdaderamente el estado de las cosas. Algo profundo tiene que cambiar. Las protestas están dando cuenta de un malestar que lleva demasiado tiempo acumulado, en el que la elite política y empresarial evade impuestos, evade sanciones por colusión, evade responsabilidades por fraude al fisco, evade multas e intereses millonarios, mientras el resto de la población vive rasguñando para llegar a fin de mes, endeudado hasta sus últimos días, esquilmado por un sistema de pensiones inmoral, con una salud y una educación cada vez más inaccesibles.

¿Ves alguna solución a mediano plazo?

La solución no pasa por un acuerdo entre cúpulas. Para mí la única solución es un nuevo pacto social, un reordenamiento del modelo que incorpore las voces de la ciudadanía, lo que se está pidiendo en la calle y que, por lo tanto, vaya en dirección a la equidad y la justicia. Y para eso es necesario cambiar las bases mismas del sistema, partiendo por la Constitución Política que nos rige y que instaló Pinochet.

En los últimos días las protestas chilenas han acaparado la atención mediática del mundo, sin embargo, ya había precedentes en la historia reciente del país como las grandes manifestaciones feministas.

Hay un movimiento feminista que se conformó después de la manifestación del 8 de marzo que, para ese momento, fue de una masividad que nunca había visto desde los años de la dictadura. Creo que asistieron como 500,000 personas. Era una conjunción de voces diversas y fue muy transversal porque veías niñas que asistían a sus primeras marchas junto a las ancianas fundadoras de las organizaciones.

Lo que me parece interesante de ese colectivo es que se está pensando en un lugar de disidencia transversal, o al menos yo quisiera que así fuera. Es necesario pensar los feminismos en estrecha sintonía con la presencia del neoliberalismo extremo. En países como Chile hay una gran precariedad que para las mujeres es doble y eso tiene que ver con el patriarcado y la opresión de una sociedad que nos segrega.

¿Cuán patente resulta esa segregación en el canon literario de Chile?

Pasa que nuestro canon es masculino y nos hemos formado con esas lecturas. Gabriela Mistral primero ganó el Nobel y después le dieron el Premio Nacional de Literatura, eso demuestra lo difícil que era que la obra de una mujer fuese valorada en Chile. Pero había tantas buenas escritoras que casi no circulaban como Marta Brunet o María Luisa Bombal y cuando los intelectuales hacían buenas reseñas de sus libros decían que escribían como hombres y ese era su gran valor. Se masculinizaba a la figura femenina para poder aceptarla en el canon, por eso son tan importantes todos estos movimientos actuales que intentan reivindicar y corregir la errata porque hay que romper con esa tradición tan injusta que acalló la obra de tantas escritoras valiosas. Tenemos que darle visibilidad a ese canon paralelo.

¿Cuál crees que es la mayor deuda de la literatura chilena con la obra de una escritora?

Hay muchas pero, sin duda, creo que un ejemplo es Marta Brunet que fue una escritora que rompió con los cánones del criollismo. Aunque siempre se intentó adscribir su obra a ese movimiento, creo que ella iba mucho más allá, porque estableció un acercamiento con los temas y conflictos sociales, tanto en los espacios de intimidad como puertas afuera. En sus libros está esa tensión entre historia e intimidad, ella logró establecer un puente que se cruzaba, se espejeaba y que podía leerse de una manera mucho menos literal que como se leía en ese entonces. Para mí es una autora fundamental que se conoce muy poco.

La otra es Elvira Hernández, una poeta que poco a poco tiene más reconocimiento. Durante la dictadura escribió libros que son iconos fundamentales como La bandera de Chile, no solo porque temáticamente establece ciertos tópicos interesantes y le da voces a situaciones acalladas, sino también en la forma porque crea una especie de oralidad y un juego de respiraciones que es muy potente. Creo que me ha influenciado como lectora, incluso creo que está presente en El sistema del tacto, porque también intenta analizar las identidades quebradas con esas imágenes sobre lo que significa la patria y qué peso tiene eso.

En El sistema del tacto hay una rica experimentación formal con la inclusión de fragmentos de documentos, cartas, un peculiar manual y hasta fotografías. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

La verdad es que fue una novela que estuve escribiendo por mucho tiempo sin saber que la estaba escribiendo. De alguna manera me estaba habitando porque, al ser una construcción fronteriza, tiene muchos cruces y se articula desde lugares distintos como el documento, la ficción, el ensueño, el delirio, la proyección y el monólogo interior. Originalmente quería hacer un ensayo, un registro documental de la historia de la genealogía de mis parientes que llegaron en esas oleadas de migrantes a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

¿En qué momento tomas otro derrotero y desembocas en la ficción?

Me di cuenta de que habían muchos vacíos en esa historia, que no se podía reproducir al 100 por ciento. De pronto, empecé a ver que se aparecían ciertas esquirlas hacia el presente y, en ese momento, me dije que la historia también se construye a partir de los vacíos. No podemos pensar en el pasado como algo que ya pasó y se quedó ahí, sino que debemos examinar los cruces hacia el presente, esos retazos de historia. Me parecía que la historia podía tener mucho más peso con esos vestigios y lograr otra resonancia con los migrantes actuales, por ejemplo.

Ania, la protagonista, emprende un viaje físico que la enfrenta con otra realidad y ese choque genera una tensión que emociona a los lectores. ¿Cómo fue el reto de reflejar esa travesía interna del personaje?

Ania hace el viaje y cruza la cordillera pensando que simplemente va a despedirse de un pariente que se murió pero, en realidad, lo que pasa ahí es que el tiempo y el espacio se dislocan. Ella entra a un tiempo habitado por una memoria que le estalla en la cabeza como si fueran estos pájaros ardiendo que caen del cielo y el funeral es el momento en que esto empieza a concretarse cuando la temporalidad también empieza a verse un poco difuminada porque a ella le parece ver gente que vio en otro momento del pasado. Hay un peso que ha quedado como congelado en ese pueblo donde se ve la frontera entre capital y provincia, donde todo parece un poco detenido porque el tiempo tiene otra velocidad ahí.

También hay un juego permanente de lenguaje en todas las páginas, una corriente narrativa que, en vez de escoger la salida fácil de los gritos y las estridencias, opta por musitarle al lector su historia.

Me parecía que estos personajes me aparecían más como voces que como personajes. Son como unos rumores, cosas que andaban dando vueltas y en el fondo también esos rumores son como esquirlas de sonidos. No es el sonido completo. Entonces me interesaba trabajar la novela desde ese otro lugar más ambiguo, tal vez más silencioso. Es un libro que permanentemente está jugando con la palabra pero también con su desaparición, con su ausencia.

¿Cómo fue el trabajo de edición para evitar caer en la tentación de abusar de los archivos documentales que aparecen por todo el libro?

Todos esos materiales, que yo llamo insertos, la verdad es que aparecen como le sucede a uno de mis personajes que encuentra una caja con todas las pertenencias de otra persona. Durante el proceso de escritura me ocurrió exactamente lo mismo, conseguí todos esos documentos, cartas, fotografías y materiales que empezaron a distorsionar mis recuerdos. No los veo como fuentes que vienen a contar la historia y a restituirla, sino más bien como restos que potencian este vínculo entre ficción y realidad todo el tiempo, que desdicen la historia redondita, cerrada, explicada. Siempre va a quedar un espacio de vacío y estos materiales están acá para que pensemos que el pasado no acaba en el pasado.

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(San Cristóbal, Venezuela, 1981) es periodista y escritor. Fue escogido como uno de los "nuevos cronistas de Indias" por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2012.


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