Uno de los sketches más celebrados de los Monty Python es el partido filosófico entre Alemania y Grecia, donde Kant, Nietzsche, Leibniz o Karl Marx (que sale en la segunda parte) se enfrentaban a Sócrates, Arquímedes o Demócrito, bajo la mirada atenta de Martín Lutero. Y es especialmente fácil recordarlo al leer el libro más reciente de Simon Critchley.
Critchley (Reino Unido, 1960) es un filósofo peculiar: un pensador que igual te habla de Heideigger, Sartre y Gadamer que de Bowie. O se enzarza en una discusión con Slavoj Zizek acerca del ejercicio de la violencia. O proclama su pasión por el fútbol, y concretamente por el Liverpool, hasta posiciones completamente fanáticas. “La sensación de estar allí y estar con los demás me hace sentir muy libre”, comenta acerca del tiempo que pasa en el estadio.
El libro que acaba de publicar en español es el breve ensayo En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, editado por Sexto Piso y traducido por Milo J. Kromptiç. Se trata de una inmersión en la filosofía de este deporte: un juego que, pese a todas las individualidades, aún presume de la colectividad. Tiene la capacidad de parar el tiempo: en un segundo, un penalti, y el estadio aguanta la respiración. Y, además, si hay algo que sigue ocurriendo más de cien años después del primer partido de la Historia es que sigue siendo igual. Como el filósofo dice, “todo ha cambiado: el dinero, el patrocinio, los niveles de condición física de los jugadores, la presencia mediática de los entrenadores, el carácter internacional del juego. Y al mismo tiempo, nada ha cambiado: es el mismo juego, 22 personas pateando una pelota en el césped, tratando de ganar con habilidad y defenderse con coraje”. Y todo el mundo, o al menos una buena parte del planeta, está dispuesto a verlo una y otra vez.
La capacidad para entusiasmar tampoco ha mermado. Y eso que últimamente los casos de evasión fiscal de los jugadores, las cláusulas millonarias y los contratos corruptos no se lo ponen fácil a este deporte. Como si lo que quedara del juego, del suspense, de la emoción se hubiera pervertido a base de tarjetas de crédito. “Es verdad, hoy en día es más difícil encontrar el idealismo, pero todavía está allí. Tal vez con los clubes más pequeños y en las ligas menores. Pero soy un fanático del Liverpool y aún soy un idealista hacia mi equipo, incluso con todo el dinero que posee”, sostiene el filósofo. Aunque matiza: “La forma del fútbol es socialista, pero su contenido es capitalista. Al final, ver fútbol es una mezcla de deleite y asco. Siempre”.
Otro de los conceptos que suele asociarse al fútbol, y no siempre para bien, es el del nacionalismo. Los clubes poseen banderas e himnos, símbolos que crean una identidad, y, de vez en cuando, son utilizados también como un referente nacionalista. En España lo sabemos bien: el estadio del Barça se ha llenado de banderas de Cataluña en los últimos meses y el propio eslogan del club es taxativo: mès que un club. Sin embargo, para Critchley “el fútbol es sobre la propia nación, pero mucho más sobre otras naciones. Mi primera impresión de otros países cuando era niño vino a través del fútbol, especialmente al ver partidos de las selecciones de Brasil y Argentina y luego pensar: ‘¿Dónde están estos lugares? Estos jugadores son buenos.’ Y acto seguido sabías que tu nación iba a perder”. El filósofo se detiene en esos detalles que a veces se olvidan: más de una vez la afición del equipo local ha aplaudido al visitante por su juego.
En este sentido, Critchley defiende la figura de los aficionados al fútbol y no los define como irracionales fanáticos del juego. Al contrario, cree que esta imagen procede en buena parte de los medios de comunicación. “La presentación en los medios del fútbol es estúpida y siempre ha sido estúpida. Sin embargo, hay una constante inteligencia entre los aficionados del juego, en sus interacciones ordinarias diarias entre ellos. Eso es lo que me interesa”, sostiene. Y en este ensayo da varios ejemplos de cómo las conversaciones entre aficionados en ocasiones están lejos de la caricatura de la barra de bar. También reclama un respeto para los jugadores. “Es verdad que la forma en que los jugadores hablan después de los partidos es a menudo estúpida”, afirma, pero, para él, si hay un filósofo que hoy podría explicar como pocos el fútbol ese es Zinedine Zidane, seguido del entrenador alemán Jürgen Klopp. “Es que en este fútbol hay entrenadores mercenarios, matones y charlatanes, pero también hay algunos excelentes. Creo que Jürgen Klopp es uno de esos”.
En qué pensamos cuando pensamos en fútbol se suma a la ingente cantidad de libros sobre este deporte publicados sobre todo en Inglaterra, el país que le vio nacer. De algunos de ellos habla Critchley en el ensayo, como Fiebre en las gradas de Nick Hornby. Y cita a autores futboleros como Eduardo Galeano y Simon Kuper. “En los últimos veinticinco años, el fútbol se ha consolidado como un sujeto legítimo de la literatura más seria”, escribe. No obstante, tampoco se deja arrastrar por lo que simplemente podría ser una moda. “Probablemente el fútbol no necesita que los filósofos hablen de él. Yo trato de acercarme a la experiencia del fútbol. No pretendo filosofar sobre el fútbol, sino articular lo que está sucediendo a partir de conceptos que con suerte resuenan en la experiencia del juego”, sostiene.
El filósofo afirma que verá el próximo Mundial de Rusia, que “probablemente será bastante espantoso y demasiado largo. Creo que la FIFA es una organización completamente corrupta que ha dañado seriamente el juego. Esto hace que la Copa del Mundo sea difícil de amar”. Pese a ello confiesa que seguirá a “equipos como Islandia, Costa Rica y Egipto”, aunque su favorito es “Alemania, desde luego”.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.