Jacques-Louis David, via Wikimedia Commons

Es de ¿sabios? cambiar de opinión

La conocida máxima tiene inconsistencias. De sabios es sopesar una opinión, pero no necesariamente cambiarla.
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De los relatos históricos de Tucídides, uno de los episodios mejor conocidos es el llamado “Debate sobre Mitilene”. Me brinco el contexto y cuento que los miembros de la democracia ateniense deliberaron sobre el castigo que debía imponérsele a Mitilene, una ciudad al otro lado del mar Egeo que se había sublevado. Decidieron ejecutar a todos los hombres y esclavizar a mujeres y niños. Enviaron el veredicto por barco, para que se ejecutara de inmediato.

Por la noche se les bajó la ira y la calentura patriótica. Los atenienses se reunieron para debatir el asunto de nuevo. Se presentaron dos oradores. Uno de ellos, de nombre Cleón, dijo: “Me mantengo en mi opinión” y argumentó a favor del castigo. Más moderado fue el segundo orador, quien abogó por castigar a los líderes de la insurrección, pero no al pueblo.

Luego de escuchar a ambos, los atenienses “se encontraron en un conflicto de opiniones y quedaron casi igualados en la votación a mano alzada”, pero venció la propuesta del indulto. Entonces enviaron otra embarcación a toda prisa para darle alcance a la del día anterior. La nueva sentencia arribó justo antes de que comenzara la matanza.

Valdría la pena leer toda la crónica en el Libro III de Tucídides para que cada quien, luego de conocer los argumentos de uno y otro bando, decida si hubiese votado por la amnistía o por la masacre y esclavitud. Sabemos que en la segunda ronda la votación fue muy pareja. ¿Podríamos decir que un bando votó tan bien como el otro?

Sócrates asistía a ese tipo de asambleas y sin duda habría votado por el indulto. A él mismo le llegó el momento en que cierta asamblea se reunió para juzgarlo. Hubo votación para declararlo culpable y otra para imponerle la pena de muerte. ¿Votaron bien?

Los atenienses opinaron que sí, pues pasó un mes entre el veredicto y la ejecución, sin que ningún prurito moral convocara a un nuevo juicio.

Sócrates pensó que no, pero respetó la decisión. Platón opinó que no y anduvo cazando en su cabeza argumentos contra la democracia.

Cuando Cleón dijo “me mantengo en mi opinión” pronunció una frase muy admirable que tanto repiten las personas “con convicciones”, y esto coexiste con la entronizada idea de que “es de sabios cambiar de opinión”.

El mayor argumento contra la opinión inamovible lo da Sófocles en Antígona. Creonte decide que Polinices es un traidor y ordena que su cadáver quede insepulto para que se lo coman los perros y las aves. Hay pena de muerte para el que viole la orden. Antígona se pasa la consigna por el forro, y Creonte, sin oír consejo de nadie, la condena a morir pese a ser su sobrina y futura nuera. Ella mejor se ahorca. El hijo de Creonte se mata como un Romeo. La mujer de Creonte, tan pronto se entera, se mata también.

El parlamento clave lo da el sabio Teresias: “Errar es cosa de todos los hombres, pero una vez cometido el desliz, no es falta de juicio ni de carácter remediar el yerro”, y remata con sencillo adagio: “Terquedad es sinónimo de estupidez”.

Y sin embargo, la máxima de que “es de sabios cambiar de opinión”, tiene una inconsistencia lógica. ¿Por qué tendría que haber sabiduría en que dos personas que opinan lo contrario sobre un asunto pasen a opinar lo contrario? Volviendo al ejemplo del debate sobre Mitilene, si alguien opina que la pena de muerte es una aberración, ¿se volvería más sabio por cambiar de opinión?

Para que la máxima fuese máxima, en casos de opinión binaria, el sabio que opina sí, tendría que pasar a opinar que no, para después opinar que sí, para luego opinar…

Aquí no estamos hablando de fanáticos.

Porque entonces habría que decirlo: la tragedia en Antígona no la arma Creonte con su terquedad sino Antígona con su fanatismo. Creonte cambió de opinión, aunque un poco tarde; Antígona mandó el mundo al diablo sin modificar una tilde de sus ideas.

Creonte no fue sabio ni cuando mantuvo su opinión ni cuando aceptó su error. Porque, aunque se parezcan como dos gotas de agua, no es lo mismo cambiar de opinión que arrepentirse de una opinión.

De sabios es sopesar una opinión, pero no necesariamente cambiarla.

Al contrario, un sabio tiene opiniones sólidas porque han sido bien meditadas, debatidas, corroboradas, contrastadas con lecturas y ejemplos históricos y aceptablemente razonadas; el ignorante las tiene volátiles y se deja llevar por el embaucador de turno. Por lo tanto “es de ignorantes cambiar de opinión”. ~

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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