IlustraciĆ³n: Ɖramos Tantos

Italia 90: La noche en que Diego dividiĆ³ a toda Italia

La temporada mundialista es una de nostalgia, de episodios memorables, de escenas, objetos que condensan aƱos. Esta serie repasa los mundiales mƔs recientes y los sucesos cautivadores de cada uno.
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Estadio San Paolo, NĆ”poles. 3 de julio de 1990. El sol comienza a despedirse en el sur de Italia mientras la selecciĆ³n local, invicta y candidata, se prepara para sellar el pase a la final de su Copa del Mundo. Todo es seriedad y concentraciĆ³n en el vestuario azzurro. En el otro camarĆ­n, donde las esperanzas se aferran mĆ”s a las cĆ”balas que al juego, Diego Maradona se pasea divertido y bromista entre sus compaƱeros.

Hay varios motivos para entender el relajo del astro argentino, que arrastra distintas lesiones y un tobillo inflamado como una pelota de golf. Por un lado, el campeĆ³n defensor ha llegado mĆ”s lejos de lo esperado en relaciĆ³n a lo demostrado en cancha. Por el otro, un dato no menor: pese a disputar el partido en Italia, el Diez se encuentra en su casa.

Asƭ es. Literalmente en su casa. Ya han pasado seis aƱos desde que Maradona dejara el FC Barcelona para sumarse a las filas del NƔpoli. Seis aƱos desde que comenzara a cambiar el mapa futbolƭstico de la liga mƔs importante de aquella Ʃpoca.

En tiempos en los que el norte italiano considera extranjeros a sus compatriotas del sur; en aƱos en que los tĆ­tulos parecen patrimonio de los ricos Juventus, Internazionale y AC Milan, el capitĆ”n empareja la balanza dentro de los campos de juego. De su mano, o su pie izquierdo, los napolitanos han crecido, se han codeado con los grandes y han celebrado cinco tĆ­tulos que incluyen, cĆ³mo no, sus dos primeros Scudettos.

La semifinal entre Italia y Argentina tiene entonces todos los condimentos para transformarse en un encuentro histĆ³rico: una ciudad y una aficiĆ³n subestimadas a nivel nacional pero dispuestas, pese a todo, a apoyar a su selecciĆ³n contra su hĆ©roe, esta vez en el bando contrario. Un choque de emociones para los pasionales napolitanos que llenan el San Paolo con el corazĆ³n partido. ĀæA quiĆ©n apoyarĆ”n? ĀæA su paĆ­s o a su Ć­dolo?

La bandera que cuelga detrĆ”s de uno de los arcos responde a la pregunta. ā€œMaradona Napoli ti ama / ma lā€™Italia ĆØ la nostra patria (ultra)ā€.

Amor a primera vista
Contaba Eduardo Galeano, mĆ­tico escritor y periodista uruguayo, que Maradona carga con una cruz muy pesada: la de ser ā€œDios en este mundoā€. Pero no un Dios cualquiera, sino ā€œel mĆ”s humano de todos los dioses. Es como cualquiera de nosotros: arrogante, mujeriego, dĆ©bil. Nos reconocemos en Ć©l por sus virtudes, pero tambiĆ©n por sus defectosā€.

En ese contexto, Diego encontrĆ³ en 1984 su lugar en el mundo: NĆ”poles. Una ciudad bien terrenal, pasional y enamorada del fĆŗtbol como ninguna otra en toda Europa. Su llegada se produjo de manera veloz y sorpresiva por dos motivos bien puntuales: el interĆ©s firme de los italianos ā€“Ćŗnico equipo que hizo una oferta concreta en aquel entonces- y la endeble situaciĆ³n financiera del astro argentino.

El entorno de Diego habƭa malgastado todo su dinero y lo habƭa llenado de deudas, lo que lo obligaba a aceptar la transferencia, desprenderse de las pocas propiedades que le quedaban a un valor casi irrisorio y embarcarse de cero en una nueva aventura. Sabƭa poco del NƔpoli, pero entenderƭa todo enseguida.

El 5 de julio de 1984, 70 mil napolitanos enloquecidos hicieron estallar el estadio San Paolo para ver a Maradona en vivo por primera vez. Lo descripto por quienes estuvieron allĆ­ representa a ambos fielmente: caos, pasiĆ³n, perfecciĆ³n imperfecta. Como si se celebrara, a priori, un soƱado e inĆ©dito Scudetto con distintas ofrendas para hacer sentir al Diez como en su casa. Su nueva casa. ā€œQuiero ser el Ć­dolo de los chicos pobres de NĆ”poles, ellos son como era yo en Villa Fioritoā€, expresĆ³ a su entorno entre lĆ”grimas en aquella jornada. Y vaya si lo consiguiĆ³.

Los napolitanos, pura pasiĆ³n, supieron reconocerle sus gestas como la tradiciĆ³n manda. Ofrendas en la puerta de su casa, himnos, monumentos caseros. Todo valĆ­a ā€“y vale aĆŗn hoy- pare expresar el amor de la ciudad por el argentino.

ā€œDiego no podĆ­a salir a la calle, mucho menos ir a comer a un restauranteā€, rememora su exrepresentante Guillermo Coppola, quien comenzĆ³ su relaciĆ³n con el argentino ya en 1985. ā€œA veces lo metĆ­amos en el baĆŗl del auto, o tenĆ­amos que salir con custodia policial para que le abrieran el camino. Era imposible llevar una vida normal. La gente sĆ³lo querĆ­a tocarlo, decirle gracias y expresarle su cariƱoā€.

Por esas cosas que tiene el destino, el sorteo de la Copa del Mundo de 1990 deparĆ³ que Argentina disputara dos partidos clave en el Grupo B en ese mismo estadio. Y la semifinal. Claro, la semifinal. 

Racismo, rencores y cuentas pendientes
En su primer partido con la camiseta del NĆ”poli, allĆ” por 1984, Maradona se trasladĆ³ hasta el estadio del Verona donde se topĆ³ con una bandera tan contundente como racista: ā€œNĆ”poli, bienvenidos a Italiaā€. Nunca lo olvidarĆ­a. Y mucho menos en la previa de un partido tan especial como el que definirĆ­a quiĆ©n avanzaba hasta la final de aquella Copa del Mundo.

ā€œEsa no era una semifinal mĆ”s. Nos tocaba Italia, Ā”y en NĆ”poles! Cuando lleguĆ© ante la prensa, feliz, dije aquello que nunca me perdonarĆ­an, pero que era verdad. ā€˜Me disgusta que ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la SelecciĆ³nā€¦ NĆ”poles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo mĆ”s injustoā€™ā€, explica Maradona.

Para entender semejante declaraciĆ³n -y enfado-, solo resta un breve repaso a la campaƱa de los campeones defensores durante todo el torneo. El debut ante CamerĆŗn se produjo en MilĆ”n, territorio enemigo para el Diez, y las reacciones del pĆŗblico no se hicieron esperar. Durante el himno argentino, una silbatina atroz invadiĆ³ el campo de juego cuando la imagen enfocĆ³ al capitĆ”n en la pantalla gigante.

Un abucheo ā€œcomo pocas veces escuchĆ© en mi carreraā€, confesarĆ­a Diego. ā€œIntentĆ© mantener la frente bien alta y recorrer la gente con la mirada. DespuĆ©s, claro, me tocĆ³ el antidoping. ĀæCĆ³mo no me iba a tocar el control?ā€, agregĆ³. De allĆ­ que mĆ”s tarde redoblara la apuesta al manifestar que ā€œfue un placer el descubrir que, gracias a mĆ­, los italianos de MilĆ”n dejaran de ser racistas. Hoy, por primera vez, apoyaron a los africanosā€.

ā€œSi nos pensamos quedar afuera en fase de grupos, mejor que se caiga el aviĆ³nā€, amenazĆ³ Carlos Bilardo a sus dirigidos tras ese partido. Pero el viaje transcurriĆ³ sin sobresaltos y Argentina aterrizĆ³ en NĆ”poles para definir su suerte en el Grupo B. Una victoria ante la UniĆ³n SoviĆ©tica en la que Diego reeditĆ³ la Mano de Dios -esta vez para rechazar un balĆ³n en la meta propia- y un empate frente a Rumania, con otra asistencia del Diez, sellaron un opaco y sufrido pase a octavos de final.

HabĆ­a que dejar NĆ”poles para enfrentar a Brasil en Torino, un encuentro increĆ­ble por donde se lo mire. ā€œNos cascotearon el ranchoā€, confiesa Diego. Y no miente: los postes y Sergio Goycochea, devenido en hĆ©roe nacional, impidieron una goleada histĆ³rica para los de Sebastiao Lazaroni.

En el final, una apilada magistral de Maradona permitiĆ³ a Claudio Caniggia marcar el Ćŗnico gol del partido que dejĆ³ fuera de competencia a Careca y Alemao, los dos laderos sudamericanos del capitĆ”n en el NĆ”poli de los milagros. ā€œLe echan la culpa de nuestro gol a Alemao, pero no se confundan: el que pudo hacer algo mĆ”s en mi apilada y no lo hizo fue Dungaā€, aclara un Diego autĆ©ntico en defensa de su amigo durante una entrevista realizada para la FIFA en 2017

Yugoslavia fue un duro rival en cuartos de final. El empate 0-0 en el calor de Florencia dio lugar a los penales, la consagraciĆ³n de Goycochea -atajĆ³ los remates de Brnovic y Hadzigebic- y el pase a semifinales. Maradona, que fallĆ³ su disparo y dejĆ³ al equipo en situaciĆ³n lĆ­mite, respiraba aliviado.

El campeĆ³n del mundo viajaba a NĆ”poles una vez mĆ”s. Pero esta vez para enfrentar a Italia, el local con un registro impecable: cinco victorias en igual cantidad de partidos, con 7 goles a favor y ninguno en contra.

Un elefante rosado
Cuando argentinos e italianos saltaron al campo de juego, los aplausos no se hicieron esperar. ā€œDiego en los corazones, Italia en los cantosā€ clamaba otra bandera exhibida con orgullo por los napolitanos. El himno albiceleste, por primera y Ćŗnica vez en el torneo, serĆ­a aplaudido de principio a fin. ā€œEso para mĆ­ era ya una victoriaā€, insiste Maradona en su autobiografĆ­a.

El partido empezĆ³ a pedir de boca para la Azzurra que, en apenas 17 minutos y tras un rebote largo de Goycochea, abriĆ³ el marcador con un toque corto de Schillaci. Pero los campeones defensores no se achicaron ante la desventaja y salieron a buscar el empate en lo que fue, indiscutidamente, su mejor juego en todo el campeonato.

La igualdad llegarĆ­a en el complemento y enmudecerĆ­a al San Paolo de manera escalofriante: al minuto 67 Maradona abriĆ³ por izquierda para Julio Olarticoechea, quien centrĆ³ al corazĆ³n del Ć”rea para que Caniggia, quiĆ©n si no, destruyera el rĆ©cord histĆ³rico de Walter Zenga de 517 minutos sin sufrir un solo tanto.

ā€œLo mĆ”s importante en nuestra mente era que no nos metieran ningĆŗn gol. Solo pensĆ”bamos en eso. Si mantenĆ­amos el arco en cero, estarĆ­amos en la final. Pero la mente tiene esas cosas extraƱas: si a uno le dicen que pare de pensar en un elefante rosado, Āæen quĆ© pensarĆ” todo el tiempo? En un elefante rosadoā€, rememorarĆ­a Zenga aƱos mĆ”s tarde. ā€œPero una vez que te convierten, todo se vuelve extraƱo. Inconscientemente empezamos a pensar que tal vez no lo lograrĆ­amosā€.

Esa confusiĆ³n en el local se trasladĆ³ a las tribunas, donde la tensiĆ³n le ganĆ³ la pulseada a la pasiĆ³n. SegĆŗn Zenga, ā€œen todos los estadios que jugamos el ambiente era increĆ­ble, con un apoyo total. Pero al llegar a NĆ”poles Maradona dijo algunas cosas y todo cambiĆ³. No podemos utilizarlo como excusa para explicar la derrota, pero nos sorprendiĆ³ā€.

Ambos equipos contaron con alguna opciĆ³n para quebrar el empate en el tiempo extra que, con Italia lanzada al ataque, durĆ³ un poco mĆ”s de lo habitual: el Ć”rbitro francĆ©s Michel Vautrot pareciĆ³ entusiasmarse con la presiĆ³n de los locales en campo argentino y extendiĆ³ la segunda etapa durante 23 minutos. Pero ya nada modificarĆ­a el marcador. SĆ³lo hubo tiempo para las amonestaciones de Ricardo Giusti y Caniggia ā€“ambos suspendidos para la final- y un desgarro muscular de Maradona, que seguirĆ­a en cancha y pedirĆ­a patear su penal.

CƔbalas, revancha y vendetta
Sergio Goycochea viajĆ³ a Italia en el indeseable rol de arquero suplente y consciente de que, salvo un accidente, verĆ­a todos los partidos sentado en el banco de suplentes. Lo que nadie esperaba es que ese accidente ocurriera tan pronto: Nery Pumpido fue responsable mĆ”ximo del gol de CamerĆŗn en el debut -un balĆ³n que se le escurriĆ³ inexplicablemente entre las manos- y, dĆ­as mĆ”s tarde, sufrirĆ­a una doble fractura de tibia y peronĆ© frente a la UniĆ³n SoviĆ©tica. Su campeonato estaba terminado.

Goycochea se convirtiĆ³ entonces en el inesperado hĆ©roe albiceleste revolcĆ”ndose de lado a lado para asegurar la supervivencia casi milagrosa del equipo en el torneo. Y ahora, tras atajar dos penales frente a Yugoslavia, buscaba agrandar su leyenda contra los italianos. No sin contar con una pequeƱa ayuda, claroā€¦

Mientras los italianos estiraban los mĆŗsculos y elegĆ­an a los ejecutantes, todos los argentinos rodearon a su portero en un rincĆ³n de la cancha. ĀæEl motivo? Lo explicĆ³ el mismo Goycochea en 2010, durante un evento en torno al Mundial de SudĆ”frica. ā€œTenĆ­a que orinar en la cancha antes de los penales. Lo habĆ­a hecho ante Yugoslavia por necesidad, ya que no hice a tiempo de ir al baƱo despuĆ©s del partido, y me habĆ­a ido bien. Por eso lo repetimosā€.

Superadas las necesidades -y cĆ”balas- del arquero, todo quedĆ³ listo para las ejecuciones. Franco Baresi, Roberto Baggio y Luigi De Agostini cumplieron con su parte al igual que JosĆ© Serrizuela, Jorge Burruchaga y Olarticoechea. Llegaba el turno de Roberto Donadoni y Goycochea, con una volada contra la izquierda, despejaba el balĆ³n y provocaba las primeras lĆ”grimas en la ciudad.

Llegaba el turno de Maradona, desgarrado y tras fallar frente a Yugoslavia. ā€œEse fue el penal mĆ”s sufrido de mi vida. Desde que comencĆ© a caminar en la mitad de cancha me fui diciendo de todo a mĆ­ mismo. ā€˜Si lo errĆ”s  sos un botĆ³n, si lo errĆ”s sos un cagĆ³n. Sos lo peor, no podĆ©s traicionar a tanta gente que te quiere. A mamĆ”, a papĆ”, a mis hermanos, a la gente de Argentina. A todosā€.

Lo esperaba el portero italiano. ā€œZenga me quiso confundir. ā€˜Yo te conozco bienā€™, me dijo. Pero yo le aclarĆ© que lo conocĆ­a mejorā€. TenĆ­a razĆ³n. El arquero se recostĆ³ sobre su izquierda y el balĆ³n, manso, fue a dormir al otro rincĆ³n. ā€œCuando se la juguĆ© rapidita al lado del pie dije chau, a otra cosaā€, rememora.

Su carrera enloquecida y el abrazo con GalĆ­ndez, el utilero argentino, quedaron para la posteridad. Goycochea repetirĆ­a otra atajada frente a Aldo Serena y Argentina confirmarĆ­a lo imposible. Su presencia en una segunda final consecutiva y la destrucciĆ³n del sueƱo italiano de afrontar el partido decisivo contra Alemania.

ā€œTodavĆ­a recuerdo el silencio en ese estadio cuando atajĆ© el Ćŗltimo penalā€, rememora el arquero argentino. ā€œFue como si le hubieran bajado el volumen al estadio, de la nada. Me levantĆ© y sĆ³lo escuchaba a mis compaƱeros gritando en la mitad de la canchaā€.

La magia de los penales no serĆ­a tal en la final de Roma, donde los alemanes derrotarĆ­an a Argentina con un remate desde los once metros de Andreas Brehme. Los italianos presentes en la capital, ya lejos del sur, se desquitaron de Diego con insultos de todo tipo, incluso durante el himno nacional. Las imĆ”genes del Diez, aguardando por la cĆ”mara para insultar a todos ante los ojos del planeta entero, perdura aĆŗn en la memoria de los argentinos.

Pero nada, ni sus lĆ”grimas e insultos hacia el Ć”rbitro mexicano Edgardo Codesal, borrarĆ­an ya la gesta de NĆ”poles. Una gesta que, segĆŗn Maradona hoy dĆ­a, lleva su propia firma. ā€œDespuĆ©s de mi penal no se pateĆ³ otro para Argentina, por lo que tiene que quedar clarito. A los italianos, en el Mundial 1990, los dejĆ© afuera yoā€. La sonrisa pĆ­cara, marca registrada del Diez, acompaƱa su declaraciĆ³n. Como para plantar su propia bandera. Una imaginaria que diga ā€œNapoli Maradona ti ama, / ma lā€™Argentina ĆØ la mia patriaā€.

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