La vigesimoprimera emisión del Festival Internacional de Cine de Copenhague terminó el pasado fin de semana después de una docena de días en la que se presentaron 71 filmes en seis secciones.
El CPH:DOX, como se le conoce por sus siglas, coronó con el premio principal, el Dox:Award, a una impresionante ópera prima, una delicada cinta poética llamada Always (China-Francia-EU, 2025), centrada en un chamaquito de 8 años, Gong Youbin, que vive con su padre y sus abuelos en una remota población montañosa de la provincia china de Hunan. Youbin asiste a la escuela y le ayuda a su familia en las labores cotidianas del campo, pero la visita de un funcionario gubernamental le brinda la oportunidad de cambiar su vida en el futuro. El serio y concentrado Youbin, alumno modelo en la escuela del pueblo, es candidato para recibir el apoyo necesario para seguir sus estudios fuera de esa bellísima pero precaria comunidad campirana. La familia del niño está segura de que Youbin va a obtener la beca, no solo porque es un muchachito bien aplicado, sino porque, además, ¡es poeta!
El joven cineasta debutante Deming Chen sigue de cerca, a través de una preciosista fotografía realizada por él mismo, en blanco y negro que luego vira al color, la dura vida cotidiana de Youbin y su familia, mientras en la pantalla aparecen, de manera intermitente, los poemas que ha escrito el chamaco, cuando se ha detenido un momento del trajinar diario para ver el mundo que le rodea: “Nadie sabe que la hierba estaba triste / Su cuerpo verde en forma de cicatriz o de boca / está hablando: un día vendré a ti”. Otros poemas, incluso, parecen provenir de una precoz reflexión filosófica digna de nuestro rey poeta Nezahualcóyotl: “¿Seguiremos por este camino desolado? / En una décima de segundo / yo desapareceré del mundo”.
Always fue una auténtica sorpresa, una muy disfrutable pieza de cine bucólico que contrastó con los temas tan urgentes como inevitables que atravesaron todo el CPH:DOX, como la guerra en Ucrania –por lo menos media docena de filmes la trataron de forma directa, desde el campo de batalla hasta los entretelones políticos y diplomáticos– y, por supuesto, el conflicto en Palestina. De hecho, el filme ganador en la sección experimentan New:Vision fue el cortometraje de 11 minutos Ramallah, Palestine, décembre 2018 (Bélgica, 2025), realizado por la cineasta belga Juliette Le Monniyer, que consiste en la acezante puesta en imágenes, a través de una nerviosa cámara en movimiento y sin corte alguno, del inicio de un enfrentamiento entre el ejército israelí y un grupo de adultos, jóvenes y hasta niños palestinos en los territorios ocupados de Cisjordania.
Sin embargo, por lo menos desde esta trinchera crítica, el cine documental que más disfruté entre la treintena de filmes que pude revisar provino de una provocadora fórmula que se repitió en distintas secciones. Me refiero al documental entendido como pieza de investigación encubierta. Entre el thriller policial y el espionaje, el CPH:DOX de este año presentó un trío de cintas por las que se invitó al espectador a jugar al espía. A ser, vicariamente, George Smiley o Jackson Lamb.
En el multipremiado Mistress dispeller (China-EU, 2024), filme presentado fuera de concurso pues ya obtuvo una buena cantidad de reconocimientos en varios festivales desde el año pasado, la señora Li, una mujer de mediana edad que vive en un amplio departamento de la ciudad china de Luoyang, sospecha que su energético y alegre esposo la está engañando, por lo que contrata a la “maestra” Wang, la “mistress dispeller” del título, quien se encarga de infiltrarse dentro de la pareja en crisis, saber las razones de la infidelidad del marido, conocer a la tercera en discordia –en este caso, una muchacha que vive en una ciudad cercana– y convencerla de que se aleje de ese matrimonio.
La “maestra” Wang, psicóloga de profesión, se hace pasar primero como amiga de la señora Li para ganarse la confianza del marido y, cuando esto sucede, luego toma una segunda identidad, como prima del señor Li, para infiltrarse en el mundo de la joven amante Fei Fei, de quien se convierte en su confidente. Mientras Wang ejecuta esta compleja tarea de contraespionaje marital, entendemos que este servicio profesional de “espanta-amantes” está en boga en la China del siglo XXI, pues sus ciudadanos están siempre tan ocupados ganando dinero que no solo no tienen tiempo para buscar a su pareja perfecta –abundan los servicios profesionales de “investigación” de candidatas y candidatos para el matrimonio– sino que, una vez encontrada la susodicha media naranja, tampoco saben qué hacer para evitar que voltee para otro lado.
La directora Elizabeth Lo –de quien hace tiempo vimos su encantadora ópera prima Stray (2017), sobre un perrito callejero de Estambul– aclara desde el inicio que nada de lo que vamos a ver está actuado, que todo es real y que todos los involucrados aceptaron participar en el filme. ¿Nada está actuado? No estoy tan seguro: la “maestra” Wang es una muy buena actriz. Es decir, una excelente espía.
My Vingren, la protagonista de Hacking hate (Dinamarca-Noruega-Suecia, 2024), documental presentado en la sección Urgent:Matters y ganador del premio a mejor filme documental en Tribeca 2024, podría ser, también, una magnífica espía. De alguna manera, lo es.
Vingren es una periodista sueca que se ha hecho famosa en el mundo escandinavo por haberse infiltrado, a través de distintas personalidades ficticias, en los espacios virtuales y en las redes sociales de los neonazis y supremacistas nórdicos. Vingren, quien trabaja para la misma revista en la que escribió el periodista y novelista creador de la exitosísima saga Millenium Stieg Larsson (1954-2004), aparece tan comprometida en su peligroso trabajo de espionaje cibernético que es capaz no solo de crear un personaje en las redes sociales, sino de mantenerlo vivo y actuante durante una década, inventándose no solo un rostro masculino sino una familia entera y las aficiones necesarias –digamos, la obsesión por el gimnasio– para poder ser invitado a los círculos neonazis, con todo y sus forzudos influencers que se creen hermanos gemelos de Thor.
El director Simon Klose ha realizado un absorbente thriller procedimental que no solamente sigue los pasos de Vingren para revelar las redes virtuales en las que interactúan los supremacistas de todo el mundo –desde Nueva Zelanda hasta Suecia pasando por Brasil y “la tierra de los libres” de la que somos vecinos–, sino también, a través de algunas entrevistas claves, demuestra la responsabilidad moral de los dueños de las plataformas virtuales en la diseminación del odio racial. Lo que Vingren encuentra no es, como afirman los ejecutivos de esas aplicaciones, que los neonazis/supremacistas/trumpistas se han aprovechado de la libertad de expresión existente en las redes sociales sino, más bien, ha sido al revés. Es decir, los dueños de estas plataformas se han aprovechado –lo siguen haciendo– de ese racista público cautivo pues, a final de cuentas, es muy buen negocio.
Otro negocio, igual de perverso, pero aún más lucrativo, económicamente hablando, es la producción de asbesto, cuyo uso ha sido prohibido en buena parte del mundo debido a que se han demostrado sus propiedades cancerígenas. Aun así, como los materiales realizados con asbesto son perfectos para aislar calor, no transmiten la electricidad y son muy resistentes, se siguen usando en muchas partes, especialmente en los países del tercer mundo, sea porque sus gobernantes se preocupan poco o nada por sus ciudadanos, sea porque las compañías envenenadoras productoras de asbesto los compran con los jugosos y respectivos depósitos bancarios.
The gardener, the buddhist and the spy (Noruega-Alemania-Reino Unido, 2025), sexto largometraje del veterano Håvard Bustnes (cuyo Phantoms of the Sierra Madre reseñé aquí el año pasado), cuenta la peliculesca historia de Rob Moore, el jardinero, budista y presunto espía doble del título.
Y he escribo “presunto” porque Moore asegura, jura y perjura que, contratado por la agencia británica K2, encargada de labores de “inteligencia corporativa” –léase espionaje–, logró infiltrarse en varias asociaciones ambientalistas haciéndose pasar como activista y cineasta preocupado por el envenenamiento criminal producido por el asbesto. Sin embargo, siempre según él, muy pronto se dio cuenta de que estaba del lado incorrecto de la historia y, cual Pablo de Tarso en camino a Damasco, renunció a su papel de perseguidor. De esta manera, siempre según su propia versión de los hechos, en lugar de pasar información clave a las empresas mineras acerca de las asociaciones civiles que las combatían, hizo lo contrario: como conocía los objetivos y movimientos de sus patrones, aconsejaba a sus nuevos compañeros de lucha sobre las mejores formas de confrontar a los malévolos capitalista del asbesto.
Bustnes ha realizado este filme documental jugando él mismo el papel de otro doble espía pues, aunque al inicio parece que está dirigiendo la inspiradora biografía casi hollywoodense de un hombre que renunció al “lado oscuro de la fuerza” para pasarse del bando de los rebeldes e idealistas, lo cierto es que en la medida que avanza el documental, Bustnes empieza a tener dudas sobre el verdadero papel que jugó Moore. Lo que es cierto es que fue un doble espía: por un lado, los activistas a los que chamaqueó y que luego fueron sorprendidos cuando salió del clóset y anunció que los había estado espiando durante varios años, aclaran que, en efecto, Moore los ayudó en muchas ocasiones y que su compromiso con la causa era –o parecía– sincero. Y, al mismo tiempo, si los vampirescos productores de asbesto no hubieran estado satisfechos con la cantidad y calidad de la información que Moore les proporcionaba cotidianamente, ¿habrían invertido casi medio millón de euros de salario y gastos en cuatro años? Con todas estas dudas, Bustnes –con otros periodistas que lo acompañan en el filme– cambia el sentido inicial del filme: ya no se trata de contar la historia de Moore sino, más bien, de averiguar si está diciendo la verdad.
Moore es una figura fascinante. De productor televisivo de programas de comedia de cámara escondida –¿el origen de su afición por chamaquear incautos?– pasó a convertirse en espía corporativo para luego transformarse, según él, en un valiente doble espía, que decía servir a los tirios cuando en realidad servía a los troyanos. En el inter, para encontrarse a sí mismo, Moore practica seriamente el budismo zen y, además, es un paciente jardinero que corta un arbusto por ahí, se trepa a un árbol por allá, se inclina a arreglar estas flores por este lado, arregla el pasto por este otro.
Lo más interesante de este documental johnlecarriano (con ecos hasta en su título de la clásica novela Tinker, tailor, soldier, spy que le Carré publicó en 1974) es que, con todo y que nos queda claro que Moore es un maestro de la manipulación y un auténtico narcisista, también es cierto que el espectador se sigue quedando con muchas dudas. Moore sí ha dicho, de vez en cuando, la verdad o, en todo caso, algo parecido a ella: que cierto oscuro empresario de Kazajstán es el responsable del 60% del asbesto que se produce en el planeta, que las redes de lavado de dinero de este negocio se encuentran no en los bancos del tercer mundo sino en Londres y que gracias a él, al valiente Rob Moore, se han podido conocer las entrañas de un monstruo corrupto, corruptor, criminal y envenenador. Pero, ¿ha hecho todo esto por genuina convicción moral o porque en el camino encontró una buena manera de limpiar su nombre y su conciencia? Que la pregunta quede en el aire, demuestra que Rob Moore es, en efecto, un gran espía. George Smiley lo habría reclutado. ~