Foto: Biblioteca de México. Secretaría de Cultura.

La biblioteca pública no es un almacén de libros

Con la fusión de la Biblioteca de México y la Vasconcelos se pretende construir un modelo para las bibliotecas públicas del país. La estrategia presenta un error común: concebir a las bibliotecas como almacenes de libros y espacios exclusivos para la lectura.
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En total opacidad, sin diagnóstico o lineamientos oficiales (lo que ya se está convirtiendo en una constante de la actual administración en materia de cultura en México

((A la fecha no hay un documento accesible al público de la Estrategia Nacional de Lectura. Tampoco es posible acceder a un documento oficial de la fusión de la Biblioteca México y la Vasconcelos, al dictamen y/o diagnóstico que sustente la cancelación de la plataforma de préstamo digital Digitalee, o al diagnóstico de necesidades para el envío de colecciones de libros a las bibliotecas públicas que se ha venido haciendo durante 2019.
))

), Marx Arriaga, director general de Bibliotecas Públicas, anunció el 24 de julio la nueva organización de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas con la que se fusionan la Biblioteca de México y la Biblioteca Vasconcelos, quedando ambas bajo la dirección de José Mariano Leyva, con el fin de que funjan como modelos bibliotecarios para las 7,454 bibliotecas públicas del país. En el comunicado de prensa se lee: “La Secretaría de Cultura, a través de la Dirección General de Bibliotecas (DGB), informó que las bibliotecas de México y José Vasconcelos se unificarán para complementar los programas y servicios que ofrecen y desde ahí, coordinar a las bibliotecas estatales, municipales y comunitarias, como una sola biblioteca central”.

La meta es reactivar a las más de 7 mil bibliotecas públicas en el país. Sin embargo, se comete un error básico y muy común entre quienes no conocen, no han trabajado y, quizá, nunca han sido usuarios de estos recintos: entender a la biblioteca pública como un almacén de libros donde cabe exclusivamente la lectura.

Mientras que las bibliotecas públicas en todo el mundo se perfilan como un tercer espacio para las comunidades, atendiendo sus necesidades informativas, formativas, recreativas, de descanso, pensamiento, ocio, de creación, de formación de ciudadanía, de intercambio, de descubrimiento y reconocimiento del otro, Arriaga encara a las bibliotecas como meros espacios de “conservación del patrimonio bibliográfico y en el fomento a su lectura”.

Bajo el argumento de que en 2012 fue la última actualización de los acervos en las bibliotecas públicas, la administración de Arriaga planea enviar más libros. Pero antes de esto, se requiere un dictamen y diagnóstico de las necesidades de las comunidades, así como un plan de uso de dichas colecciones, una vez que se reciban en cada rincón del país. Por lo que me temo tendremos bibliotecas llenas de libros sin usar.

Siguiendo esta misma idea, ha lanzado Zapata 2.0, su proyecto estrella, un catálogo bibliográfico colectivo de la Red Nacional de Bibliotecas que aunque está marcado por la Ley General de Bibliotecas, está muy lejos de ser la acción más urgente y necesaria para las bibliotecas públicas mexicanas; sin mencionar que su implementación no sólo no es novedosa sino que ha resultado bastante deficiente. Una somera búsqueda en dicho catálogo arroja registros incompletos: sin campo de autor, sin especificar formato (libro, revista, periódico, película, CD, etc.), sin visualización de la portada, sin temas, resumen, botón para solicitar el préstamo o quedar en lista de espera, e incluso algunos registros no indican en qué bibliotecas está disponible determinado material.

Y ya que estamos en esta visión rancia de patrimonio bibliográfico como errada función de la biblioteca pública, cabe mencionar que no existe lugar para la diversidad de formatos. Así lo demuestra la cancelación (también sin comunicado oficial) de Digitalee.mx, plataforma de préstamo bibliotecario digital que hasta el año pasado permitía a todos los ciudadanos en el país acceder a libros electrónicos.

Infortunadamente, el error de entender la biblioteca pública como un almacén de libros no es el único. Con esta fusión se pretende que la Biblioteca de México se haga cargo del acervo antiguo y que la Vasconcelos conserve el moderno.

En entrevista a Notimex, Arriaga habló acerca del futuro de la Vasconcelos: “La visión es la que está marcada por ley, que la Biblioteca Vasconcelos se convierta en el ejemplo para la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, pero no el ejemplo inalcanzable de dar servicios o de tener una infraestructura gigantesca donde ninguna biblioteca municipal va a poder nunca llegar a esos límites, sino generar la catalogación, los modelos de conservación, el depósito legal, es decir la bibliografía nacional que será la base para el armado de las colecciones del resto”.

Para lograrlo se tomará como ejemplo el trabajo de las bibliotecas universitarias, que tienen una biblioteca central con acervo general y bibliotecas en cada facultad o escuela con un acervo especializado. Pues bien, aquí percibimos una total ignorancia sobre los distintos tipos y funciones de las bibliotecas. En primer lugar, la Ley General de Bibliotecas Públicas no marca el Depósito Legal; cualquiera con un poco de conocimiento en la materia sabe que el Depósito Legal (“el patrimonio bibliográfico nacional”) queda en manos de la Biblioteca Nacional por decreto del 8 de julio de 1991; por lo tanto, es un despropósito, usurpación y duplicación de funciones que la Biblioteca de México y la Vasconcelos se hagan cargo de esta función. Las bibliotecas universitarias, por último, cubren las necesidades de información de los estudiantes universitarios.

Hay un último equívoco que debería encender nuestras alarmas, si es que todos los anteriores no las han encendido aún: el referente a la dotación de acervos que se hizo en 2012, según Arriaga, “muchas veces con cierta carga ideológica, porque había textos de Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze”. Desde luego, está hablando de una carga ideológica que no es acorde con la administración actual, lo que hace aún más grave esta declaración. Por absurdo que parezca en pleno siglo XXI debemos recordarle al servidor público que no está en sus funciones censurar los acervos, sino realizar estudios y análisis que permitan una oferta bibliográfica diversa conforme a las necesidades e intereses reales de los usuarios y no en lo que ellos suponen debe leer la gente. Como se señala en el Manifiesto IFLA/UNESCO sobre la Biblioteca Pública 1994 (el documento rector más importante a nivel internacional sobre bibliotecas públicas), “Ni los fondos ni los servicios han de estar sujetos a forma alguna de censura ideológica, política o religiosa, ni a presiones comerciales”.

Que es necesario que las bibliotecas de la red, incluidas la Vasconcelos y la de México, se comuniquen y apoyen nadie lo duda; que es obligatorio rescatar del abandono y dar sentido a las bibliotecas públicas mexicanas, es indiscutible. La fusión y centralización no son la respuesta. Enviar acervos sin diagnóstico y sin plan de trabajo tampoco. El desconocimiento del trabajo realizado en el pasado en aras de un proyecto que desconoce la razón de ser de una biblioteca pública es lamentable. En lo que se refiere a la Biblioteca Vasconcelos, implica desamparar e ignorar a una comunidad de más de 2 millones 300 mil usuarios ávidos de un refugio.

Si no se conocen y entienden las particularidades y necesidades de cada biblioteca, se olvidan sus funciones, no se fomenta un diálogo horizontal con la comunidad, se carece de un diagnóstico y presupuesto y se ignora a los expertos en la materia, no habrá Estrategia de la Red Nacional de Bibliotecas que funcione.

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Bibliotecóloga, consultora sobre Lectura en Pantalla, Literatura Infantil y Juvenil y Bibliotecología. Fundadora de los blogs http://uvejota.com y http://leerenpantalla.com.


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