Lo peor del caso de El odio de Luisgé Martín es la retirada del libro. Ha sido una decisión de la editorial Anagrama, que ha cedido ante la presión y el matonismo. Todo lo demás es accesorio. Un autor puede escribir de lo que quiera, puede decidir hablar o no con quien desee, dentro de unos límites que establece la ley. En casos similares la jurisprudencia española ha defendido la libertad de expresión. La obra podía salir y circular legalmente, pero la editorial ha preferido cancelarla. Los argumentos palidecen frente a eso y muchos de ellos son ridículos. El autor o la editorial podían haber avisado a la madre de los niños de la salida del libro: habría sido una cuestión de educación, pero los libros no se prohíben por cuestiones de educación. Si el tema o el ángulo son obscenos también lo son en muchas otras obras literarias y audiovisuales. No digamos en programas y reportajes de “investigación” que emplean los procedimientos más sórdidos y cuando fracasan montan un debate sobre sobre las implicaciones morales que tiene aquello que ellos no lograron hacer y otros sí. Esto pasa en el país donde Jordi Évole entrevista a Josu Urrutikoetxea, y por supuesto estoy a favor de que pueda hacerse esa entrevista. Martín no es Capote, protestaban algunos, como si eso tuviera la menor importancia sobre el derecho a publicar. Entre los argumentos más delirantes está el que dice que se le había prohibido al asesino Bretón comunicarse con su exmujer y ahora llegan hasta ella sus palabras a través del libro. Quizá la solución sería que el libro saliera en otro idioma, igual hay subvenciones para traducirlo a una lengua cooficial. También se citaba asombrosamente la frase en la que el asesino dice al escritor “Me entusiasma este proyecto”, como si el escritor no pudiera manipular o traicionar a su interlocutor. Personas que no iban a comprar el libro y que no saben lo que es Anagrama anunciaban que iban a boicotear la obra o editorial. No avisar a la madre de los niños asesinados, presa de un dolor atroz, es entre otras cosas un error táctico: hacerlo habría ahorrado problemas posteriores. La retirada es un error más grave. Se ha cedido ante la turba y el chantaje, y se ha establecido un mal precedente. Hemos visto a la presidenta del Consejo de Estado Carmen Calvo celebrar que un libro no se va a poder leer. También hemos escuchado a la ministra de igualdad diciendo a quién o quién no se puede dar voz. Festejan lo que debería dar vergüenza. Recuerdan sobre todo a un censor franquista o un aparatchik de un régimen comunista, y merecen el mismo desdén. Anagrama, en cambio, produce una profunda decepción: una editorial que ha publicado y publicará tantos libros admirables, gracias a la que hemos leído textos inolvidables que nos han enseñado a ser libres, ha dado una triste muestra de cobardía.
Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.