Pidan al tiempo que vuelva, chavorruckers que se quedaron con la idea de que la música debe girar en torno a una guitarra eléctrica, con mucho wah wah, distorsión y riffs tarareables. Exijan la cabeza de Jan Wenner, aunque ya casi sea un adorno en el directorio de la Rolling Stone. Convoquen quemas de CDs o vinilos de rap, hip hop, pop, reguetón y country. O mejor aún: dispersen virus que borren a esas corrientes de toda plataforma. Los tiempos están cambiando. Y no en favor de sus preferencias musicales
Hay muchas maneras de leer, escuchar y discutir la controvertida lista de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos que acaba de dar a conocer la publicación estadounidense. Aquí solo propongo algunas. Está claro que hace décadas que Rolling Stone no es la revista alternativa y contracultural que nació en el San Francisco de los años 60. Desconozco en qué porcentaje la sigan leyendo los que eran jóvenes en los 60, y en qué medida lo hagan ahora sus hijos y nietos. Supongo que su gran apuesta de posicionamiento va tras los últimos. Todo medio de comunicación trata de adaptarse al mercado y a los imperativos demográficos.
Hay que entender, además, que se trata del listado de una publicación estadounidense. Rankings similares de revistas inglesas, como Mojo, Q o Uncut, suelen arrojar otras grabaciones, aunque se den coincidencias. Se entiende: cada quien recoje y muestra su tradición.
La metodología del ranking parece incuestionable: 300 artistas (lo mismo Billie Eilish y The Edge que Gene Simmons y Stevie Nicks), productores, críticos y personajes de la industria discográfica sometieron listas de sus 50 álbumes favoritos.
Me agrada ver a What’s going on, de Marvin Gaye, en la primera posición. Soul de finos arreglos con acentos ambientalista, pacifista, antirracista e incluyente. Más vigente no puede estar.
De hecho, el listado le subraya a los rockeros de greña y chamarra de cuero (o que se las imaginan) que hay una poderosa y vital vertiente afroamericana en la música popular estadounidense que se exporta a todo el mundo. No es corrección política, ni actitud incluyente impostada, ni eclecticismo gratuito, pero no prestar suficiente atención a lo que desde hace años hacen Jay-Z, Kanye West y Kendrick Lamar –por no hablar de las aportaciones de hiphoperos ya históricos, como Public Enemy, OutKast o el Wu-Tang Clan– es haberse perdido de un furioso mundo percusivo, de un abigarrado océano de ritmos urbanos de la posmodernidad y de realidades cotidianas que en mucho reflejan las inequidades que se dan en barrios de todo el orbe.
Al soul, al blues y al funk jamás se le pusieron tantos peros para alimentar al rock en sus primeras décadas. Mick Jagger pudo emular a James Brown y Robert Plant a Tina Turner, pero desde hace lustros hay amantes del rock para los que el mundo solo gira en torno a las guitarras eléctricas, y nada que se aleje de ellas merece su atención. Yo digo que se pierden de mucho.
Como ya lo habían hecho en las dos ediciones anteriores del listado, éste de 2020 recoge con dignidad las ricas tradiciones del soul, el r&b, el blues y el jazz. Padres fundadores como Robert Johnson, Chuck Berry, Muddy Waters y Little Richard están presentes con grabaciones de colección. El jazz fundamental tiene un lugar con obras históricas de Miles Davis, John Coltrane, Ornette Coleman y algunas joyas de BiIllie Holiday, Nina Simone y Alice Coltrane. Haría un plantón para protestar porque la rica y vital aportación africana se reduzca a Expensive Shit, de Fela Kuti and Africa 70, The Best of the Classic Years, de King Sunny Adé, y The Indestructible Beat of Soweto, de varios artistas sudafricanos. El continente negro ha dado mucho más.
A pesar de lo anterior, el cánon rockero está bien representado y resguardado. Se puede poner el grito en el cielo por haber enviado a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band al sitio 24 de la lista, pero siguen estando todos los álbumes sobresalientes de The Beatles, y también los de Bob Dylan, The Beach Boys, The Rolling Stones, The Who, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Pink Floyd, Creedence Clearwater Revival, Neil Young, David Bowie, Bruce Springsteen et al. Tampoco se omiten las grandes grabaciones de The Velvet Underground, The Stooges, MC5, Patti Smith, Televisión, Talking Heads o The Clash. El hard y el metal también tienen buenos exponentes, desde lo clásico de Black Sabbath y AC/DC, hasta lo mejorcito de Motörhead y Metallica. Pero que nadie espere hallar en la lista lo más granado del trash, el death o el black metal; ni siquiera lo más notable de la new wave del heavy metal británico. Y el progresivo de plano jamás existió para los convocados a opinar: apenas el Moving Pictures, de Rush, el Close to the edge, de Yes, y un par de grabaciones clásicas de Brian Eno logran entrar en la lista. Increparía a los votantes por haber dejado fuera In the court of the Crimson King, de King Crimson, o Selling England by the pound, de Genesis, pero les valdría sorbete.
Reitero: la lista corresponde a un medio estadounidense, de ahí la gran cantidad de country y folk que, para los melómanos de otras latitudes, podría resultar un exceso idiosincrático. La inclusión de algunos artistas latinos confirma el peso demográfico de la población de habla hispana en el mercado estadounidense y su relevancia en términos de ventas. Es un burdo lugar común, pero el tiempo, solo él, dirá si sendas grabaciones de Daddy Yankee y Bad Bunny se mantienen en este listado. ¿Será, por otro lado, hora de quitarse el monóculo y reconsiderar el valor musical y cultural de personajes como Selena y Shakira? ¿Rosalía afianzará su propuesta revitalizante e innovadora; quedará El mal querer como un hito para los nuevos rumbos del trap y un flamenco contaminado y vivo?
Un detalle con grado de ultraje para la comunidad del rock en español (hispano, argentino, colombiano, chileno o mexicano): para el electorado de Rolling Stone, solo Clandestino, de Manu Chao –una lograda fusión mestiza y altermundista-, merece estar en sus 500. Y habrá quien incluso me corrija y me recuerde que Manu nació en París.
La lista de los 500 mejores álbumes de la revista Rolling Stone puede leerse aquí.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.