7 de mayo de 2020
En los cuatro días que han pasado desde que regresé al hospital, tres compañeros han dado positivo a la prueba de covid-19. Una de ellas, E., pidió en el hospital que le realizaran la prueba porque presentaba anosmia, la pérdida del olfato y gusto, un síntoma de esta enfermedad. Como no tenía fiebre se negaron a practicársela, con lo cual la expusieron a contagiar a los demás compañeros y a los pacientes. Ella tuvo que realizarse la prueba por fuera, y mientras le entregaban el resultado mantuvo todas las medidas necesaria para evitar propagar el virus: usó equipo de protección y guardó su distancia de los demás. Finalmente, el día martes le dieron el resultado de la prueba, que fue positivo. Ayer nos confirmaron que otro compañero de otra terapia intensiva había dado positivo y seguramente había contagiado a su novia, otra compañera de mi servicio. Ella se tuvo que realizar la prueba y está en espera del resultado.
Desde hace semanas, el hospital está buscando tener la menor cantidad posible de pacientes en el hospital. Dejó de programar cirugías y solo está atendiendo urgencias de tipo cardiológico; las terapias intensivas están vacías. Esto puede tener dos finalidades: o nos están preparando para empezar a recibir pacientes infectados (contamos con dos terapias intensivas muy amplias, con una capacidad para cincuenta unidades de cuidados intensivos con ventilador, personal médico y enfermeras especialistas), o van a mandarnos a las unidades en donde requieran de enfermeros especialistas. Cualquiera de las dos opciones es grave, pero necesaria en esta emergencia. Estar a la expectativa, viendo que cada vez más compañeros se contagian aun sin pacientes, es estresante.
Nunca antes había tenido tanto temor a contraer una enfermedad. Ahora paso mi turno pensando que cualquiera de mis compañeros puede ser portador y que me puede contagiar. Vigilo cada uno mis movimientos y los de mis compañeros de forma obsesiva, me lavo las manos constantemente. Estar con esa precaución todo el día es desgastante, como si se consumiera mucha energía al estar cuidándonos de los demás.
Por las noches no me para el pensamiento. Me asaltan imágenes mías, intubado y en estado crítico. Me es inevitable pensarme en la peor situación, es inevitable que aparezcan estas imágenes en mi mente, porque veo esto todos los días. Me rodeado de máquinas y sedado y pienso: ¿y si no vuelvo a abrir los ojos? ¿Quién habría pensado que iba a morir joven? Sé que el estrés y la paranoia provocan estos pensamientos. Hay noches en que no puedo dormir, que mi cerebro no descansa.
En el hospital transita un silencio que se siente profundo, un silencio como preludio de lo que se avecina, como el que deben experimentar los soldados antes de la batalla. Así me siento.
Mientras tanto, en el hospital practicamos técnicas para el cuidado y la atención a los pacientes con covid-19, como la colocación y retiro del equipo de protección y la pronación de los pacientes. También analizamos la virología y fisiopatología del virus; tenemos que saber cómo se comporta y actúa para saber tratar a los pacientes. Es casi una estrategia militar, pero con un enemigo invisible. Estamos preparándonos. Vendrá el pico máximo casos y se prevé la saturación de los hospitales. Debemos estar listos pese a todo el miedo que tenemos.
es enfermero y actor. Su identidad se mantendrá en secreto para evitar represalias.