Foto: Henning Kaiser/dpa via ZUMA Press

(Re)Visiones desde la cuarentena: Colonia

"La impotencia que genera tener un velo que nos impide observar nuestro horizonte de futuro nos obliga a percatarnos de que lo único que realmente existe es el instante presente y nuestra libertad de decidir con qué actitud lo asumimos."
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El año pasado, invitamos a un grupo de personas a participar en Visiones desde la cuarentena, un relato colectivo de las primeras y extrañas semanas de confinamiento, según transcurrían en distintas ciudades del mundo. Revivimos por unos días aquella serie para saber cómo se mira, a 399 días de distancia, la cotidianeidad pandémica.

– La redacción

 

Trascendiendo el miedo a la incertidumbre

El tiempo transcurre y el regreso a la vieja normalidad parece cada vez más incierto en Alemania. Ha pasado más de un año desde el inicio del primer confinamiento a causa de la pandemia, y desde entonces nuestro estilo de vida ha cambiado radicalmente. Ir a la oficina se ha vuelto un hecho exótico que solo ocurre cuando es extremadamente necesario. En estos últimos meses, la sociedad alemana se ha encargado de normalizar que las personas puedan tener el derecho a trabajar desde sus casas y, por ende, a ser las únicas responsables de cómo administran su tiempo.

La pandemia en Alemania ha calado profundamente en una sociedad que, hasta antes de esta crisis global, se encontraba sumergida en un océano de estabilidad y certeza. Las medidas para contener el brote de la covid-19 han traído consigo dificultades económicas que este país no había vivido en carne propia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Millones de personas viven hoy con menos ingresos de los que tenían antes del primer confinamiento en marzo de 2020.

Desde principios de noviembre del año pasado, cuando se anunció la segunda ola de contagios en Alemania, restaurantes, gimnasios, teatros, entre otros centros de convivencia social, han permanecido cerrados. A mediados de diciembre, gran parte del comercio minorista también tuvo que cerrar sus puertas. Ante esta situación de emergencia, el Gobierno no se ha quedado de brazos cruzados y ha asumido la responsabilidad de salvar el mayor número de vidas posible apoyando económicamente a su población.

El Ministerio de Finanzas está pagando subsidios para que los empleados no tengan que ser despedidos. Y las empresas reciben ayudas provisionales para no caer en la quiebra. En 2020, el Estado tuvo que asumir 130 mil millones de euros en nueva deuda, y este año se prevén préstamos de hasta 180 mil millones de euros. Además, se han presupuestado hasta 50 mil millones de euros solo para ayuda económica entre noviembre de 2020 y junio de 2021.

El futuro inmediato no se ve nada alentador. El gobierno federal ya anunció que se extenderán las restricciones al contacto social debido a que la penetración de las nuevas variantes del coronavirus ya es muy elevada en el país. El proceso de vacunación tampoco ha contribuido a mejorar las expectativas, por la lentitud con la que se ha desarrollado. Este panorama de desolación e incertidumbre es por el que atraviesa la sociedad alemana en su conjunto.

Hace unas semanas, la canciller Angela Merkel concedió una entrevista a RTL, una cadena de televisión, que bien podría reflejar el sentir de toda una nación. Merkel admitió haber perdido el sueño durante la pandemia por la magnitud del reto que tiene enfrente. “A veces me despierto por la noche y pienso en todo. Este es un momento difícil para mí también. Nuestras decisiones deben estar claramente pensadas y yo soy una persona que le doy muchas vueltas a las cosas en mi mente antes de tomar una decisión. Me está siendo difícil desconectar y descansar”, dijo Merkel.

La canciller aceptó, en otra entrevista al diario Welt, que las decisiones de Estado que deben tomar ella y sus colegas se caracterizan por una alta incertidumbre. “Estamos tratando de construir puentes, pero no sabemos dónde debemos hacerlo. De hecho, ni siquiera podemos ver la orilla del río. Eso es lo que hace que esta pandemia sea tan difícil. Todavía no sabemos cómo terminará”, dijo Merkel.

El ambiente de incertidumbre también se respira en las conversaciones más cotidianas. Hace unos días, decidí encargar comida a uno de los restaurantes del barrio en el que vivo. Al recoger mi pedido, le pregunté al dueño cuándo creía que podrían abrir al público. Él me contestó con un tono bastante amargo: “¡Muchacho! Llevo meses diciendo que la próxima semana abrimos. En ningún caso acerté.”

Ese mismo día, hablé con una amiga que llevaba un año desempleada a causa de la pandemia. Le pregunté sobre su estado de ánimo, y ella me contestó con cierta resignación: “No soy la única en esta situación, lo que hace que conseguir trabajo sea una misión casi imposible. He decidido dejar de pensar en el futuro y vivir el día a día. Ya no tiene sentido seguir sufriendo.”

En este contexto, es relevante recordar a Mario Vargas Llosa, cuando dijo que “la incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar.” La pandemia ha desgastado la mente de muchos habitantes de este país en todos los niveles y ha generado mucho miedo por la falta de certidumbre a lo largo del sendero que nos conduce al futuro. No obstante, lo que muchos comienzan a comprender es que la vida, como la margarita de Vargas Llosa, no se ha desvanecido y sigue su curso, abrumándonos con su belleza.

La incertidumbre no ha hecho más que ponernos frente a un espejo en el que hemos empezado a contemplarnos desde una dimensión más humana. La impotencia que genera tener un velo que nos impide observar nuestro horizonte de futuro nos obliga a percatarnos de que lo único que realmente existe es el instante presente y nuestra libertad de decidir con qué actitud lo asumimos. La sociedad alemana parece estar dispuesta a ya no ceder ante el miedo.

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es un periodista radicado en Colonia, Alemania.


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