Desde hace algunos meses, W Radio organiza un ejercicio único en los medios de comunicación en México: los Foros W, en los que distintos personajes públicos se encuentran, en un diálogo sin censura alguna y completamente en vivo, con un nutrido grupo de radioescuchas. Se trata de mejorar la calidad y el tono del debate en un país acostumbrado al monólogo desde el poder y muy poco habituado a la crítica, el cuestionamiento constructivo y la discusión de ideas no desde el encono, sino desde la civilidad. Por la dinámica han pasado todas (o casi todas) las voces. Comenzamos con Fernando Gómez-Mont cuando era, aún, secretario de Gobernación. La charla franca de Gómez-Mont me hizo imaginar a qué grado han cambiado los medios (o al menos algunos medios) en México: imposible imaginar a otro Fernando —Gutiérrez Barrios— debatiendo política interna con un mero mortal en una cabina de radio. Durante el año, la estación recibió a Marcelo Ebrard, José Narro, Alejandro González Iñárritu, Diego Luna, Café Tacuba y varios más. Invitamos a otros protagonistas más jóvenes pero no menos relevantes de la política en el país, pero declinaron. Lo mismo hizo el ilustre Vicente Fox, una vez que ya había confirmado. Sus razones tendrán todos. Los que no rechazaron la oportunidad fueron Andrés Manuel López Obrador y Carlos Salinas de Gortari. Ambos estuvieron en la W.
En cuanto a intención y convocatoria, los Foros W han sido un éxito. Y no solo eso. Quiero pensar que han servido para terminar de borrar el estigma ridículo que ve en la estación un matiz censor. El día que otra estación de radio —u otros periodistas radiofónicos— cedan el micrófono al público en horario estelar para un diálogo absolutamente transparente con los protagonistas mismos de la noticia, nuestros medios serán mejores. Por desgracia, sin embargo, los foros también han revelado algunos de los vicios más elementales de nuestra vida en democracia. Porque lo cierto es que, a pesar de que el formato se presta para el debate y la polémica, el público presente ha recurrido con frecuencia a la adulación y la lisonja antes que a la crítica. Seguimos, parece, terriblemente asustados por la posibilidad de cuestionar a la figura en el poder. El tlatoani sigue siendo el tlatoani.
El ejemplo fue el Foro W con Carlos Salinas. Recibimos cientos de solicitudes para participar. De manera lamentable, buena parte de las preguntas se reducían a insultos. Al final, Carlos Puig y Salvador Camarena, quienes moderaron la mesa, se quedaron con 30 participantes, esperando que, a la hora buena, demostraran la misma voluntad crítica que se leía en sus mensajes originales. El resultado fue distinto. Tal y como ocurrió en los encuentros previos con otras figuras polémicas, el público se “achicó”. Las preguntas valientes se volvieron cuestionamientos titubeantes que Salinas, viejo y cínico lobo que es, aprovechó para hacer del encuentro lo que mejor le convenía. Al final, me dicen, muchos hicieron fila para que Salinas —al que algunos llamaron “maestro”— les firmara ejemplares del tremendo ladrillo recién publicado por el ex presidente. En suma, más un ejercicio de hagiografía colectiva que un debate sobre el pasado, presente y futuro del invitado.
Pero la culpa, claro, no es de la gente que no sabe debatir, sino de la cultura política y mediática mexicana que no le ha enseñado que una crítica no equivale a un ataque y un cuestionamiento bien argumentado no es lo mismo que una injuria. Después de 11 años de democracia, aún no sabemos practicar su principio más básico: el debate civilizado. Por eso, como mi deseo para 2011, espero que el IFE se tome en serio la necesidad de usar sus tiempos no para spots baladíes, sino para —muchos, intensos— debates en horarios estelares. Quizá así, en el futuro, el que terminará sudando en una discusión pública será el “maestro” Salinas y no un ciudadano común con una pregunta pertinente.
– León Krauze
(Imagen tomada de aquí)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.